Francesc de Carreras-EL CONFIDENCIAL

  • El periodo que va desde julio de 1976 a julio de 1977 es el más difícil, crítico y comprometido de la Transición. Supone el paso de una dictadura a un sistema de libertades

Esta ha sido la semana del 23-F: 40 años, un número redondo. Los demócratas estaban obligados a conmemorar esta fecha, tanto los veteranos, que no olvidan la inquietud de aquella tarde y noche, como los más jóvenes, que no habían nacido o guardan solo borrosos recuerdos.

Juan Francisco Fuentes, catedrático de Historia de la Complutense, ha publicado un breve y sólido libro que lleva por título: ’23-F de 1981. El golpe que acabó con todos los golpes’. ¿Es acertado el título? Sin duda, aquel grotesco aunque peligroso intento de poner fin a nuestro incipiente sistema constitucional acabó con todos los golpes de Estado protagonizados por los militares, toda una tradición en la España liberal, desde Riego hasta Franco.
Pero en las democracias avanzadas del siglo XXI, los golpes de Estado ya no los dan los militares, las técnicas para ejecutarlos han cambiado, son más sutiles y más lentas, no duran horas, sino años, son procesos (‘procés’, no es casualidad) de desgaste de las instituciones y desorientación de la opinión pública, tratan de engañar a los ciudadanos con noticias falsas e ideas deliberadamente confusas e insidiosas. Es ese mundo de la llamada posverdad, que en el lenguaje de siempre significa mentira.En este sentido, el libro de Fuentes es un modelo de lo contrario, el propio de un historiador académico: no afirma nada que no esté probado y denuncia como dudoso o falso aquello que no lo está. Así pues, no es un libro que acaba con todos los libros sobre el 23-F, pero refuta o pone en duda, contrastando datos y argumentos, las teorías imaginativas —sin pruebas— de muchos otros libros sobre el tema.

Una de las más frecuentes es que el rey Juan Carlos era su principal instigador y, en consecuencia, fue para él, contra toda evidencia, un fracaso personal. O bien la que sostuvo Pablo Iglesias en una de sus clases del año 2012 —un vídeo lo prueba—, según la cual, en realidad, bajo un aparente fracaso, fue un triunfo del Rey y de las fuerzas conservadoras y el origen del ‘régimen del 78’, el enemigo a batir. Para demostrarlo, en dicha clase, como argumento de autoridad, comenta la letra de la canción de un rapero que tiene la misma profundidad teórica que las del hoy tristemente famoso Hasél. ¡Pobre universidad!

Pero esta conmemoración tan justificada del 23-F puede haber dado la impresión de que su decisiva intervención en ese día ha sido su principal tributo a la democracia en España desde la muerte de Franco. Ello resultaría manifiestamente injusto con la verdad histórica, porque dejaría en la penumbra la función más importante que tuvo Juan Carlos en el cambio político, literalmente, desde el principio.

En efecto, a los dos días de morir Franco, exactamente el 22 de noviembre de 1975, tras su juramento como Rey en virtud de la entonces vigente legislación franquista, pronunció una alocución muy significativa de sus intenciones de cambio democrático, si lo interpretamos en el contexto de entonces. Por un lado, aludió a la libertad, a su deseo de actuar como moderador y como promotor de la justicia, a justificar su función de rey en el servicio al pueblo, y en que una sociedad libre y moderna requiere la participación de todos. Todo ello, palabras vagas a las que se podían dar sentidos muy distintos.

 Pero lo más notable no fue tanto lo que dijo sino lo que se calló: no hizo referencia alguna ni a los Principios del Movimiento Nacional, establecidos en una ley fundamental entonces vigente, ni a cualesquiera otra de las demás leyes fundamentales. Algo insólito en aquellos tiempos, en aquel lugar y, sobre todo, en aquel acto. Sin duda, algo empezaba a cambiar y la inquietud empezó a cundir entre los viejos franquistas.
Ciertamente, a partir de este discurso, pronunciado tan solo dos días después de la muerte del dictador, con las cautelas debidas que demuestran la inteligencia del monarca y de sus consejeros más próximos, empezó el cambio. Lento al principio al mantener a Arias Navarro como presidente del Gobierno, pero acelerado después al exigirle su cese y, siempre de acuerdo con las leyes vigentes, designar presidente a un desconocido Adolfo Suárez. Estamos a primeros de julio de 1976. Pues bien, antes de un año, el 15 de junio de 1977, se celebraban elecciones libres, se constituían las Cortes Generales y a finales de julio se decidía elaborar una Constitución.
 

Lo difícil fue discurrir entre las aguas turbulentas del franquismo, especialmente desde el nombramiento de Suárez

El periodo que va desde julio de 1976 a julio de 1977 es el más difícil, crítico y comprometido de la Transición. Supone el paso de una dictadura a un sistema de libertades, faltaba completarlo con una Constitución, pero ya estábamos en democracia: garantía de derechos fundamentales, gobierno representativo, división de poderes y supremacía de la ley.
En virtud de la Ley para la Reforma Política —una ley breve y efectiva, un prodigio jurídico—, el Rey ostentaba más poderes que tras la muerte de Franco y los aprovechó para ser el garante de que la Constitución sería aprobada libremente por las Cámaras y por el pueblo español en referéndum. En ella, se consagraba una monarquía parlamentaria en la que el Rey no tenía poder político alguno, aunque sí funciones y deberes que luego aprovechó para contener, en pocas horas, el golpe de Estado del 23-F.
No fue lo más difícil que hizo en defensa de la democracia. Solo autoridad, llamadas telefónicas exigiendo respeto a la Constitución y discurso televisado para tranquilizar a los españoles. En realidad, lo difícil fue discurrir entre las aguas turbulentas del franquismo, especialmente desde el nombramiento de Suárez hasta las elecciones del 15 de junio. Esa fue la gran contribución de Juan Carlos a la democracia, entonces, tuvo el máximo protagonismo.