EL CORREO 13/07/14
JAVIER ZARZALEJOS
· La demagogia populista de Podemos esconde un fracaso histórico de la izquierda en España
Apostar’ se ha convertido en un término de uso demasiado frecuente en la jerga política y periodística. Su versatilidad ha hecho que casi todos, en algún momento, hayamos echado mano de eso de la ‘apuesta’ como si la política fuera cosa de ludópatas en vez de un ejercicio racional de ponderación. Entre nosotros son proverbiales las apelaciones a ‘apostar por la paz’ que, paradójicamente, han provenido en su mayoría de quienes más a salvo han tenido su vida, su integridad y sus haciendas.
Donde sí puede aplicarse con toda propiedad lo de apostar es en lo que le ha ocurrido a una presentadora de televisión que, sensible a las críticas de connivencia con el chavismo que lanzó uno de sus famosos entrevistados contra el líder de Podemos, Pablo Iglesias, apostó –y perdió– 1.000 euros por sostener que el aludido nunca había elogiado al fallecido comandante.
Hecha la apuesta, empezaron a rescatarse videos extraídos de las muchas horas de televisión que Iglesias ha consumido en los que éste, en España y en Venezuela, hace encendidos elogios de Chávez, lo considera como «uno de los nuestros» y hasta se consuela –y consuela a sus compañeros– por la irreparable pérdida del comandante. Y eso sin saber todavía que se reencarnaría en pajarito.
De momento, el asunto se ha sustanciado con el quebranto patrimonial que ha sufrido la presentadora. Lo verdaderamente curioso es que la pretendida estrella emergente de la política española sea un reconocido admirador de Hugo Chávez. Y que ese predicador del chavismo, que se identifca con el comandante venezolano y con cuyo régimen ha colaborado como asesor para perfeccionar la ingeniería institucional de esa autocracia, sea presentado como la esperanza de regeneración y de verdadera democracia para los españoles.
Vayan y cuéntenlo. Venezuela, donde Iglesias se conduele de la muerte de Chávez, es un infierno de represión, violencia, corrupción y empobrecimiento. El desabastecimiento, con ser grave, es solo la expresión más visible del fracaso económico del régimen chavista que está devastando el país. Es difícil encontrar un político de la oposición que no se encuentre sometido a un procedimiento judicial por acusaciones grotescas y pruebas fabricadas. El diálogo que de manera cosmética el presidente Nicolás Maduro ha ofrecido a la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad (MUD) apenas iniciado ha quedado suspendido ante la evidencia de que el régimen no está por ningún compromiso y sigue dispuesto a mantener la represión en un clima de inseguridad jurídica y arbitrariedad en el que quiere neutralizar a la oposición democrática. Mientras en los países donde está arraigando la institucionalidad democrática y las políticas económicas sensatas decenas de millones de personas han salido de la pobreza y se amplían las clases medias, Venezuela sigue en plena regresión social. Ni siquiera el régimen venezolano puede atribuirse esos efectos que se suelen presentar como paliativos de las dictaduras. La violencia es la primera causa de muerte de los jóvenes venezolanos. Ni siquiera en el orden puede buscar el chavismo su último refugio.
La interpretación más general atribuye el auge de Podemos a causas fácilmente identificables. La desafección, la indignación, la corrupción de partidos e instituciones, el castigo que ha impuesto la austeridad o el ingenioso hallazgo del concepto de ‘casta’ –sustitutivo neocomunista de la clase– con el que se demoniza y se deshumaniza al adversario convirtiéndolo en enemigo, según la peor escuela del totalitarismo. Todos esos ingredientes forman un guiso que es todo menos nuevo. No hay que esforzarse para hallar demagogia populista de la peor especie, antiparlamentarismo, beligerancia divisiva e impregnación autoritaria. Antipolítica, en suma, que dice que no hay que pagar la deuda, que «no nos representan», que hay que «acabar con la casta» y controlar los medios de comunicación.
No solo sorprende la falta de novedad. Más llamativo aún es que se olvide el fracaso persistente de estos modelos pretendidamente revolucionarios a costa de un precio altísimo para los pueblos que los sufren. No hay un solo ejemplo, uno solo, de sociedades que bajo un régimen como el que promueven estos mediáticos revolucionarios haya progresado hacia mayor desarrollo, más justicia, más libertad y lucha más eficaz contra la pobreza.
El caso de Podemos esconde un fracaso histórico de la izquierda representada en España por el Partido Socialista. Podemos es, en gran medida, una consecuencia del pensamiento deshilachado del socialismo, del magma doctrinal en el que han quedado fundidos principios que lo hacían reconocible. A fuerza de pagar onerosos peajes al nacionalismo, al multiculturalismo, al rosario de minorías que el PSOE buscaba sumar para hacer de todo ello una mayoría de gobierno, los socialistas han sustituido la exigencia de igualdad por el culto a la identidad. Y así están, entre perdidos y perplejos, a merced de una oferta competidora de izquierda que como mucho ha repintado los desconchones de una ideología reseca y agrietada.
La apuesta perdida de esa presentadora debería ser una metáfora disuasoria para los que crean en serio que Podemos es una esperanza de regeneración. Habría que parafrasear a Kennedy en su histórico discurso ante el muro de Berlín refiriéndose al comunismo: «Dicen que Podemos es la fuerza del futuro. Que vayan a Venezuela». Y que tengan cuidado.