Juan Van-Halen-El Debate
  • Y faltó una oportuna referencia a la Navidad. A Sánchez y a los suyos les molestaría. El Rey nos representa como cúspide del Estado. No lesiona, al contrario, la libertad religiosa. Lo hacen, entre tantos, más allá de sus credos, los monarcas europeos y los presidentes norteamericanos. Aquí no.

Me dicen que el discurso de Navidad de Felipe VI fue uno de los más seguidos. Se sentirá defraudado Pablo Iglesias; pronosticó que no lo seguiría nadie. No han contribuido los medios catalanes que no lo ofrecieron; el socialista Illa está al servicio del independentismo. En El Debatevvarios artículos comentaron el discurso desde opiniones no siempre coincidentes.

Relacionaré el discurso del Rey con el ciudadano de a pie. Según la RAE: «Dicho de una persona: Normal y corriente». Para la ilustre lingüista peruana Martha Hildebrandt, no encierra carga peyorativa. El profesor Pérez-Borbujo opinó hace veinte años: «Entre tanta desgracia y calamidad, atento a los pequeños brotes de esperanza, el ciudadano de a pie ve cómo su vida se encamina, lenta pero inevitablemente, al desastre». Este ciudadano, en tierra de nadie, se siente bloqueado entre derechas e izquierdas, intelectuales y políticos, agobiados y poderosos. Desorientado, informado tendenciosamente, puede caminar a tientas siguiendo señuelos.

¿Cómo recibió el ciudadano de a pie el discurso regio? ¿Es lo que esperaba? Los amigos, los familiares, los conocidos, trasladan esas preguntas con las respuestas de la calle. El discurso afrontó temas de enorme actualidad e interés como desear para la contienda política «una demanda de serenidad», «no permitir que la discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía», preservar «el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades», la responsabilidad de todos para que «esa noción del bien común se siga reflejando con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política», la necesidad de que «todos los actores implicados reflexionen, se escuchen unos a otros». Impecable pero hoy utópico.

Sobre la buena marcha de nuestra economía, la referencia no cuadra con la opinión de la UE y de instituciones independientes. Pero nadie ignora que las intervenciones regias pasan por el tamiz del Gobierno. Felipe VI conoce perfectamente la situación económica y la galopante deuda que en octubre pasado superaba los 1,62 billones, con «b» de Bolaños. Este ensanchamiento del agujero público se debe al imparable gasto del Estado. Esto supone, con datos del Banco de España, un crecimiento este año de 176 millones al día. Una deuda que tendrán que pagar nuestros nietos.

El pasado 13 de agosto escribí «Todos miramos al Rey» que es la referencia de los españoles, como lo fue en su mensaje del 3 de octubre de 2017 ante el golpe en Cataluña. A Felipe VI le desautorizó el Gobierno con la amnistía. Gobernar merced a un pacto inmoral y lesivo tras perder las elecciones fue otro paso de Sánchez frente a la Constitución. Todo vale por su interés personal. Y ahora, además, buscando la impunidad

Las reacciones políticas no sorprendieron. Podemos acusó al Rey de «máximo representante de la ultraderecha» y Belarra, la ágrafa, deseó que «los discursos del Rey los dé de una vez la presidenta de la República». Ya Irene Montero, otra iletrada, amenazó en su día, en Twitter, a Felipe VI con «guillotinarlo y echarlo a los tiburones». A Sumar tampoco le gustó el discurso, pero fue menos hiriente. No utilizó a su portavoz y ministro Urtasun; estaría en el circo.

Con al menos un escándalo al mes en 2024 no hubiera sobrado alguna referencia sobre la honestidad en los gobernantes y, ante tanta mentira, apuntar la necesidad de la verdad en la política y, ante la grave realidad, exigir el respeto a la separación de poderes y la independencia judicial. Quiero creer que la Corona valora el alcance de los planes de Sánchez, el tipo que cantó la Internacional con el puño en alto en el Congreso a la búlgara de Sevilla. Alguna vez cité el libro de Levitsky y Ziblatt «Como mueren las democracias». Los golpes de Estado se han modernizado, ya no nacen de los cuartelazos de antaño. Socavan las instituciones y las van ocupando. El método Sánchez. Y su objetivo principal es la Monarquía. El ciudadano de a pie lo tiene claro, aunque venza el silencio. Lo que esperaba del discurso regio no era tan prudente.

Y faltó una oportuna referencia a la Navidad. A Sánchez y a los suyos les molestaría. El Rey nos representa como cúspide del Estado. No lesiona, al contrario, la libertad religiosa. Lo hacen, entre tantos, más allá de sus credos, los monarcas europeos y los presidentes norteamericanos. Aquí no. ¿Feliz Solsticio de Invierno? ¡Majaderos!