El resplandor del odio

EL MUNDO 07/11/16

· El Ku Klux Klan y otras organizaciones extremistas piden el voto para Trump, que llega a la jornada electoral apelando a un discurso populista contra las élites
· El FBI da marcha atrás y descarta indicios de delito en los correos de Hillary Clinton

No es sólo agresividad verbal, sino también una sutil llamada a la violencia contra la oposición. Así es como la campaña de Donald Trump se está guiando en la recta final de las elecciones: con una mezcla de insinuaciones y de guiños a sus fieles más enfervorecidos para que eviten fraudes electorales reales o imaginarios sin la ayuda de unas autoridades a las que acusan de corruptas. Entre los que están escuchando el llamamiento de Trump y su equipo están grupos racistas y xenófobos como el Ku Klux Klan, el Movimiento Nacional Socialista o el Partido Americano de la Libertad. Una serie de incidentes –desde el incendio de una iglesia hasta exhibiciones de personas armadas en las cercanías de colegios electorales que se encargarán de preguntar a la gente por quién va a votar– parecen apuntar a que la combatividad del candidato republicano es algo más que retórica.

EEUU lleva días viviendo un goteo de incidentes violentos vinculados a las elecciones que podrían considerarse como casos aislados en unos comicios en los que se espera que participen al menos 130 millones de personas, de no ser porque parecen estar siendo tolerados, o incluso alentados, por Donald Trump y parte de sus seguidores.

El martes por la noche, en el Delta del Misisipi, en el sur más profundo de EEUU, alguien prendió fuego a la Iglesia Baptista Misionera de la Esperanza de la comunidad negra de Greenville. En uno de los fragmentos de los muros que se mantuvo en pie, había una frase: «Vota Trump». Cuando el diario The Wall Street Journal contactó a la campaña de Trump para conocer su opinión, no obtuvo respuesta.

En teoría, una condena por el candidato republicano de la agresión a un templo que, además, hunde sus raíces en 1905, en una época en la que los negros de Misisipi estaban sometidos a la discriminación, habría sido prácticamente automática. A fin de cuentas, es imposible que un demócrata gane en Misisipi, y es igualmente imposible que un republicano gane el voto negro, con lo que un comunicado censurando el ataque sería, al menos desde el punto de vista más cínico, la mejor opción para quedar bien en unas elecciones normales.

Pero estas no son unas elecciones normales. El viernes de la semana pasada, en el condado de Loudon, en Virginia, a las afueras de la ciudad de Washington, Erika Cotti iba con su hijo de nueve años a ejercer su derecho al voto cuando un hombre que llevaba un revólver Magnum a la cintura le ofreció propaganda del Partido Republicano. Cuando Cotti la rechazó, el hombre, cuya identidad no ha sido desvelada, le dijo: «¿Es que vas a votar por Hillary la ladrona?» Desde el punto de vista legal, la acción es impecable. El ciudadano no estaba interrumpiendo el proceso electoral, la interacción se produjo a la distancia del colegio que la ley exige, y en muchas partes de EEUU es legal llevar un arma a la vista.

Pero, de nuevo, esto choca con la actitud de los líderes políticos. El 10 de octubre, en un mitin en la ciudad blanca y obrera de Wilkes-Barre, en Pensilvania, Trump declaró: «Tenemos que asegurarnos de que no nos roben las elecciones. Y todo el mundo sabe de lo que estoy hablando». En aquella ocasión, Trump, en su habitual estilo, habló de «cosas horribles» que están pasando en «Filadelfia, San Luis, y Chicago», tres ciudades demócratas y con un enorme peso de votantes hispanos y negros. Pocos días antes, también en Pensilvania, Trump había sido muy claro cuando dijo a sus seguidores que quiere que el 8 de noviembre «salgáis y miréis en los colegios electorales» de Filadelfia por si hay «trampas».

Así, Trump está cortejando indirectamente el respaldo del extremismo estadounidense. Un día después del incendio de la iglesia, The Crusader (El Cruzado), el periódico oficial del Ku Klux Klan, apoyaba oficialmente la candidatura de Trump. Es uno de los poquísimos medios en EEUU que ha respaldado al candidato republicano aunque, en lo que no deja de ser una ironía de la Historia, otro que también lo ha hecho es Las Vegas Sun, propiedad del empresario judío y extremadamente proisraelí Sheldon Adelson, que hace cuatro años alcanzó una notable popularidad en España por su proyecto frustrado de construir la ciudad del juego llamada Eurovegas.

Las tácticas de los seguidores de Trump en la campaña traen recuerdos de la época en la que su padre, Fred Trump, fue arrestado por participar en una manifestación anticatólica del Ku Klux Klan.

No son amenazas vacías. El 20% de los votantes de Trump creen que abolir la esclavitud –algo que en EEUU costó una guerra civil– «fue una mala idea», según una encuesta llevada a cabo este año por la consultora YouGov para el semanario británico The Economist. Aunque la agresividad no es necesariamente contra los negros, sino contra todo aquel que tiene la piel de color diferente, o que, simplemente, puede votar por Clinton. Así, el presidente del Partido Republicano de Nevada, Michael McDonald, lamentó que los hispanos de ese estado «tienen mucho tiempo para votar». Precisamente, los hispanos de Las Vegas podrían ser el grupo que decida quién gane estas elecciones. Y su voto va a ir para Clinton.

Hasta la fecha han votado alrededor del 40% de los estadounidenses, a menudo por correo. Mañana, sin embargo, el voto se realiza en colegios electorales, y eso plantea un problema más serio. The Right Stuff, el Movimiento Nacional Socialista, el Partido Americano de la Libertad, y los Guardianes del Juramento han movilizado a decenas de miles de activistas para grabar en vídeo a las personas que vayan a votar en los barrios negros del estado de Pensilvania, uno de los que pueden decidir la elección. En Filadelfia, el Partido Demócrata presentó una denuncia por lo que considera «intimidación» de los votantes de raza negra. La agencia de noticias Bloomberg citó a un alto funcionario de esa ciudad que no dio su nombre, declarando que hay «tres grandes operaciones en marcha para suprimir el voto».

Entretanto, la venta de armas, munición, y equipos de supervivencia se ha disparado, y la agencia de noticias Reuters informó de que hay milicias armadas blancas que están preparándose para la «resistencia armada» si Hillary Clinton logra la victoria en las elecciones. Una victoria que, según informó el Boston Globe, será seguida de la fabricación de 30.000 guillotinas para decapitar a propietarios de armas de fuego. Al menos, ésa es la teoría que circula por el empobrecido estado de Virginia Occidental, uno de los feudos más importantes del candidato republicano.

A nivel nacional, el impacto de este movimiento parece muy limitado. Pero el hecho de que grupos armados como la Fuerza del Tres Por Ciento estén considerando la posibilidad de echarse al monte añade un factor de tensión. Al fin y al cabo, fueron unos pocos fanáticos los que en 1993 provocaron un enfrentamiento con las autoridades en el pueblo de Waco, en Texas, que se saldó con 86 muertos. Un año después, para vengar aquella acción del «tiránico» Gobierno de Bill Clinton, otros dos ultranacionalistas volaron un edificio de oficinas en Oklahoma City y asesinaron a 169 personas. Según el Southern Poverty Law Center, que monitoriza el racismo en EEUU, hay un total de 276 milicias armadas, formadas por personas de raza blanca y de ideología conservadora. Cuando Barack Obama ganó las elecciones, hace 8 años, eran 42.

A veces, es difícil saber si hay motivación política o no en los actos de violencia. Michael Greene, que asesinó a dos policías en Iowa el martes, tiene la entrada de su casa llena de carteles de Trump y había sido arrestado recientemente por sacar la bandera confederada –la de los estados que se separaron de EEUU para mantener la esclavitud– en un partido de fútbol. Sacar la bandera confederada no es un delito en EEUU, pero sí lo es mostrar un comportamiento violento. Entretanto, la campaña de Trump guarda silencio. El candidato buscaba ayer votos, acompañado del rockero Ted Nugent, que ha declarado en múltiples ocasiones: «Me gustaría ver a Obama colgado».