Eduardo Uriarte-Editores
Hay una malquerencia en el devenir histórico de los españoles consistente en destrozarse mutuamente sin excesiva necesidad, rechazando por un estúpido orgullo, ignorancia y sectarismo las soluciones de las naciones vecinas. Esta histórica costumbre nos conduce necesariamente al enfrentamiento, a la tragedia, lo que me ha llevado a recordar el acierto del nombre de aquella editorial del exilio, Ruedo Ibérico, que trataba temas políticos y sociales de la España sometida al silencio.
Las corridas de toros pasan por un mal momento. Las actuales fuerzas de izquierda junto a los nacionalismos periféricos intentan hacerlas desaparecer allí donde pueden. Pero la fiesta que admiró a románticos, tradicionalistas, existencialistas e intelectuales progres, y a casi toda la desaparecida generación de comunistas y socialistas, se traslada en sus formas y modales al coso de la carrera de San Jerónimo. Los gestos de la ministra de Hacienda celebrando el pase de los Presupuestos, con sus dos brazos en alto y mirando al tendido de sombra, es lo más taurino que haya visto yo en la televisión desde hace muchos años.
Y tenía su por qué esa pose tan torera, porque en una mano sostenía las orejas de la oposición y en la otra el rabo de la Constitución, o lo que va quedando de ella, pues no en vano se ha hecho ayudar de Rufián como picador y de Otegi como puntillero. No se trataba de la mera aprobación inicial de unos presupuestos, era la incorporación a la dirección del Estado, al ritmo de pasodoble y plausos, de los que quieren destruir el sistema. De monosabio: Pablo Iglesias.
A los intelectuales, Hemingway, Welles, Picasso, Márquez, les atraía los toros. A algunos de ellos, como a Hemingway, por su carácter de riesgo y tragedia: el toro como reto de la vida ante la muerte. Demasiado fuerte y duro para atraerlo hacia la política liberal, dónde lo único que debiera perturbar el sueño es el lechero de madrugada. Aquí hemos vuelto a tensar de tal manera las relaciones políticas, secuestrada por eso que se denominó acertadamente partitocracia, que hemos vuelto a un ambiente de confrontación y pérdida de maneras parlamentarias, lo que obliga pensar en un futuro pesimista.
La inestabilidad política provocada no sólo por la fobia sanchista al PP, sino, también, atrayendo al bloque de gobernabilidad a los que quieren destruir el sistema, nos conduce a una inestabilidad política, a una profundización del enfrentamiento tal, que convierte en un pésimo logro la consecución de unos presupuestos generales que en lo económico carecen de credibilidad. Después de la dura agresión a la comunidad de Madrid por su gestión de la pandemia resulta que a los dos meses es la que mejor funciona. En ese ataque, el Gobierno asume intervenir en la fiscalidad de Madrid como concesión a un partido separatista acusando, nada menos, a Madrid de desarticular territorialmente el país. Machado no podía imaginar la imperdurabilidad de su verso Madrid rompeolas de todas las Españas.
Los que no creen en la democracia que trajo la Transición van de una dictadura a otra, de la Franco a la suya. Asumen sus monstruosas mentiras, porque como dijera Orwell, los totalitarios creen sus propias mentiras. Es evidente que el que introduce a Podemos, a Ezquerra (que de republicana no tiene nada) y a Bildu, en el bloque de gobernabilidad, es porque él mismo es también un subversivo. Pocas luces hay que tener para no ser consciente que su cesarismo, su control y enfrentamiento con el Poder Judicial, las humillaciones al rey, los profusos discursos y visitas a provincias, cual una reseña semanal del Caudillo en el No-Do, nos está llevando a donde los de mi generación no quieren volver. Y si eso es lo que os toca, señora Lastra, nos vais a tener enfrente. Volveremos a la época de El Ruedo Ibérico.
Del Gobierno Frankenstein al caos
Tanta obsesión por el poder, al precio de la descomposición del Estado y de la convivencia social, tiene su primera fase en la pérdida de autoridad del que representa al Estado y al sistema. De la pérdida de autoridad del rey ya se encarga el presidente y su vicepresidente, pero de la pérdida de autoridad del presidente, que se cree César gracias al uso y abuso de la propaganda que le promueve Iván Redondo, se encargan todos los que le ofrecen su apoyo con el fin de destruir el Estado. El mismo presidente Sánchez va en el paquete autodestructivo que su política generadora del caos ha puesto en marcha sin posible freno.
Se rumorea que tras la aprobación de los Presupuestos Sánchez tendrá que reconducir la política de sus apoyos, el más dañino el de Bildu. Tendemos a aplicar equivocadamente nuestra lógica a la de un gobernante de talante cesarista. Esta deriva destructiva que él ha impuesto con sus alianzas es imposible de reconducir por él mismo, Sus destructivos apoyos ya han penetrado, forman parte del respetable status de la gobernación de España, aunque sea para destruirla. Caerá el césar, y sus aliados sólo podrán ser desplazados del poder por otros.
Sánchez se mantendrá fiel al compromiso Frankenstein. Aprovechará los seis meses de estado de alarma que increíblemente le otorgara el Parlamento – seguid diputados dando poderes excesivos en duración al presidente y acabará apareciendo un Cromwell- para mutar la legalidad, gobernar por decreto o leyes por procedimiento de urgencia, continuará optando por la ley de reforma del código penal para sacar a los sediciosos de la cárcel, impondrá la ley Celaá en las autonomías del PP y controlará su fiscalidad amenazando incluso con un 155, mantendrá su ineficacia en la gestión de la pandemia, y dejará el mapa autonómico en una confederación de territorios en la que pugnará por ser el soberano florero. Se mantendrá en la Moncloa aunque el poder resida en sus aliados. Cuanto más débil sea, más saldrá en televisión. Es lo único que le queda hasta que se lo hurte Podemos, y en ese momento será abandonado en el muladar de la historia o asesorando al chavismo, que es lo mismo.
Por lo demás, el intervencionismo del nacionalismo catalán en el resto de España, que está presente desde sus orígenes históricos, pues en el fondo lo que han querido desde el Desastre del 98 es convertir el resto de España, tras un empeño total en una política proteccionista de sus intereses, en su protectorado. La dictadura de Primo de Rivera se gestó desde Barcelona, el Gobierno de Burgos, si, el de los rebeldes del 18 de julio, estaba muy bien representado por catalanistas. Rufián impone, en una negociación de los Presupuestos Generales, que nunca ha sido tan poco económica y sí tanto de mercadeo político, cómo tienen que ser los impuestos de Madrid dejando a salvo la privilegiada financiación de Euskadi y Navarra. Sencillamente, desde el sectarismo al caos.
Caos confirmado cuando la vicepresidenta acusa a la Comunidad de Madrid de ser causa de la desarticulación del Estado cuando tiene de aliado un partido con líderes condenados por sedición y a Otegi justificando públicamente el apoyo al Gobierno como paso necesario para conseguir la república vasca. Ante este comportamiento es imposible la mínima estabilidad política que permita a este país superar los graves retos inmediatos. Pero es que el caos, permitido, favorecido, e impulsado por el presidente Sánchez, es el terreno abonado para que sus aliados promuevan sus, también, caóticas repúblicas.