El Rey, ni está resfriado ni deserta de la política

EL CONFIDENCIAL 17/01/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· Este enero del Rey está siendo intenso, recuperando la agenda postergada en 2016 y representando todas las versiones que corresponden al jefe del Estado

Sugiero la lectura de un agudo artículo del historiador Felipe Fernández Armesto (‘¡Que viva la reina para siempre!’) publicado el pasado día 9 de enero en el diario ‘El Mundo’. Es, aparentemente, un elogio de Isabel II de Inglaterra, aunque, en realidad, resulta una demoledora crítica a su largo reinado de 64 años. Considera nuestro autor que bajo la soberana británica, su país ha incurrido en fracasos múltiples y que la Iglesia anglicana que ella encabeza “ha acabado perdiendo su unidad, su influencia social y política y el respeto de la gente”.

Fernández Armesto, además, sostiene que los ingleses se han convertido en un “pueblo irreconocible” para su propia monarca, aunque el fracaso real “más hiriente” ha sido “el del liderazgo de su propia familia”. Luego, el historiador alaba su apego a los usos constitucionales, que ha observado “con escrupulosidad minuciosa y fidelidad intransigente”. Un balance en que el autor del texto da por concluido el reinado de Isabel II tras “el fuerte resfriado” que le ha impedido asistir a los actos religiosos de Navidad y Año Nuevo. El resfriado como síntoma de conclusión de una época.

Cuando se produjo hace unos días una confusa información según la cual Felipe VI no asistiría a la Conferencia de Presidentes que hoy se celebra —a diferencia de lo que hizo su padre—, un interlocutor me preguntó si el “Rey padece un fuerte resfriado”. Se trataba de un eufemismo para tratar de explicar una noticia que resultó falsa y aludir al “invierno presencial” del jefe del Estado durante el pasado año, con 10 meses de Gobierno en funciones.


· No está resfriado ni ha desertado de la política, sino que la aborda como debe hacerlo un monarca constitucional, en función de las circunstancias

También hubo especulaciones un tanto desconcertadas con el mensaje del día 24 de diciembre, suponiendo que el monarca había —sigo con mi interlocutor— “desertado de la política”, acaso sin entender que Felipe VI pronuncia sus discursos conforme a los auditorios y los momentos. Hizo la más política de sus intervenciones en la apertura de la XII Legislatura el pasado 17 de noviembre, la más social en el mensaje de Navidad y la más ajustada a las funciones de las Fuerzas Armadas, de las que es ‘jefe supremo’, en Pascua Militar del 6 de enero; se ha dirigido a los empresarios nacionales e internacionales en su discurso durante la VII edición del Foro Spain Invertors Day el 10 de enero; ha recibido en audiencia —muy significativa políticamente— a la Fundación Abogados de Atocha, presidida por el superviviente de la matanza Alejandro Ruiz Huertas, al cumplirse este mes el 40º aniversario del bestial atentado, y acaba de regresar de Arabia Saudita (país enfrascado en un programa de desarrollo denominado Visión 2030) después de ayudar allí a empresas estratégicas para la buena marcha de la economía española.

Hoy, el Rey desayuna en el Senado con los presidentes de las comunidades autónomas —no de Euskadi ni de Cataluña— convocados en conferencia por el presidente del Gobierno, mostrando así su presencia en una ocasión institucional que transparenta la unidad plural de España y su composición territorial en nacionalidades y regiones, tal y como establece nuestra Constitución. Los absentistas Urkullu y Puigdemont han recibido de la jefatura del Estado un trato exquisito. Don Felipe se ha desplazado tanto al País Vasco como a Cataluña con frecuencia —prácticamente, siempre que es requerido—, si bien el pasado 2016 lo hizo menos, dadas las circunstancias políticas e institucionales, que determinaron su agenda y la del Gobierno, que quizá debió encarar la actividad del Rey sin comunicarle ese aire de provisionalidad en la que se movía el Ejecutivo. Va a ser difícil recuperar el viaje de Estado al Reino Unido (solo se producen dos al año) y quizá también a Japón.


· La Corona es el vértice suprapartidista que garantiza en el devenir español y en su presente constitucional la «unidad y permanencia del Estado»

Este enero del Rey está siendo intenso, recuperando la agenda postergada en 2016 y representando todas las versiones que corresponden al jefe del Estado, es decir, tocando todas las teclas que le atribuye la Constitución. No está resfriado —como podía suponerse por la disminución de su actividad el pasado año— ni ha desertado de la política, sino que la aborda como debe hacerlo un monarca constitucional, en función de las circunstancias y para que sus registros sean más amplios que los hasta ahora habituales.

Por otra parte —y siguiendo la dicotomía que tan bien se refleja en la aclamada serie ‘The Crown’—, a la monarquía le corresponde la solemnidad y al Gobierno la eficacia. Felipe VI se la da con sencillez, pero con una seriedad y rigor tales que le hacen especialmente idóneo para el actual momento histórico de España: crisis territorial y socioeconómica. Su foto hoy con los presidentes autonómicos y los alcaldes de Ceuta y Melilla tendrá su importancia, por los que están y por los que faltan, pero sobre todo porque la Corona es el vértice suprapartidista que garantiza con un fuerte simbolismo en el devenir español y en su presente constitucional la “unidad y permanencia del Estado”. Cuando este mes, el día 30, Felipe de Borbón y Grecia cumpla 49 años, será el rey más joven de Europa, un continente en el que las democracias más solventes (Suecia, Dinamarca, Noruega, Reino Unido, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo) legitiman la monarquía, además de por el mandato constitucional, por su funcionalidad y por su servicio al país. Como aquí.