- Felipe VI está practicando un comportamiento radicalmente correcto de su carácter parlamentario que es mejor entendido por los ciudadanos que por las clases dirigentes
Un monarca parlamentario transita en sus mensajes por una senda estrecha que le exige el equilibrio permanente propio de un funambulista. Como establece la mejor teorética sobre la Corona en los sistemas constitucionales, a su titular le corresponde la exhortación que es la ‘advertencia o aviso con que se intenta persuadir’. Y eso ha hecho en su mensaje navideño Felipe VI tratando de llamar la atención sobre cinco actitudes que deben prevalecer en la vida política y social de España: 1) sentido de la historia, 2) grandes acuerdos, 3) generosidad, 4) responsabilidad y 5) visión de futuro
Ese es el núcleo de una disertación que para el jefe del Estado ha sido desde su proclamación en 2014 siempre difícil y complicada. Felipe VI es un rey en la adversidad porque no ha disfrutado —asuntos familiares al margen— ni de un solo tramo de su reinado sin fuertes convulsiones de naturaleza varia. Por eso, sus palabras se miden y pesan con una puntillosidad inquisitiva por la clase política y mediática, en contraste con la empatía que suscitan en la mayoría de los ciudadanos
Si, como ha pedido el Rey, se generaliza el “sentido de la historia”, procuraremos no destruir lo logrado en estos últimos 40 años como parece que intentan los dinamiteros de una transición que cuajó en la Constitución de 1978, previa la ley de amnistía en 1977.
Si todas estas actitudes se proyectan al porvenir, adquiriremos la «visión de futuro» de la que ahora carecemo
Si, como también ha reclamado Felipe VI, se imponen políticas de “grandes acuerdos”, las instituciones servirán al Estado y a los intereses de los ciudadanos y remitiría la polarización crispada y la Constitución desplegaría todas sus virtualidades.
Si, además, en esos pactos se detecta “generosidad” —tercer aviso del monarca— lograremos entender la pluralidad sin cavar las trincheras que ahora ahondan con denuedo los unos y los otros, creando un ambiente denso y, a veces, irrespirable en el que el insulto y la imprecación resultan monedas corrientes.
Si la responsabilidad se impone —una exhortación real que era necesaria—, cada cual cumplirá la función que le corresponde y disminuirán los episodios de frivolidad banal que crean un malestar social que se ha hecho ya crónico.
Y, por fin, si todas estas actitudes se proyectan al porvenir, adquiriremos la “visión de futuro” de la que ahora carecemos porque nuestro horizonte —en lo político, en lo social y en lo cívico— parece cerrado y oscuro.
Sus comportamientos han rehabilitado la Corona luego de la crisis que provocó su padre que con la abdicación purgó sus responsabilidades
El Rey ha dicho exactamente lo que debe expresar en las actuales circunstancias un monarca parlamentario, sometido a la Constitución, apartidista, neutral y que garantiza —esa es la virtud esencial de la monarquía— la continuidad sin vaivenes en la cúspide del Estado que está asegurada en la dignidad y probidad de Felipe de Borbón y Grecia.
Sus comportamientos han rehabilitado la Corona luego de la crisis —aún activa— que provocó su padre que con la abdicación purgó sus responsabilidades institucionales y que con las decisiones del Rey y de su Casa purga también las propias de comportamientos intolerables.
Respecto de este asunto, del que Felipe VI no ha hecho mención en su mensaje, han hablado sus decisiones taxativas e inequívocas que disponen de una capacidad expresiva tan rotunda que eximen al jefe del Estado de referencias que no conciernen a esta su intervención navideña.
Los titulares de las monarquías constitucionales y parlamentarias hablan y se comportan como Felipe VI y por eso esta forma de Estado
Felipe VI está encarnando, en un nuevo ciclo histórico de España, un comportamiento radicalmente correcto de su carácter parlamentario que es mejor entendido por los ciudadanos que por las clases dirigentes.
La ausencia lamentable en España de un cuerpo de doctrina sobre la significación simbólica y política de la monarquía —una omisión que es académica, política y mediática— nos priva de instrumentos de interpretación de lo que implica en democracia la Corona, que adquiere más sentido y mayor arraigo cuando las circunstancias sociales y políticas son adversas y complicadas porque el Rey se convierte en una referencia de estabilidad y neutralidad.
Su empatía está estableciendo una sintonía entre Felipe VI y los ciudadanos que le dispensan un reconocimiento que regatean a la clase política
Los titulares de las monarquías constitucionales y parlamentarias hablan y se comportan como Felipe VI y por eso esta forma de Estado, nuestra y de las grandes democracias occidentales (Reino Unido, Suecia, Países Bajos, Noruega, Dinamarca…), es apreciada y sustentada en las mayorías moderadas y en las sociedades que aspiran al bienestar cuyo presupuesto es la certidumbre institucional y las políticas signadas por las cinco características que el Rey ha ensalzado.
Por lo demás, la empatía del jefe del Estado —ha empezado su mensaje con el desastre del volcán y la pandemia— está estableciendo de manera eficiente —y la tosquedad de los adversarios del Rey la refuerzan— una sintonía entre Felipe VI y los ciudadanos que le dispensan un reconocimiento que regatean a la peor clase política de cuantas han dirigido el país en las últimas décadas. ¿Tomarán nota de sus cinco exhortaciones?