Ignacio Camacho-ABC
- El descrédito de Simón encarna el fracaso de un Gobierno que ha convertido la gestión de la crisis en un descalzaperros
Al doctor Fernando Simón lo ha pillado el coronavirus por partida doble: como enfermo -también han caído varios miembros más del comité técnico- y como portavoz. Sobre el primer aspecto sólo cabe desear que se recupere rápido, pero el proceso de abrasión ante la opinión pública ya no puede evitarlo. Carne de memes y objeto de cachondeo nacional, la emergencia lo ha achicharrado; casi da pena verlo balbucir datos y admitir evidencias flagrantes con días, a veces semanas, de retraso. No es sólo que parezca obligado a mostrarse ambiguo, impreciso o inexacto; es que el curso de la epidemia lo tiene tan desbordado como al resto de los directivos sanitarios. El peso apabullante de las cifras le cambia el paso
y le provoca continuas caídas paulinas del caballo; la última, ayer mismo, a propósito de la utilidad preventiva de las mascarillas que desde el principio había desaconsejado. Su credibilidad, que cimentó durante el brote del ébola, ha quedado destruida en medio de una cadena de fallos que probablemente no quepa imputarle pero que han acabado por arruinar su trabajo.
Su problema consiste en haberle puesto rostro al desconcierto de un Gobierno sobrepasado por los acontecimientos. Encarna el caos del Ministerio, incapaz incluso de ofrecer una estadística fiable de muertos porque no computa como víctimas del Covid-19 a los fallecidos sin que se les haya efectuado el test previo, por más que sufrieran neumonía bilateral sobrevenida a partir de otros síntomas manifiestos. El discurso oficial es de un voluntarismo patético que a cada rato se ve desmentido por los hechos. El mapa de la infección, que continúa incompleto por falta de test y de competencia para sistematizar los informes autonómicos, muestra un contagio notablemente disperso, tal vez consecuencia de haber permitido los desplazamientos internos masivos en vez de aislar los principales focos desde el primer momento. La expresión vacilante de Simón, sus pronósticos fallidos que nadie toma en serio, reflejan la desorientación de los expertos que el Ejecutivo utiliza como parapeto. Quizá algún día lleguemos a saber lo que sucedía por dentro en esas reuniones de seguimiento. Lo que ocurre por fuera sí lo sabemos: que la gestión gubernamental de la crisis se ha convertido en un descalzaperros cuyo único acierto ha sido el confinamiento de duración por ahora indefinida y de final incierto. No parece precisamente un balance del que sacar pecho.
Ahora empiezan a preparar el clima social para una salida que sólo puede ser paulatina. Habrá otra prórroga, y luego al menos otra más porque liberar a la gente en vísperas del puente de mayo se antoja una pésima medida por muy en el aire que esté la temporada turística. Pero ante la palmaria confusión en la vertiente científica produce escalofríos pensar en cómo pretende el Ejecutivo abordar la reconstrucción de la economía.