JOSÉ F. PELÁEZ-ABC

  • Sólo hay una manera de hacer las cosas: el plan A, la ley. No hay Plan B y nunca lo ha habido

Julio César sabía que si cruzaba el Rubicón cometería una ilegalidad, se convertiría en enemigo de la República e iniciaría una guerra civil. Dijo entonces «Alea jacta est» y dio la orden para que las tropas de Roma cruzaran el río, ultrajando así el derecho, abandonando la paz y destruyendo la República para siempre. Porque si no hay ley no hay nada. Bueno, para ser exactos, si no hay ley hay jungla, y la vida en la jungla es una carnicería al por mayor, la patria del salvaje, del nacionalista catalán y del adicto a los indultos.

Cruzar el Rubicón es un paso enorme porque violada la ley una vez, se habrá violado para siempre. La historia se obceca en recordarnos que el que hace pucherazos en las primarias no lo hace solo una vez, que el que esconde urnas tras las cortinas, seguramente tampoco debutaba. Que el que indulta golpistas y vende el estado a sus intereses, acaba normalizándolo. Que el que miente una vez miente siempre. Y que el que roba un poco a los trabajadores acaba montando la trama de los ERE. Y eso es cruzar el Rubicón. La ministra portavoz se encarga de recordarnos que, para ella, robar no es un mal absoluto: depende de quién sea el que robe, a quién, cuánto y para qué.

Pero todo cambia una vez cruzado el río. En la otra orilla no hay prados más verdes ni valles más fértiles. Al contrario, lo que realmente cambia con el paso dado es la orilla que has dejado atrás. El pasto se va ennegreciendo y se desvanece, porque el Rubicón no se puede cruzar un poquito. El Rubicón se cruza del todo, con todo y para siempre. Parece un paso pequeño –lo es– pero una vez dado, no hay vuelta atrás. El río se lo lleva todo, lo arrastra todo, sobre todo la dignidad, la decencia y la vergüenza.

El paso del Rubicón no viene solo y suele abrir la puerta a más rubicones. Por eso no se puede cruzar el Rubicón y querer volver. Después de la primera vendrá la segunda, después de una canita al aire vendrá toda la cabellera y después de tu primera corruptela impune ves bien los ERE de Andalucía. No se puede parar, porque ya has cruzado el Rubicón y una vez te sientes sucio, da igual una que cuatro. La suciedad se acumula, pero la sensación de suciedad, no. Esa o se tiene o no. Y si se tiene lo inunda todo. Huele por dentro. Ya te has fallado y te has dado cuenta de que no pasa nada.

Pero sí que pasa. No es posible refundarse, no es posible el renacimiento, no es posible volver, por más que te quieran engañar los vendedores de crecepelo. Si dejas de respetarte te conviertes en basura. Por eso conviene recordar que sólo hay una manera de hacer las cosas: el plan A, la ley. No hay plan B y nunca lo ha habido. Lo que nos distingue de los salvajes es entender que el fin no solo no justifica los medios, sino que, en todo caso, los medios justifican el fin. Sánchez es ya una fábula moralizante. Le recordaremos porque nos mostró que puede que sea pronto para encontrar lo que buscas, pero siempre es tarde para encontrar lo que se ha perdido.