ABC 08/03/17
IGNACIO CAMACHO
· La oferta de Iglesias es puro veneno. Una injerencia tóxica que Sánchez debería repudiar como una falta de respeto
TRES días después de que Pablo Iglesias se la formulara en un programa de televisión, Pedro Sánchez aún no ha rechazado la invitación a presentar una moción de censura conjunta contra Rajoy. La razón por la que debería hacerlo no tiene que ver con que la idea le parezca bien o mal; todo el mundo sabe no sólo que le encantaría, sino que intentó formar ese Gobierno Frankenstein antes de ser derrocado por sus propios compañeros. Sólo que ahora Sánchez no es el líder de los socialistas sino un aspirante a volver a serlo, y por tanto la propuesta de convertirlo en presidente representa una descomunal injerencia en las elecciones de su partido. El simple hecho de que no haya repudiado esta flagrante intromisión con una reacción tajante y rápida demuestra que se encuentra cómodo asumiendo el papel que Iglesias le ha adjudicado: el de candidato de Podemos en las primarias del PSOE.
Una vez más, en su ambición por consumar esa alianza frentepopulista contra el PP, Sánchez se muestra incapaz de entender que es Iglesias, no Susana Díaz ni siquiera Rajoy, su verdadero enemigo. El jefe de Podemos nunca da puntada sin hilo; tiene más capacidad estratégica, mayor soltura táctica y una conciencia clara de su objetivo. Que es el de aniquilar al PSOE o, al menos, sobrepasarlo como referencia de la izquierda y relegarlo a una posición accesoria como primer paso para destruirlo.
La oferta de la moción multipartita para expulsar al PP no es más que una variante poco sutil del abrazo del oso, apreciable para cualquiera menos para el que va dirigida. Iglesias sabe que a Sánchez le gusta esa música, tanto que quiso y no pudo tocarla, y que resulta fácil sugestionarlo con la melodía. También sabe que el desalojo inmediato de la derecha es una idea que seduce a buena parte de los frustrados militantes socialistas, a los que ofrece –él, no su candidato interpuesto– el programa urgente de una tentación sugestiva. Pero sobre todo conoce lo que sucedería si Sánchez ganase las primarias: que Rajoy convocaría de inmediato elecciones y que Podemos saldría de ellas por delante del PSOE: uno o dos puntos por encima.
Su proposición es puro veneno. Por una parte interfiere el debate del PSOE con un claro factor de distorsión en su proceso interno. Por otra cambia el sentido de la presencia de Sánchez en las primarias; ya no estaría compitiendo por el liderazgo del partido sino por el acceso inmediato a la Presidencia del Gobierno. Y por último apuesta por un desenlace real catastrófico para los socialistas, a los que acabaría conduciendo, elecciones mediante, a un papel subalterno. Un político que ha sido máximo responsable de su organización saldría
ipso facto al paso de esta tóxica intrusión denunciándola como una falta de respeto. El silencio del candidato da a entender, sin embargo, que lejos de advertir la trampa no parece en absoluto disgustado con el premio.