Los ecos de aquel discurso resuenan aún en el Hemiciclo y en la cabeza de Mariano Rajoy. A pesar de su incuestionable éxito electoral, de la enorme distancia que le sacó a la segunda fuerza y de los 14 escaños más que el 20-D, el presidente del PP contempla no sin cierta amargura que carece de los apoyos para ser elegido presidente. Los españoles le premiaron en las urnas, pero el Congreso se le resiste. Además, está protagonizando su propio «rigodón», que dura ya 49 días –los que han transcurrido desde las elecciones del 27-J– con «idas y venidas, visitas y entrega de credenciales», sin que haya, de momento, resultado concreto alguno.
Rajoy está lejos de compartir el entusiasmo de algunos de sus colaboradores por el desbloqueo de la negociación con Ciudadanos, tras el giro de Albert Rivera de la abstención al sí, previas seis condiciones. Rajoy siempre ha querido 176 escaños y el único partido que se los puede garantizar es el PSOE. Con el sí de Ciudadanos suma 169. Sólo cuando comprobó –con estupor y sorpresa– que Sánchez se había encerrado en Numancia estuvo dispuesto a tratar a Rivera como a un socio preferente.
El presidente del PP podía haber intentado un acercamiento formal a Ciudadanos el día después de las elecciones –«cuando ya se conocían todas las combinaciones, todas las mezclas, todas las sumas y todas las restas»–, pero no lo hizo. ¿Por qué? Algunas fuentes aseguran que temía que Rivera pusiera su cabeza –la de Rajoy– como primera condición para sentarse. En este sentido, sí se puede afirmar que el líder del PP se ha salido con la suya. Cuarenta y ocho días no pasan en balde y el presidente de Ciudadanos se conforma con que se trague el sapo de una comisión de investigación sobre Bárcenas.
Aunque el movimiento de Rivera desató el optimismo en el entorno del PP, los dirigentes consultados aseguran que Mariano Rajoy encara sus entrevistas con el líder de Ciudadanos con un entusiasmo descriptible. Son dos políticos que no hablan el mismo lenguaje y se disputan idéntico electorado. La vehemencia e hiperactividad del joven Rivera, su ímpetu por llevar la voz cantante y el afán de transparencia mediática de la nueva política no son muy del agrado de Rajoy. El presidente del PP es más de negociaciones discretas a la luz de las velas. Por ello acogió con recelo la rueda de prensa en la que el líder de Ciudadanos hizo públicas sus condiciones para la negociación del sí de sus 32 diputados. Además, Rajoy no deja de revolverse en su asiento cada vez que Rivera le identifica con la imagen de la corrupción.
A esta circunstancia puede atribuirse el último y desconcertante movimiento de Rajoy –propio de comedia de enredo–, al posponer una semana la convocatoria del Comité Ejecutivo para examinar las condiciones de Ciudadanos. Una decisión que choca con su prisa por formar Gobierno manifestada todos y cada uno de los 49 días transcurridos desde las elecciones. Casi nadie en el PP es capaz de dar una respuesta sobre las razones de este aplazamiento. Aunque según la versión más verosímil, Rajoy ha querido rebajar la fogosidad de Rivera advirtiéndole que el protagonista del baile es el PP. Por eso ha dado instrucciones a sus vicesecretarios para que echen un poco de agua sobre el documento de las seis condiciones y adviertan que el Comité Ejecutivo –o sea, Rajoy con el aplauso de los que asistan– se reserva el derecho de variar su contenido o proponer algunos matices. Entonces sabremos cuál será el siguiente movimiento del rigodón de Rajoy.