Luis Ventoso-ABC

  • Su discurso no es un problema; un vicepresidente contra la Constitución, sí

Oh milagro laico. Iglesias Turrión, el perezoso líder neocomunista que ostenta cargo de vicepresidente, ¡ha trabajado un sábado! Se celebraba una reunión del Politburó de Podemos y Querido Líder se materializó telemáticamente. Su mensaje consistió en perseverar en su campaña contra la Monarquía parlamentaria, consagrada en una Constitución que por cargo tiene el deber de defender. «La idea republicana ya es mayoritaria en nuestro país», zanjó. Una boutade, pues no existe encuesta que sustente tal afirmación, y sí muchas que ratifican que él es el dirigente peor valorado, mientras Felipe VI desborda a la clase política en aprecio. El vicepresidente animó a las familias a debatir «sin miedo» esta Navidad sobre la monarquía, que equiparó con la corrupción. Además expuso su plan para España: una República que generará «un país más igualitario» (léase fiscalmente abrasivo y hostil a las empresas y a quienes prosperen, es decir: socialista). Un país «más laico, frente a la irracionalidad y el terraplanismo de la extrema derecha monárquica» (es decir: acoso gubernamental a los católicos, algo que ya ha comenzado con las leyes de educación y eutanasia). Un país «plurinacional y más federal» (es decir: una España convertida en una federación de países con lazos tenues y donde se reconocería de facto la independencia de Cataluña y el País Vasco). Tenemos por lo tanto un vicepresidente que anuncia claramente un plan para liquidar el orden constitucional, devaluar la unidad nacional y constreñir la economía de mercado y la libertad religiosa. Todo bajo la silente bendición de Mi Persona, que aunque de cuando en vez hace alguna declaración ritual de apoyo a la monarquía y la Constitución, en la práctica permite sin decir ni pío que la mitad de su Gobierno se dedique a erosionar nuestra democracia (al igual que las Juventudes Socialistas).

Con este panorama, y cuando se cierra un año en que el sanchismo ha dado un recital de incompetencia, el Gobierno y su medios de cámara han iniciado una burda campaña de presión sobre Felipe VI a cuenta de su discurso navideño. De manera bastante patosa intentan abrir un debate artificial sobre la alocución del Rey, como cortina de humo que tape las miserias de una pésima gestión del Covid (lo último, la envainada con los vuelos de Londres). Le exigen prácticamente que se inmole en televisión por la mala conducta de su padre, cuando Felipe VI ya la ha sancionado reiteradamente, aceptando incluso ese delirante destierro preventivo al que se condenó a Juan Carlos I, fruto de la presión de Sánchez y Calvo.

El discurso del Rey es muy importante. Pero por otro motivo: por primera vez desde la fracasada II República sufrimos un Gobierno con ministros que van abiertamente contra la Constitución y asociado a partidos separatistas antiespañoles. Sería estupendo que el Rey hablase claro, sí. Pero no de su padre, sino de la insólita felonía de este Gobierno, inadmisible en cualquier democracia de solera del mundo.