Lucía Méndez-El Mundo
El catedrático Antonio Torres del Moral sigue impartiendo su magisterio en la UNED, por más que se haya jubilado. El prestigio de este gran estudioso del Derecho Constitucional descansa en las miles de páginas de libros, estudios y documentos que ha escrito sobre el constitucionalismo español. Dentro de esa disciplina, es el mayor experto en el «Título II. De la Corona».
Pregunta.– ¿Qué balance se puede hacer de los más de tres años de reinado de Felipe VI?
Respuesta.– Es pronto para hacer un balance con proyección, pero hasta ahora es positivo. Hay un evidente cambio de estilo en relación con su padre. Juan Carlos era un Rey muy de relaciones públicas, de distancias cortas. Felipe es un monarca más de despacho, de estudio y de reflexión. A la ciudadanía no le disgusta este cambio porque se le ve muy en su papel, consciente de sus responsabilidades. Es un Rey que no tiene distracciones. El cambio de estilo le ha venido bien a la Monarquía, porque significa que la institución no está acartonada, que evoluciona con el tiempo, y adopta el carácter y la personalidad de quien lo encarna.
P.– ¿Es poco Borbón, diría usted?
R.– El Rey es más Grecia que Borbón. Es un hombre muy preparado jurídicamente. Que sabe llevar reuniones de trabajo, yo he participado en alguna sobre la reforma de la Constitución, sobre todo en el orden sucesorio. Saber que tenemos al frente del país a una persona que ha estudiado, que sabe y que enfoca bien los problemas da una cierta seguridad. Significa que no se va a dejar llevar por primeras impresiones.
P.– ¿Tiene su propio criterio?
R.– Creo que sí, no es manipulable. Y es muy consciente, yo mismo se lo he escuchado, de que se tiene que ganar el aprecio como jefe del Estado.
P.– ¿Acertó al ir a la manifestación de Barcelona tras los atentados yihadistas, donde fue abucheado?
R.– El Rey hizo bien. Era un acto en solidaridad con el pueblo catalán. Aguantar los abucheos le entra en el cargo. Igual que cuando le pitan en las finales de Copa.
P.– El discurso del 3 de octubre sobre la crisis catalana es lo más relevante de su reinado hasta ahora. ¿Le sorprendió a usted?
R.– Sí, claro. No me lo esperaba así. Fue claro, duro, directo y muy severo. Hasta en la puesta en escena. He reflexionado mucho sobre este discurso para un trabajo que me encargó el Centro de Estudios Constitucionales acerca de la Monarquía.
P.– ¿Una reflexión jurídica por qué?
R.– Cabía la duda de si se había salido de su rol. La Constitución dice que el Rey no ejerce más funciones que las que expresamente se le reconocen. Dice que el Rey arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Y eso se sabe más o menos lo que es. Pero cuando se refiere a su condición de símbolo de la unidad y permanencia del Estado, sólo dice la palabra símbolo. Me pregunto: ¿Cómo actúa un Rey como símbolo, cómo se simboliza la unidad y permanencia del Estado?
P.– ¿Cómo?
R.– La respuesta más sencilla es tautológica: se es símbolo siéndolo. Esto es: conociendo, mostrándose, dejándose ver y conocer, viajando. Haciéndose presente cuando es necesario, mostrando conocimiento de los problemas, preocupación y solidaridad con quienes soportan la peor parte. El 3 de octubre, el Rey no dio ninguna orden, ni exhibió un programa de actuaciones, pero llevó muy explícitamente la esperanza a los catalanes que se sienten españoles, asegurándoles que la Corona no les abandonaría. La conclusión es que el Rey no se salió del círculo constitucional en un discurso por otro lado muy directo y muy duro sobre una cuestión que afecta a la política y al Estado.
P.– Los nacionalistas vascos, los independentistas catalanes y Podemos le han acusado de perder su neutralidad como Rey.
R.– El Rey no puede dejar de simbolizar la unidad y permanencia del Estado sin dejar de ser Rey o sin que haya desaparecido el Estado. No puede, por tanto, ser neutral entre quienes defienden esa unidad y quienes intentan romperla. No tenía más remedio.
P.– Se ha interpretado que en ese discurso el Rey vino a dar la orden de aplicar el 155.
R.– Se puede interpretar que dejó entrever que él iba a estar detrás de lo que hicieran los poderes del Estado. Pero es que de alguna manera vino a suplir lo que no hizo el presidente del Gobierno. Después de los acontecimientos del 1-0, Rajoy salió diciendo que no había pasado nada, que no había habido referéndum. Y luego sale el Rey con esta gravedad porque sí había pasado algo muy grave. El Rey se la jugó porque salió a terciar en la política del país.
P.– ¿Es preocupante para la Monarquía tener en contra a los nacionalistas y a un grupo parlamentario tan numeroso como Podemos?
R.– Eso debe preocupar, claro. Son partidos importantes, que además tienen poder municipal y autonómico. Seguramente al Rey le preocupa. En España no hay monárquicos de convicción, y eso significa que la Monarquía lo tiene que hacer muy bien y estar siempre en el fiel de la balanza, templar para no granjearse enemistades. Cada día se somete a juicio. El Rey no tenía más remedio que hacer lo que hizo y eso puede tener un coste. Él y la Casa tendrán que ver cómo minimizan ese coste. A los independentistas nunca se los podrá ganar, pero ese otro frente sí debe intentar ganárselo.
P.– Los estudios de opinión indican que los jóvenes son los más reacios a aceptar la Monarquía como forma de Estado porque no se puede elegir al Rey. ¿Cómo convencería usted a un joven de que la Monarquía es mejor que una república?
P.– Yo no soy monárquico, pero se lo explicaría así. ¿Dónde encuentras en España a un jefe de Estado, un presidente de República que pueda granjearse la adhesión de todos? Aquí lo que hay son jefes de partido. Lo que hace falta es un poder neutral, imparcial y moderador. Y eso lo puede hacer mejor un Rey que un político. Un Rey no espera otra cosa más que la Monarquía se perpetúe, carece de ambiciones políticas. La Monarquía tiene la ventaja, en un país convulso como éste, de que la familia real no tiene proyecto político propio y eso garantiza la neutralidad.
P.–¿Qué opina del papel que ejerce la Reina Letizia?
R.– Creo que lo está haciendo bien. La Monarquía no sólo es el Rey, también es su entorno. La Reina no tiene funciones constitucionales, tiene funciones sociales por decirlo de alguna forma, pero sí que puede llegar a ser regente en caso de minoría de edad del heredero o heredera. De ahí que sea importante mantener un buen comportamiento y la Reina lo está teniendo. Es inteligente, ha aprendido rápidamente y creo que cumple su papel con mucha dignidad. Al ser una empresa familiar, si la familia no responde, empieza a perder sentido. De ahí el daño que hace la Infanta Cristina.
P.– ¿Puede afectar a la institución el ingreso en la cárcel de Iñaki Urdangarin si el Supremo confirma la condena de la Audiencia de Palma?
R.– Ya no debería afectar. La opinión pública ha juzgado a la Infanta de forma muy severa. Supongo que ella está esperando la sentencia para renunciar a sus derechos sucesorios.
P.– Usted sostiene que ya debería haber renunciado hace tiempo.
R.– Por supuesto. Una persona que ocupa un lugar en la sucesión no puede tener nada con la justicia. La opinión pública ya ha considerado que el comportamiento de Urdangarin era intolerable, aunque la Infanta haya sido exonerada. Además, la forma en la que se gestó su exoneración ha sido discutible. Sostener que no se enteraba de nada es un insulto a la inteligencia. Si la condena se convierte en firme, tiene que renunciar a los derechos sucesorios por ella y por sus hijos. El Rey en eso también ha hecho bien, al poner pared por medio con su hermana, al menos desde el punto de vista institucional. Creo, además, que debe hacerse un orden sucesorio más reducido, en línea recta. Poner en la Constitución «descendientes» en línea recta, en lugar de «sucesores». Y quitar a todos los tíos, primos, hermanos… Tal y como está definido constitucionalmente el árbol sucesorio, hasta el hijo del Conde Lequio entra en él.
P.– ¿Qué otras reformas necesita el título de la Constitución correspondiente a la Corona?
R.– El constituyente colocó el título de la Corona conforme vino de Zarzuela, casi con el mismo contenido de la época de la Restauración. El Rey anterior no era partidario de tocar nada. En alguno de mis trabajos he recogido hasta 11 retoques necesarios para la institución. Hay muchas contingencias que no están previstas y hay que regularlas.
P.– ¿Por ejemplo?
R.– Hace falta un estatuto para la Reina consorte o el consorte de la Reina. El constituyente no se planteó que pudiera haber divorcios. Imaginemos, por ejemplo, que hay un divorcio, la Reina rehace su vida y se va a vivir a Buenos Aires. Pero podría tener que llegar a asumir la regencia y la Jefatura del Estado si ocurriera una desgracia o en caso de minoría de edad del Rey o la Reina. Eso hay que enmendarlo. Otro aspecto que habría que tocar es el de las creencias religiosas de la familia. En un país aconfesional, las creencias del jefe del Estado deben de ser privadas. Y también arreglar el asunto de si el Rey es el jefe de las Fuerzas Armadas o no. Eso lo dice el artículo 62. Sin embargo, el 97 dice que el Gobierno dirige la política de Defensa. El Rey sólo es un cargo honorífico, pero literalmente la Constitución dice que «ejerce el mando» y «declara la guerra y hace la paz». Pero hacer tales declaraciones está prohibido por la Carta de Naciones Unidas.
P.– ¿Cree posible que los partidos acepten estas reformas?
R.– Algunas de las cuestiones que planteo no necesitarían una reforma de la Constitución, otras sí. Parece que no hay consenso. El peligro que creo que aprecian PP y PSOE es que Podemos ha dicho que pedirá referéndum sobre todos los cambios.
P.– ¿Hay temor de que una consulta así pueda ser considerada un referéndum sobre la Monarquía?
R.– Cualquier referéndum que se convoque sobre el Título II de la Corona es un plebiscito sobre la Monarquía. Eso seguro. Pero es un coste que habrá que asumir alguna vez en España. Aunque no puede haber reformas puntuales, todos los cambios se deben hacer al mismo tiempo precisamente para evitar que haya varias consultas.
P.–¿Cree necesaria la reforma de la Constitución?
R.– Sí, sí, es necesaria. El Estado autonómico se ha hecho mal. Empezó mal, señalando a tres comunidades como históricas para facilitarles el acceso a la autonomía, mientras las demás se lo tuvieron que trabajar. Empezó mal y continuó mal. Ahí está el referéndum andaluz que no se ganó. La Ley Orgánica del Referéndum fue modificada por unanimidad para dar entrada a Andalucía en el grupo de cabeza. Después se atendieron las reivindicaciones de Valencia y Canarias para aumentar las competencias sin esperar cinco años, como estaba establecido. Y Aragón reivindicó su condición de comunidad histórica. Al final, todos quieren un sistema igual al que tiene Cataluña. Y entonces los catalanes dicen: ¿dónde está mi singularidad reconocida antes? Se ha hecho mal y hay que reconocerlo.
P.– ¿Una reforma de la Constitución sería positiva para desatascar la crisis catalana?
R.– Es dudoso. Ojalá. Pero el independentismo se ha enquistado mucho, explota una dignidad ofendida y pretende ser un pueblo oprimido, eso aúna muchas voluntades. Siempre se ha dicho de los catalanes que son negociadores. Ahora parece que no.
P.– Ustedes los catedráticos de Derecho Constitucional decían que el artículo 155 estaba ahí como amenaza nuclear y se suponía que aplicarlo sería dramático. Sin embargo, el Gobierno central tomó el mando de la Generalitat con facilidad. Aunque el 21-D ha dado otra vez la mayoría al independentismo.
R.– Estoy seriamente entristecido. Siempre he creído en la identidad plural de España y veo que el movimiento independentista, a pesar de los muchos disparates que ha cometido, sólo ha cedido unos pocos escaños, pero mantiene la mayoría producto de una ley electoral, la estatal. ¡Menuda ayuda por parte de la legislación estatal! Ahora el independentismo se siente crecido seguramente porque no esperaba tales resultados. No quiero ser pesimista, espero que se imponga la sensatez.
P.– ¿Qué opina usted de lo que parece el resurgir de un sentimiento nacional español tras la rebelión de la mayoría independentista que ha gobernado Cataluña?
R.– Da la impresión de que se ha galvanizado un poco la idea de España. Aunque los españoles nunca nos hemos creído mucho lo del nacionalismo español. Hemos sido un poco ácratas en ese sentido. Por eso tengo mis dudas de que llegue a cristalizar de forma definitiva. Lo que ocurre es que en cuanto te pisan, el dolor une mucho. Y el España nos roba ha sentado en el resto de España como una puñalada trapera. Una ofensa. Torres del Moral es director de la ‘Revista de Derecho Político’ Premio del Centro de Estudios Constitucionales por el rigor y la calidad de su obra En su ciudad natal de Úbeda, organiza cada año las Jornadas jurídicas que llevan su nombre