Tonia Etxarri-El Correo
La reaparición del expresidente ha supuesto un revulsivo para los afiliados del PP, necesitados de una herramienta de cohesión
Renovado. Reconciliado con su partido desde que Pablo Casado maneja el timón. Con un discurso vibrante y entusiasta. Aznar ha vuelto a casa. Después de Navidad. Por encima de Ciudadanos y marcando distancias de Vox. Satisfecho por el pacto que ha aupado al PP andaluz a la presidencia de la Junta. Superando el desapego y la desafección hacia su partido. Del Aznar decepcionado con el partido que él refundó hace tres décadas y que se preguntaba en 2015 «¿dónde está el PP?» al entusiasta con Casado ha transcurrido una travesía del desierto. Renegando de la falta de ambición de Rajoy, cuando le emplazaba a no despreciar el desánimo ni los recelos de sus votantes. Tomando distancia mientras se aproximaba a Ciudadanos. Diciendo que no se consideraba militante de nada «ni me siento representado por nadie». Nada que ver. En esta convención, la reaparición de Aznar ha supuesto un revulsivo para los afiliados.
Los populares necesitaban una herramienta de cohesión. Casado aún tiene que consolidar su liderazgo y aunque la carambola del Gobierno andaluz esté dando al PP una cota de poder que no tenía, les sigue haciendo falta un manual de ‘hoja de ruta’ ideológica para reafirmarse en su hueco de centro derecha. En un panorama dominado por la polarización y la fragmentación en su espacio electoral con la irrupción del 15-M de derechas.
«El PP ha vuelto», había proclamado Casado en su primer discurso como presidente del partido, en el congreso de julio. Parecía más un deseo que una premonición. Cuando hizo esa proclama estaba marcando una línea divisoria con la etapa anterior del PP. Tan desideologizada y de gestión. Anunció que iba a recuperar el mensaje político para armarse de argumentos en la batalla de las ideas contra la izquierda, el populismo y los nacionalismos. Y en eso está. Lo demostró ayer en su discurso de setenta minutos, sin leer una nota, con el que presentó su plan de gobierno. Como si estuviera ensayando su intervención en una hipotética sesión de investidura. La defensa de la familia, la prisión permanente revisable en casos no reinsertables, la defensa de las autonomías, el endurecimiento de la ley para quienes promulguen la violencia, contra el adoctrinamiento en la educación, la bajada de impuestos tan injustos como el de sucesión… toda una declaración programática.
Rajoy había aconsejado al actual PP que no fuera doctrinario. Y la mejor réplica se la dio el economista Bernaldo de Quirós, invitado al evento, al precisar que «no hay que ser un partido doctrinario pero hay que tener una doctrina».
En esa actitud se ha mantenido Casado estos meses. En marcar una doctrina. Incluso metiéndose en algunos charcos, obsesionado por pelearse con Vox desde la proximidad en el discurso. Una disposición que ha servido de acicate a José María Aznar para volver a identificarse con su partido. Por eso ha vuelto. Para decir que Casado es su líder y el PP su partido. Reconvertido en un líder espiritual y entrenador ideológico. Gustó tanto su intervención que dicen que repetirá en próximos eventos. A pesar de las dos almas que cohabitan en el PP. Más entusiasmados con este retorno los seguidores de Casado que los que se quedaron alineados con Soraya Sáenz de Santamaría; es decir, con Rajoy. Pero los vínculos, cuando se ha producido un relevo en la dirección, suelen tener matices.
Casado tiene un reto interno: recuperar la unidad perdida. Una razón para el optimismo: la gobernanza en Andalucía. Y un motivo de preocupación: la dependencia de Vox. Porque miles de votantes huyeron, primero hacia Ciudadanos y ahora, en Andalucía, también a Vox, decepcionados con el PP de la etapa ‘marianista’.
¿Cómo competir con Vox? Sin trincheras y sin fundamentalismos. La sugerencia es de Nuñez Feijóo. Sus antecesores tuvieron que capear el temporal en circunstancias más adversas de las que quiso recordar Aznar. Es verdad que Casado no tiene la amenaza de ETA. Pero está comprometido con pelear contra el blanqueamiento de la historia del terrorismo. Los que protagonizaron el golpe de mano parlamentario que desalojó abruptamente a Rajoy de La Moncloa son los socios del presidente Sánchez. Algunos quieren romper el país. De hecho, van a ser juzgados por delito de rebelión. Pero Aznar está tranquilo con el PP. Le acaba de pasar el testigo a un ‘pata negra’. Faltan solo cuatro meses para la próxima cita electoral. Los populares quieren comprobar si el pacto andaluz puede extenderse a otros puntos del mapa.