José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El presidente de México reclama que España pida perdón cuando Trump veja a sus compatriotas y construye un muro en la frontera entre los dos países
El meritorio por tantos conceptos Enrique Krauze, historiador y ensayista mexicano, nos ha advertido hace muy poco tiempo de los perfiles del nuevo presidente de su país, Andrés Manuel López Obrador. Krauze, en su revista ‘Letras libres’ —que en España dirige con tanto acierto Daniel Gascón—, publicó el pasado enero (n.º 208) un impagable trabajo titulado ‘El presidente historiador’, en el que se retrata al mandatario mexicano con gran elegancia pero sin pizca alguna de convencionalismo o complacencia.
Enrique Krauze es un intelectual liberal que conoce mucho y bien al presidente de México, quien exige ahora al Rey de España que pida perdón por la conquista de su país. Reclama que se redacte una especie de memorial de agravios en el que reconozcamos los desafueros perpetrados por el desembarco español en aquellas tierras, tras el que hubo que domeñar a una buena parte de los indígenas. Una petición que se reitera —–no es nueva— 500 años después de que Hernán Cortés llegase a aquellas tierras.
Enrique Krauze afirma que López Obrador “de no haber sido político, habría sido historiador”. De hecho, su compatriota repasa con espíritu crítico sus obras históricas y sostiene que “un quehacer histórico consistente no tiene por qué ser incompatible con un quehacer político consistente. Pero hay situaciones incómodas para esa doble consistencia que en un momento dado obliga a escoger entre el interés general del conocimiento y el interés político del historiador. Quien, como López Obrador, politiza la historia, subordina el interés general del conocimiento a sus intereses políticos particulares. El verdadera historiador no está dispuesto a hacerlo”.
Quien, como López Obrador, politiza la historia, subordina el interés general del conocimiento a sus intereses políticos particulares
En la reflexión anterior de Enrique Krauze está la explicación del porqué de este brote de ‘imperiofobia’ de López Obrador, al que advierte de que “para hacer historia como presidente debería leer historia con humildad. No usarla con fines políticos ni abusar de ella con distorsiones ideológicas. Acudir a ella como lo que es, una fuente de saber y sabiduría, no un oráculo o un evangelio personal. Haría bien tomar lo mejor de cada periodo histórico, de cada gobernante, y ponderar su vigencia (…) pero a partir de ahí no mirar atrás (…) mirar al futuro con visión y grave responsabilidad, buscando una verdad que no está, que no puede estar, en los textos de historia”.
La cuestión es sencilla: el presidente de México, como advertía Krauze, politiza la historia y lo hace en beneficio de su fortalecimiento como presidente de ese gran país cuyos graves problemas nada tienen que ver con España sino con su vecino del norte, con los Estados Unidos de Donald Trump. Uno de sus grandes proyectos consiste en levantar un muro en la frontera entre ambos Estados para evitar la inmigración ilegal. El presidente norteamericano ha insultado y vejado especialmente a los mexicanos que huyen de la pobreza y la inseguridad de su país. No se ha oído que López Obrador haya reclamado fulminantemente un relato de los agravios de la Casa Blanca contra sus compatriotas.
La encarnadura política de López Obrador es la propia de un personaje al que ha costado décadas llegar a la presidencia de México. Sus planteamientos lindan con los populismos izquierdistas latinoamericanos. Es uno de los líderes del continente que han guardado silencio ante los desmanes de Nicolás Maduro. La ocurrencia del ‘perdón’ que reclama del Rey de España es un recurso dialéctico mucho más de política interna que una reivindicación social vigente, aunque pueda ser recurrente en el debate social y académico. Él no es precisamente de estirpe indígena u originaria. Es ‘blanquito’ con ancestros españoles. Y un hombre con grandes conocimientos históricos, habilidad discursiva y un experto en el manejo de los resortes del poder.
El Gobierno —el Estado español— no se debe sentir concernido por la salida de tono de López Obrador, al que hay que remitir a la contemporaneidad de sus problemas, que tienen un nombre y un apellido: Donald Trump. Las carencias, las frustraciones y las apetencias populistas de poder de algunos líderes latinoamericanos nada tienen que ver con las conquistas españolas del Siglo de Oro. Fíjense en sus propias incapacidades y en esforzarse inteligentemente en dejar de ser el ‘patio trasero’ de los Estados Unidos. El memorial de agravios, a Washington.