Para algunos ha sido una desagradable sorpresa el brote instantáneo y masivo de antisemitismo que ha seguido a la razzia de Hamás del 7 de octubre. Me refiero en los países occidentales, pues el de los musulmanes se daba por descontado. Para otros, entre los que me incluyo, este brote de odio no sólo a Israel, sino a los judíos como tales -confirmando por enésima vez que el antisionismo solo es, en el mejor de los casos, antisemitismo descafeinado-, ha mostrado la verdadera faz de la guerra ideológica contra la democracia liberal y el capitalismo que tuvo su arranque y episodio más romántico en el mayo del 68, especialmente el francés.
Todo comenzó en París…
Resulta que bajo los adoquines de París que se invitaba a levantar para descubrir playas vírgenes (sous les pavés, la plage!) dormía latente la simiente de un nuevo totalitarismo de cuño típicamente pequeño-burgués, de niñatos privilegiados autoerigidos en sacerdotes de la revolución permanente por la emancipación de todas las víctimas de la Tierra, según las visiones del iluminado pero trastornado psiquiatra Frantz Fanon, cuyo ensayo Los condenados de la Tierra devino manual de cabecera de todo activista antisistema que se preciara (incluso lo leyeron etarras de primera hora).
La fiesta universitaria parisina enlazó con otras alemanas, americanas y de otros países; desde entonces, el espacio que se suponía -sin demasiadas buenas razones para creerlo- más a salvo de teorías antihumanistas, descerebradas y fanáticas, es decir la universidad y el mundo de la comunicación y de la cultura, fue convirtiéndose en vivero y difusor de nuevas formas de totalitarismo que han ido tomando el relevo de las anteriores desacreditadas por la derrota, como el nazismo, o por el fracaso, como el comunismo. Permítaseme subrayar esto: desacreditadas por la derrota o el fracaso, no desautorizadas en el fondo ni amortizadas como ideologías inhumanas y catastróficas.
El revival del antisemitismo es ahora la expresión más elocuente del renacer totalitario
… y siguió en los campus americanos más elitistas
El revival del antisemitismo es ahora la expresión más elocuente del renacer totalitario. No es casualidad que las reverenciadas -sin motivo en lo que a las humanidades se refiere- universidades de élite de Estados Unidos hayan sido estos días escenario de pronunciamientos antisemitas oficiosos, y de escrache y acoso a estudiantes judíos americanos, culpados del presunto genocidio en Gaza.
Esas mismas universidades llevan cincuenta años amparando y promocionando todas las teorías derivables de la french teory del mayo 68 y sus principales héroes intelectuales (Sartre, Foucault, Derrida), produciendo tóxicos mejunjes ideológicos resumidos como wokismo o movimiento woke. La activista y panfletaria -me niego a llamarle filósofa- Judith Butler, definió a Hamás y Hezbolah como organizaciones democráticas antiimperialistas; es más conocida como teórica de la ideología queer, musa de la ley trans podemita y una de las figuras más admiradas en los campus españoles, teatros habituales de actos izquierdistas antisemitas. Muchos años antes, Michel de Foucault, gurú fundamental del pensamiento posmoderno posestructuralista, defendió la revolución iraní de los ayatolás como un ejemplo sublime del derecho a la rebelión (años después y tras muchas ejecuciones rectificó esa primera impresión…) En resumidas cuentas, la defensa del antisemitismo y del terrorismo islámico nunca ha tenido una defensa occidental con mejor pedigrí.
Parece que el 7 de octubre no pasó nada destacable, que Hamás no cometió ninguna atrocidad ni perpetró un ataque terrorista masivo, sin previa provocación y dirigido contra civiles desarmados
Pero si antes las acusaciones contra Israel -sin duda fundadas en muchos casos- iban acompañadas por un mínimo decoro del rechazo del terrorismo palestino o islamista, ahora casi ha desaparecido: parece que el 7 de octubre no pasó nada destacable, que Hamás no cometió ninguna atrocidad ni perpetró un ataque terrorista masivo, sin previa provocación y dirigido contra civiles desarmados. Antes de que Israel tomara represalia alguna, proporcional o desproporcionada, la inquisición antisemita estaba a pleno rendimiento; es la que Goebbels llevó a la perfección, solo que ahora los palestinos sustituyen a los alemanes arios como víctimas, e Israel a la judería internacional. En Alemania y Francia se han estampado estrellas de David azules en las casas donde viven judíos, como en víspera de la kristallnatch.
La explicación no debe limitarse a que en Europa hay millones de inmigrantes musulmanes claramente propalestinos. El problema es que muchos europeos nativos también apoyan las manifestaciones pro Hamás; en contraste, hay pocas convocatorias de actos en solidaridad con las víctimas israelíes, asesinadas o secuestradas, y en todo caso son mucho más modestas. En otro reciente artículo sobre el antisemitismo expuse las estrechas relaciones existentes entre esta ideología antihumanista y el rechazo de la democracia liberal y sus valores, especialmente los de pluralismo, igualdad y libertad de conciencia. ¿Hacía falta alguna coincidencia más?: pues ya la tenemos en la actitud antisemita oficial de algunos gobiernos de izquierda reaccionaria latinoamericana, el modelo de la nuestra, que han llegado a romper relaciones con Israel en el caso de Bolivia.
Es esa misma gente que aquí votará siempre al PSOE (y a los separatistas) con tal de que no gobierne la derecha (o los españoles), aceptará atrocidades y tragará carros y carretas
Están saliendo a la superficie procesos profundos de autodestrucción en el seno de nuestras sociedades. En conjunto, es el fenómeno conocido como radicalismo pequeño burgués, la adopción por buena parte de la clase media acomodada, esa que vemos desfilar, ufana de su rebeldía y satisfecha de su buena conciencia, en las manifestaciones antisemitas españolas y europeas. Clase que es la mayor con diferencia de nuestras sociedades, pero que acoge fácilmente ideas destructivas aparentemente contradictorias e incoherentes con su estilo de vida materialista, conformista y superficial, simpatizante sin embargo con toda expresión de ataque al sistema, siempre que no les toque sus derechos, propiedades ni rentas.
Es esa misma gente que aquí votará siempre al PSOE (y a los separatistas) con tal de que no gobierne la derecha (o los españoles), aceptará atrocidades y tragará carros y carretas si es el precio, barato, por sentirse crítica, rebelde y luchadora. Considera el bienestar material un derecho y exige protección al estado a la vez que aplaude a todos los nuevos bárbaros que aparecen ante las puertas de la ciudad de los privilegiados que, aunque lo ignoren, no es sino la suya y son ellos mismos. Es el resultado de un cóctel venenoso de populismo narcisista, irresponsabilidad moral, miedo al futuro, rechazo del pluralismo, antielitismo cultural, nihilismo autoritario, decisionismo político y otros ingredientes que tiempo habrá de ir desmenuzando.
Tienen un buen resumen de la cuestión en el libro de mayor éxito internacional de José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, de 1929. Resulta que los fantasmas de esa época tenebrosa llaman a la puerta casi un siglo después.