Santiago González-El Mundo
HABÍA algo de patético en el esfuerzo que altos representantes del Estado, empezando por el Rey y el presidente del Gobierno, y siguiendo por la ministra de Sanidad, su homólogo de AAEE y el embajador de España, han hecho la semana pasada en una meritoria intentona de conseguir para Barcelona la Agencia Europea del Medicamento (EMA). No pudo ser, como venía maliciándose la mitad pensante de la sociedad catalana, la gran mayoría de la española y la lógica más elemental. Se trataba de buscar una sede para la EMA que sustituyera a Londres, después de que el Reino Unido optara por el ‘Brexit’, su salida unilateral de la UE. Hace falta tener el nivel intelectual de Martita Rovira para pensar que Barcelona podía ser una candidata a albergar dicha sede europea 24 días después de que un Gobierno autonómico declarase la independencia unilateral (e ilegal) de Cataluña antes de ser destituido.
‘Puigdi’ lleva 20 días en Bruselas y no se ha acercado a explicar a aquel jurado cómo es Barcelona y por qué se merecía la designación. Explica que hasta el 1º de octubre era la favorita, pero después de los miles de heridos, de que a una concejal de ERC le rompieran los dedos uno a uno, además de sobarle las tetas al igual que a varias conocidas de Ada Colau, no hubo manera.
El exiliado Toni Comín, ese chico de media cocción que le salió a Alfonso Carlos, explicó en otro rebuzno que no se lo han dado a Barcelona por la corrupción del Gobierno español. La inefable alcaldesa de la ‘ciutat morta’ reparte las culpas con ecuanimidad: «Ni la DUI ni el 155 han ayudado». Hace año y medio decía: «No deis mucho la lata con la Agencia Europea del Medicamento porque no es del agrado de las bases de BCN en Comú». Ni de la alcaldesa, que no ha ido una sola vez a Bruselas a defender la candidatura de la ciudad que pastorea. Toni Soler, responsable, o no, de ‘Polònia’, cree que los factores han sido llenar la ciudad de policías, hostiar a los ciudadanos y detener al Gobierno. Los esfuerzos del Estado han sido bienintencionados pero estaban condenados a la melancolía. No hay solución, pero tampoco se puede conllevar, como decía Ortega. Los votantes de esta tropa agropecuaria tienen que padecer en sus haciendas los efectos de tanta estupidez y apurar la copa hasta las heces. Eso llevará tiempo. Y entonces puede que sí tengan violencia.