Agustín Valladolid-Vozpópuli
La destrucción de la Monarquía se ha convertido en una de las pocas banderas que puede airear Podemos para compensar sus frustraciones como partido de gobierno
“Sánchez asume que habrá que retrasar la jubilación y hacer reformas laborales”. Ahí estaba. La noticia publicada el martes en este periódico por Luca Costantini no sorprendió a casi nadie de los que manejan información de primera mano en los entornos del poder. Tampoco a Pablo Iglesias. En Unidas Podemos hace semanas que se da por descontado el giro del Gobierno hacia la ortodoxia económica. Y toman distancia. 140.000 millones de euros tienen la culpa. Iglesias no quiere saber nada de ajustes, disciplina fiscal o control del déficit. Ese es el negociado de Calviño.
Los sacrificios que los asuman otros. Una suerte haber tragado con las condiciones impuestas por Sánchez para formar Gobierno y no tener apenas competencias. Nosotros a lo nuestro. A ejercer de oposición desde dentro. No hay margen. Como mucho subirse al carro de las medidas que otros cocinan, como el Ingreso Mínimo Vital, producto de la factoría Escrivá, o la Ley de Protección del Menor, rescatada de un cajón de la Moncloa para mayor gloria del vicepresidente. El coronavirus ha despedazado la agenda social. Pero hay más agendas.
La pandemia va a echar por tierra la agenda social, y cuando Calviño saque la tijera lo único que justificará a Podemos es haber colocado a la Corona en una «situación imposible»
Nosotros, verdad Irene, sí tenemos plan B (que en realidad era el A). El que nos legitima como auténtica fuerza de izquierdas: desmilitarizar la Guardia Civil (gran estupidez), situar nuestros peones en la CNMC (objetivo cumplido), hacernos un hueco en el Consejo del Poder Judicial (en ello estamos) y otro en el CNI (hecho), redoblar nuestra influencia en RTVE… Y, por encima de todo, el proyecto estrella, el que va a justificar sobradamente ante nuestro electorado que miremos para otro lado cuando Nadia saque la tijera: colocar a la Monarquía parlamentaria en una “situación imposible”.
Así describía el estado de la cuestión La Última Hora, el digital apadrinado por Iglesias, al día siguiente de conocerse que la Fiscalía del Tribunal Supremo asumía la investigación de las comisiones del AVE a La Meca que supuestamente cobró el Rey emérito: “Los socialistas nunca pensaron que se fuera a plantear un referéndum sobre el futuro de la monarquía, pero el republicanismo va ganando cada vez más adeptos (…). Si finalmente el Supremo juzga el cobro de comisiones por Juan Carlos de Borbón, el PSOE tendrá serios problemas para encontrar argumentos favorables a la perpetuación de un régimen monárquico”. Y si no lo juzga, también, o casi peores, añado yo.
Echenique: «Un buen momento»
La campaña está en marcha; y ahora se relanza. Los medios afines dedican sus mejores espacios al emérito y, aprovechando el ambiente creado, promueven ociosas consultas cuyo resultado se conoce de antemano, al tiempo que indirectamente llaman a la insubordinación fiscal con una afirmación falaz: “El pueblo español, titular de la soberanía, nunca ha sido consultado sobre si prefiere pagar sus impuestos en una monarquía o en una república”. Como dando a entender que en una república los impuestos se fueran a pagar de otra manera. Como si los españoles no hubiéramos respaldado por abrumadora mayoría la vigente Constitución.
El plan B es acabar con el mal llamado “Régimen del 78”. Lo dijimos aquí hace un par de meses: el emérito es caza menor; el objetivo era y es Felipe VI, y la clausura definitiva del modelo de Monarquía parlamentaria. El hecho de que ocho de los diez países con mayor calidad democrática sean monarquías, según la clasificación que elabora la ONG Freedom House, no parece argumento con peso suficiente para plantear con calma y tiempo el debate. Lo repito: la consigna es ahora o nunca. “Es un buen momento”, que diría Echenique.
A falta de nacionalizaciones o contrarreforma laboral, Iglesias se dispone a proponer a su electorado un menú alternativo elaborado a base de ideas peregrinas pero eficaces
O se aprovecha el clima y las dudas que dejan en la opinión pública las, como mínimo, cuestionables prácticas del emérito, o el heredero es muy capaz de aguantar el tirón y remontar el vuelo. Hasta Pablo Iglesias reconoce en Felipe VI las actitudes y aptitudes que distinguen a un buen gobernante. Mala suerte que la destrucción de la Monarquía se haya convertido en una de las pocas banderas que puede airear Podemos para compensar sus frustraciones como partido de gobierno y frenar la deserción de parte de su electorado. No es nada personal. Cuestión de supervivencia.
La pandemia solo ha sido un paréntesis que ha obligado a corregir la estrategia, y no precisamente para demorar la consecución del objetivo perseguido. Muy al contrario: los sacrificios que nos acabará imponiendo Europa sitúan al jefe del Estado en el centro de la diana. ¿Por qué? Simple. A falta de, por ejemplo, nacionalizaciones, contrarreforma laboral, o eliminación progresiva de los copagos (sistema, por cierto, puesto en marcha por los socialdemócratas suecos en el siglo pasado), Iglesias se dispone a proponer al electorado de izquierdas un menú alternativo elaborado a base de ideas peregrinas pero eficaces, incremento de la confrontación y supresión de la Corona.
¿Qué hará Pedro Sánchez?
Para ello, el camino a seguir es (1): culminar, con la entusiasta colaboración de los nacionalismos varios, en especial los más radicales, el proceso de desprestigio de la Corona en Cataluña y País Vasco, y vender así la idea de que la única forma de evitar que estallen las costuras del Estado es poniendo al Rey de patitas en la calle; y (2): ampliar ese simplón estado de ánimo, todavía hoy minoritario pero en aumento, que no tiene en cuenta el papel angular del monarca y sostiene que no merece la pena dar la cara por esta panda de gandules.
La pregunta que a continuación surge de manera natural es qué posición adoptará un Pedro Sánchez necesitado para acabar la legislatura del apoyo de los confabulados en la operación. ¿Se pondrá de frente, de perfil o de espaldas? El presidente del Gobierno sabe que esa es una de las líneas rojas que hoy por hoy no puede rebasar. Pero también está puntualmente informado de cómo desciende el apoyo a la Monarquía cada vez que aparecen nuevas noticias sobre la conducta de don Juan Carlos.
Haga lo que haga, lo que sí debiera tener en cuenta el líder socialista es que la pasividad no es una opción. Que permitir que se abra este melón en el peor momento (lo siento, Echenique), con una crisis sanitaria todavía en curso y unas variables económicas que se anuncian terroríficas, no sólo sería una mayúscula irresponsabilidad, sino que le convertiría en cómplice de los que se disponen a desviar la atención de su incompetencia reactivando, a cuenta del emérito, la insensata operación de deterioro de la Monarquía que pusieron en marcha hace tiempo; de los mismos que, de salirse algún día con la suya, para cuando hayan acabado ya casi no quedará nada en pie, ninguna institución será ajena a los intereses de estos defensores del pueblo (sic), y a los ciudadanos se nos hará entrega de una república construida sobre la demolición del único proyecto de verdad colectivo que los españoles hemos sido capaces de compartir en el último siglo.