ABC 17/04/15
DAVID GISTAU
· Un síntoma del nivel de Pablo Iglesias es que crea que nuestro mundo se explica a través de una serie entretenida
LA distracción. En eso consiste el truco de magia. Desviar la atención hacia la anécdota para que no se vislumbre la categoría. Pablo Iglesias hizo en el Parlamento europeo un truco de distracción y logró que todos los comentaristas se dedicaran ayer a hablar de «Juego de tronos». Cuando la categoría era otra: el ansia casi suplicante de Iglesias de pertenecer a la casta, de hacerse fotografiar junto a la casta, con apenas algunas particularidades indumentarias. En definitiva, de establecer un primer contacto, preparatorio de toda una vida de despachos rutinarios, quién sabe si alguna vez en Marivent y en guayabera, con el heredero biológico y político del autor de la engañifa lampedusiana que hasta hace bien poco él veía en el régimen del 78 que era necesario liquidar. Pablo Iglesias no va a quedarse en la intemperie, como los que hablan de república y por creérselo se pierden el apretón de manos y el vino español posterior, suponiendo que lo hubiera. Pablo Iglesias pasa por el besamanos como cualquier otro actor del sistema, y a lo mejor hasta termina colocando la fotografía dedicada encima del piano.
Otra cuestión es que incluso en esos trances tan controlados por el protocolo necesite demostrar que es más listo que cualquiera y además muy libre y colegueador. Entonces es cuando regala el Blu-Ray –¿qué fue de los políticos que recomendaban libros en lo de Bernard Pivot y eran capaces de poner de moda a Yourcenar?– como quien ofrece al rey un producto regional gastronómico, y el rey busca con la mirada a un asistente para deshacerse de la caja de polvorones cuanto antes. Un día le darán un niño para que lo bese y, en la confusión, también se lo arrojará a un coronel.
Un síntoma del nivel de Pablo Iglesias es que crea que nuestro mundo se explica a través de una serie entretenida, pero de espadas y fantasía y dragones y enanos priápicos y todo residualmente shakespereano. Un síntoma de su petulancia es que crea que el Rey necesita que él le explique cómo es el mundo, y que además lo haga con displicencia, tirándole un vídeo, hala, empieza con esto. Jiménez Losantos hizo ayer una observación de la que me apropio: cómo va a necesitar recurrir a la ficción para enterarse de qué es un juego de tronos el hombre cuyo apellido es compartido por un decapitado en la guillotina. El hombre que desciende de varios siglos de manejos sutiles de las conspiraciones y el poder y, más directamente, en su inmediato eslabón genealógico, de un Rey que sobrevivió a uno de los tiempos más volátiles de España y al que Pilar Urbano hasta imaginó azuzándole un pastor alemán a Adolfo Suárez, como un Lannister. Que sí, hombre, que un Rey español cuyo abuelo estuvo exiliado y que no ha hecho en su vida más que cocerse en el caldo de la historia necesita que venga un profesor con falsas veleidades revolucionarias a explicarle con un programa de la tele qué son el poder, la política y los juegos a los que juegan los reyes.