Ignacio Camacho-ABC
- Lo que la nación espera de la Corona en Nochebuena es que transmita un mensaje de solidaridad, esperanza y fortaleza
En el año de la pandemia, con el país angustiado ante la tercera ola del coronavirus y la procelosísima cuesta de enero, Sánchez e Iglesias se han empeñado -así lo ha dicho el segundo de modo expreso- en convertir la cena de Nochebuena de los españoles en un debate político doméstico. A tal efecto pretenden usar nada menos que la figura de Felipe VI, al que presionan para que condene la conducta irregular de su padre en el tradicional mensaje navideño. La intrusión excede con mucho la facultad constitucional de refrendo: el derecho del Ejecutivo a conocer el texto, sugerir ideas y otorgar el visto bueno no le concede un privilegio de injerencia que está alcanzando términos de verdadero mangoneo. Una cosa es que la alocución real tenga limitada su autonomía respecto a los objetivos y la estrategia del Gobierno y otra muy distinta permitir que en su redacción metan mano los escribas de Podemos.
Según el último barómetro del CIS, la monarquía preocupa al 0,3 por ciento de los ciudadanos. La proporción sube a un «abrumador» 0,9 entre los votantes del partido morado, cuyo líder sostiene sin sonrojo que la aspiración republicana goza de apoyo mayoritario. Estas cifras, en cualquier caso, no son óbice para considerar reprobables los tejemanejes financieros de Don Juan Carlos aunque sobre su encaje penal tendrán que pronunciarse la Fiscalía y los tribunales del Estado. Pero sólo desde un sectarismo cerrado se los puede considerar entre los principales problemas del año. La presión gubernamental sobre la Zarzuela, ejecutada de manera pública y privada por Carmen Calvo, responde al apremio de sus aliados por amplificar el escándalo y a la voluntad sanchista de arrinconar al Rey en un papel subsidiario. Y sería una ingenuidad pensar que los que le obligan a ir a Cataluña a cencerros tapados van a conformarse con una mención de soslayo, como no se conformaron con la contundente repulsa de marzo -retirada de la asignación incluida- ni con la expulsión del Emérito a principios de verano.
Lo que se espera de la Corona en Navidad es que su titular transmita un mensaje de solidaridad, esperanza y fortaleza. Solidaridad con el sufrimiento de la nación, con las víctimas de la tragedia, con el esfuerzo de la sanidad, con las dificultades sociolaborales y con el tejido productivo en quiebra; esperanza de un pronto final de la pandemia y fortaleza institucional ante las amenazas contra la estabilidad del sistema. No sobraría una referencia a la ejemplaridad ética pero eso no apaciguará a los pescadores de aguas revueltas. Sólo que el discurso no es para ellos sino para España entera, la España angustiada y afligida que reclama liderazgo moral, empatía y unidad en la defensa de sus bases de convivencia. El único momento en que los españoles tenemos al Monarca invitado a nuestra mesa no es para que nos hable de los líos de su padre con Hacienda.