EL MUNDO, 04/03/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
Lo de las operaciones quirúrgicas del Rey se está convirtiendo en una actividad rutinaria en la agenda de Don Juan Carlos. Ya van seis en menos de tres años y la repetición permite observar alguna variación del protocolo: Urdangarin, que pudo visitarlo en el posoperatorio de la penúltima, se ha caído del cartel. Lo más relevante, sin embargo, en esta hora de debilidades colectivas es que una de nuestras fortalezas no parece la salud del Jefe del Estado.
Una de las características de los españoles es que tienden a mostrarse tanto más intervencionistas en las instituciones cuanto más lejanas las sienten. Sobre el momento actual de la Monarquía está opinando todo el mundo, pero más los republicanos. También los más atraídos por los asuntos de la Iglesia son lo que Woody Allen llamaría la leal oposición. Ahora que atravesamos un vacío de poder espiritual, no deja de ser admirable que las críticas más fervorosas a la dimisión del Papa han venido de fuera de la Empresa, así como también las más apasionadas opiniones sobre quién debería sustituirlo y cómo hay que organizar un cónclave.
Pertenezco a un agnosticismo de la escuela clásica y siempre me he sentido representado en la famosa expresión de LuisBuñuel: «Soy ateo, gracias a Dios». Me puedo permitir esto porque no vivimos en la España medieval (Karina) ni en cualquier país islamista de hoy en día. A mí, Benedicto, el Dimisionario me gustaba, ya lo tengo dicho alguna vez, me parecía intelectualmente mucho más fino que cualquiera de sus predecesores, pero sobre la dimisión, él sabría. Yo, como el protagonista de la vieja canción popular que recopiló en los años 60 Joaquín Díaz: «¿Cómo no lloras, Simón?, le pregunta la tía Eustoquia./ Yo no soy de la pirroquia y los que lloran lo son».
Bueno, pues al parecer protestar por la dimisión de Benedicto XVI es compatible con proponerlo como ejemplo para el Rey, a quien se le pide la abdicación con alguna intensidad, con carácter instrumental por los partidarios de la República. Hay en CayoLara, que tan eficazmente ha rescatado la imagen del buen Gaspar, una indisimulada vocación de camarlengo de la Zarzuela a la espera de su momento. Más raro es lo de Pere Navarro. Que pida la abdicación es lógico; el republicanismo se le supone. Lo extraño es que lo pidiera en el momento en que su compa Rubalcaba iba a subir a la tribuna del Congreso para contestar a Rajoy en el Debate sobre el estado de la Nación.
Cayo Lara aspira a ser el camarlengo de la Monarquía, por lo que es de esperar que la ofensiva de sus muchachos por la abdicación prosiga con especial intensidad durante el posoperatorio. Mi posición en este asunto es análoga a la de la Iglesia, salvando las distancias. Soy partidario de este Rey: la cuenta de resultados de estos 37 años de convivencia en libertad es más positiva que la dejada por ningún otro Jefe del Estado. A mí, que creo en el presagio triste de Gil de Biedma sobre nuestra Historia, me gustaría que durara, aunque me temo que esta última operación lo va a apartar del trabajo un tiempo largo.