Juan Pablo Colmenarejo-ABC
- El discurso de Don Felipe levanta acta, constancia de lo obvio en todas sus líneas. 43 años después, la Constitución sufre en silencio su ninguneo
Sucede que el Rey pide «respeto, reconocimiento y lealtad» para la Constitución en esta España nuestra, mi querida España; versos cantados por Cecilia. La noche de Nochebuena, entre antígenos y tapabocas, con fatiga pandémica, suspiro va, suspiro viene; a metro y medio de distancia, con las ventanas abiertas, por si acaso. ¡Qué corra el aire! Nunca un discurso del Rey Felipe VI suena hueco o vacío. Ni tampoco la otra noche, tan ventilada, se percibió un exceso de perfume gubernamental salvo que se le quiera adjudicar al monarca constitucional un papel alejado de su poder moderador. De sobra tiene la asignatura aprobada desde el primer día y con nota alta aquella noche del octubre sedicioso y golpista en el 17.
El Rey pide lo que no hay y por desgracia ni está ni se le espera. Falta «respeto, reconocimiento y lealtad» al 78. Y las ausencias no se cubren por quienes deberían hacerlo. El Gobierno de Sánchez-Díaz, con los arietes anti-sistema dentro y fuera del Consejo de ministros deja, por conveniencia, flancos abiertos al paso de las termitas.
El discurso del Rey levanta acta, constancia de lo obvio en todas sus líneas. 43 años después, la Constitución sufre en silencio su ninguneo. El nacionalismo anti-78 no va a dejar pasar esta oportunidad. Ahora o nunca con un Gobierno necesitado de sus apoyos para llegar al día siguiente. Ni respeto, ni reconocimiento, ni lealtad constitucional si de este viaje obtienen la tajada definitiva. Sánchez convocará elecciones en cuanto las encuestas den la opción a Frankenstein para otros cuatro años. A la vuelta de las navidades, con el presupuesto aprobado y con la pandemia en manos de los desbordados gobiernos regionales, solo queda esperar el momento más conveniente para su interés y el de sus ansiosos aliados independentistas. Le incomoda la oposición, pero la que se ejerce desde Bruselas donde ponen las líneas rojas, por ejemplo, para una contrarreforma laboral más bien chiquita. Sánchez pretende sacar adelante a España con el dinero europeo mientras se apoya en los instigadores de una permanente crisis política que nos impide salir de la económica. Y luego dirán que el Rey no dice nada.