- «Españoles con futuro/ y españoles que, por serlo,/ aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno» (Gabriel Celaya)
El ministerio que dirige Pedro Duque va a borrar los nombres de eminentes e ilustres científicos e investigadores españoles de los Premios Nacionales de Investigación para sustituirlos por la mera denominación de la especialidad galardonada. Ahora, el Premio Nacional Santiago Ramón y Cajal pasará a llamarse de Biología. El Menéndez Pidal, de Humanidades. El Gregorio Marañón, de Medicina. Y no son los únicos.
Nada escapa a la reprobación de este Gobierno. Hay que repensarlo todo, reconsiderarlo todo y cambiar el nombre de todo.
La cultura de la cancelación busca imponer el método revolucionario al método de la continuidad y la tradición. Hay una animada disposición a sustituir el antiguo régimen por la impronta del partido, ya sea para dar cancha a todas las teorías críticas o para apostar por un relato revisionista que cambie el curso de la historia mediante el borrado de nombres.
Se trata de una deconstrucción de los valores heredados y de un cuestionamiento de todas las modalidades de lo antiguo que imponga el relato que interesa al poder. Durante la Transición, España había conseguido someter el método revolucionario al de la continuidad y el pacto, apostando por el único de los dos que puede evitar esa patológica lucha perenne entre las derechas y las izquierdas.
En España hay quien ha sabido respetar ese ayer sin dejar por ello de vivir para el futuro, que es una forma de saber estar en el presente. De recordar quiénes somos.
Pero ahora sufrimos una tendencia al revisionismo que abre nuevos debates y resquemores. Tendencia que afecta no sólo a la herencia cultural, histórica, política y científica de España, sino a la propia identidad de la nación española. Santiago Ramón y Cajal fue una figura esencial de la medicina y de la ciencia. Pero fue también crucial para el progreso de la República.
Mi bisabuelo, Francisco Andrés Henche, fue alumno de Cajal. Hace algunos años le pusieron una calle en Talavera. Fue uno de los momentos más importantes de mi vida. Pude ver de dónde viene esta rama de la familia y conocer más cosas sobre este médico y ceramista talaverano. Aún recuerdo que, durante la visita, mi abuelo dijo, apesadumbrado, “no somos nadie”.
Recordar (o borrar) a personas de nuestra memoria colectiva tiene una función. La de conferir identidad. La España que se ha apegado a los símbolos, a la tradición y a la cultura española sabe qué representa ese pasado. Sabe que esa tradición le permite ser lo que es hoy en día.
Hoy, esto está cambiando. Ya no sabemos si en el futuro nos quedarán referentes españoles o si en una o dos generaciones habrán sido completamente olvidados. Esta idea se encuentra también en el poeta José Carlos Llop. Es la idea de que “somos nuestros muertos, ellos son nuestros dioses lares y nos protegen. Pero también hemos de cuidarlos teniéndolos presentes en nuestras vidas, no olvidándolos. Así se establece una unión permanente con el pasado, entendiendo el pasado como el origen y el desarrollo de la civilización a la que pertenecemos. Lo que somos”.
La esfera de la identidad española no deja de estrecharse. Ya no existe casi nada que no pueda ser reconstruido o borrado. Se ha impuesto el imperativo ético de deconstruir, de desafiar, de problematizar y de resistir todas las formas de pensar que apoyen cualquier posible reconciliación con el pasado, encontrando y exagerando la faceta política de personajes ilustres.
Se trata de romper todas las categorías relevantes para las estructuras de poder y el lenguaje que las perpetúa. De expurgar de jerarquía cualquier disciplina del conocimiento para imponer así un sistema de valores nuevo.
La España que se pretende crear está ahora más politizada, precisamente por el borrado de cada vez más nombres. No podemos seguir negando lo que somos. La cultura española debe ser conservada con firmeza y transmitida sin vergüenza. Sin grandes referentes, sin historia y sin raíces, no somos nadie.
*** Cristina Casabón es periodista.