Félix Madero-Vozpópuli
- Ya no hay duda, el objetivo es la Monarquía, y es Felipe VI, al que le cortan las alas y lo dejan en ridículo
Callados, menos Felipe González y un joven valiente de Galdácano que se llama Víctor Trimiño y que ha tenido la valentía, sí, la valentía, de afirmar que el PSOE está blanqueando a Bildu, no conozco a un sólo socialista con los arrestos suficientes para decir lo que muchos vemos y ellos no. En público, claro. En privado les pasa como a los torerillos frente al espejo: todos hacen faena y cortan oreja. Se cumplirá la sentencia del pastor Niemöller: Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada. El PSOE, si existe, no está. O está, como tantas veces en sus más de cien años de historia -y cuarenta de vacaciones-, de aquella manera en la que dieron y escondieron la mano. Es difícil, es muy preocupante esta situación que viene marcada por un PSOE débil y trastornado que, como la montaña, terminó pariendo un ratón poderoso y con una sola idea en el magín: conseguir el poder y conservarlo. He de reconocer que me costó creerlo. Incluso que taché de exagerados a aquellos que anunciaban lo que hoy se cumple. Siempre cree uno que hay margen para la claridad y la política con mayúsculas. Ya no. Abandonemos toda esperanza. Lo que vivimos es para recordar.
Qué piensan los socialistas de entonces
Dónde está Ramón Jáuregui, dónde Joaquín Almunia y Alfonso Guerra. Qué piensa Virgilio Zapatero, y qué Javier Fernández, Enrique Barón, José María Maravall, Juan Carlos Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Tomás de la Quadra-Salcedo, Javier Solana, Carlos Solchaga, Barreda, Lerma…Y qué pensarían Manuel Marín, Rubalcaba, Enrique Múgica o Jorge Semprún. Fueron gente con fundamento, con sus sombras, claro, pero con un sentido de Estado y de la lealtad institucional que dio réditos durante años a España. ¿Por qué callan si no todos están muertos? Por qué dejan sólo a Felipe González, el único que afirma estar dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para que la republiqueta de Pablo Manuel Iglesias no triunfe.
¿Es González un viejo cascarrabias porque denuncia que han llegado al Gobierno gentes que traen la semilla de la autodestrucción del país como Estado de Nación? Y es un perturbado, un político insensato por decir lo obvio: que no se pueden hacer unos presupuestos de país con aquellos que quieren destruir el país. Nuestro país.
Tras esto, silencio en el PSOE. Razón tenía R.L.Stevenson cuando escribió que las mentiras más crueles son dichas en silencio.
Van a por los dos Felipes
Ha sido abrir la boca Felipe González y no ha tardado dos días el Gobierno en anunciar que La Moncloa prepara una ley para desclasificar los papeles secretos hasta 1978, sin llegar al GAL. Felipe, cuídate. Aviso de los tuyos. O los que sean los tuyos. Hasta el GAL, Felipe, hasta el GAL, de momento.
En silencio está el señor de La Moncloa. Silente quedó tras la embestida del ministro más inane de la democracia, Alberto Garzón, un ministro con la misma utilidad que un cenicero en una moto, pero que arremete con saña y furia contra Felipe VI. Puede que el presidente no pueda cesar a un ministro que él no nombró, que lo hizo Iglesias, pero calla. No dice nada. Y el que calla por lo general siempre está otorgando.
Es ese silencio que dura tanto del presidente del Gobierno el que desconcierta y da derecho a pensar que tiene un plan que pasa por mover los cimientos de la España constitucional. Quizá estemos en una nueva versión de aquello que sostenía Arzallus, con la diferencia de que ahora quien mueve el árbol es Podemos y quien recogerá las nueces será el partido de Sánchez. Ya ven que me cuido mucho de no nombrar a aquello que no existe, y por eso no nombro al PSOE.
Felipe VI, parecer lo que es
Nadie fue tan lejos con el jefe del Estado. Ya no hay duda, el objetivo es la Monarquía, y es el Rey, al que cortan las alas y dejan en ridículo. A este paso los niños empezarán a recibir encargos de sus profesores para que hagan una redacción con el título de ‘¿Para qué sirve este Rey?’
Si no puede dar los despachos a los jueces que van a impartir Justicia en su nombre. Si el jefe del Estado no puede viajar libremente por una parte del Estado porque el Gobierno se lo impide. Si el Rey ha quedado para presidir congresos de Colegios profesionales e inauguraciones de cursos universitarios. Si el presidente de su Gobierno se comunica con él a base de mensajes de SMS. Si los ministros que le prometieron lealtad lo insultan y ningunean. Si calla y calla y no se puede defender. Si le acusan de maniobrar -de maniobrar-, contra el Gobierno porque cogió el teléfono y le dijo a Carlos Lesmes que a él le hubiera gustado estar en el acto al que no le dejaron ir. Si el magistrado que invita a los nuevos jueces a pronunciar un sentido ¡Viva el Rey!, resulta que por eso «se ha pasado tres montañas», en expresión del ministro de Justicia. Si esto es así, y suma y sigue, lo normal es que hasta el menos avisado empiece a preguntarse sobre la utilidad de tener un Rey.
Hubo un tiempo en que Alfredo Pérez Rubalcaba me explicaba con sencillez lo fácil que le era diagnosticar el estado de las cosas cuando ETA mataba, extorsionaba y daba miedo.
-Cuando los veo tranquilos, yo estoy incómodo. Cuando ríen, sé que vamos a llorar.
El Gobierno guarda silencio
Cuando veo a Alberto Garzón todo ufano arremeter contra una institución que no puede y además no sabe defenderse, yo me preocupo. Cuando insisten con la república plurinacional, yo me agarro a la Monarquía Constitucional. Lo único sensato de todo esto es que desde hace un tiempo quiero ser y estar exactamente en el punto contrario donde ellos están, lo que me ahorra muchas reflexiones. Ese tiempo que no pierdo.
He vivido muchos años sin preguntarme si era o no monárquico. Muchos, sin echar de menos una república quizá porque, de hecho, ya la tenemos aunque sea coronada. Ahora me lo pregunto y me respondo con la praxis simple y perfecta de Rubalcaba: si estos son los que quieren la república, yo decididamente no.
Nunca pensé que lo iba a escribir, pero estoy con el Rey. Sin ambages. Hoy más que nunca. A pesar de su entorno, de su Casa, de sus tibios consejeros. Felipe VI tiene una extraordinaria oportunidad de demostrarnos lo que no le hace falta demostrar: que no es tonto. Él sabe que esto no va a parar. Que lo quieren enviar al paro. Que da un no sé qué preguntarse si su hija será alguna vez reina de España. Por eso resulta tan incomprensible su inacción. Y no tanto la suya sino la de aquellos que le rodean. Por una llamada telefónica lo ha acusado un ministro comunista de maniobrar contra el Gobierno. ¿Qué será lo próximo? Por de pronto ni un sólo ministro ha salido en su defensa. Apúntelo en su agenda, Señor. Sostenía Rafael Sánchez Ferlosio: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos». Lo clavó como si de un profeta de verdad se tratara.