EL CONFIDENCIAL 13/07/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· La política parlamentaria a la que se atribuye tanta importancia en el fracaso electoral de Podemos el 26-J la protagonizó Iglesias
El fin de semana pasado no solo fue relevante políticamente por la visita de Barack Obama o por el importante comité federal del PSOE. También por la celebración del consejo ciudadano de Podemos, máximo órgano de decisión del partido. Y que constituyó un fiasco. Porque iban a conocerse los informes de Bescansa y Errejón sobre las causas a las que se podían atribuir los malos resultados de la organización en las elecciones del 26-J. Al parecer, el trabajo de Podemos en el Congreso y la gestión de las negociaciones para formar Gobierno explicarían la pérdida de más de un millón de votos. Y por supuesto, también “la campaña del miedo”. Nada tuvo que ver la coalición con IU (“neutra”). Y el comportamiento de Pablo Iglesias no se evaluó porque sobre tal aspecto no se inquirió el criterio de las bases. Menudearon otras críticas (a la campaña, por ejemplo), pero nada y todo fue lo decisivo. Un reparto equitativo de responsabilidades que libran a la dirección de un reproche formal.
Pablo Iglesias -el nombre y el apellido ausentes de la investigación demoscópica- pidió que -pelillos a la mar- no se mantuviese tensión dialéctica en torno a las causas del revés electoral. Dijo: “Yo evitaría que la gente se fuera apuntando explicaciones que después solo funcionan en clave de corriente o en clave de facción”. Iglesias pronunció estas palabras ya rezagado, porque si en algún partido hay “facciones y corrientes” es en Podemos, como él mismo reconoció al declarar “insostenible pero virtuosa” la tensión entre “ser jacobinos y plurinacionales”. En lo que erró Iglesias al tratar de despejar balones, fue en el ejemplo entre protestantes y católicos, porque al afirmar “qué importa quién tuviera más razón en la interpretación del Evangelio”, retorció la historia: importó mucho, porque los protestantes dejaron de obedecer al Papa de Roma y se creó un cisma que llega a nuestros días desde el siglo XVI. Como el que habrá en Podemos.
· Podemos es un puzle con las piezas desencajadas, a tal punto que más les valiera que Rajoy se haga con el Gobierno para no tener que ir a nuevas elecciones
La política parlamentaria a la que se atribuye tanta importancia en el fracaso electoral de Podemos el 26-J la protagonizó Iglesias. Desde el espectáculo de la constitución de la Cámara Baja -con Carolina Bescansa y su bebé en el escaño- hasta el beso en la boca que propino a Domènech, pasando por la rueda de prensa en la que se atribuyó la vicepresidencia de un fantasmal Gobierno de Sánchez y la perorata sobre la “cal viva” que manchaba la manos de González y el pasado del PSOE. Todo eso -histrionismos- los perpetró Pablo Iglesias, el gran actor. Y a quien, mientras él trataba de echar balones fuera en el consejo ciudadano, el secretario general de los socialistas auguraba ante su comité federal el “declive electoral”. Seguramente era de las pocas cosas en las que se podía coincidir con Sánchez: Podemos es un puzle con las piezas -territoriales e ideológicas- desencajadas, a tal punto que más les valiera que Rajoy se haga con el Gobierno para no tener que concurrir a nuevas elecciones, porque el porvenir morado tira a negro-funeral.
Las causas del revés electoral de Podemos son tanto el comportamiento de su secretario general como la coalición con IU. Pablo Iglesias es un político desconcertado cuyo tono contenido de las últimas semanas es tan falso como sus identificaciones con líderes políticos de latitudes ajenas que le sirven para delimitar su propio perfil. Recibió al Corbyn que trata de mantenerse precariamente al frente del laborismo británico como al “amigo Jeremy” en ‘The Guardian’ y en ‘El País’; de Rodríguez Zapatero hizo un cántico admirativo que olvidó por completo su gestión de la crisis, y se abrazó, lloroso, a Julio Anguita (lo que al criterio de Gregorio Morán, que de la ‘gauche’ española sabe algo, fue “la derrota más evidente de un movimiento, Podemos, que había nacido, crecido y provocado con mayores pretensiones que las de visitar a los anticuarios políticos que ya no tienen nada que vender salvo saldos de sus derrotas”).
· Empiezan a sobrar dirigentes. Entre los sobreros, sin duda está el joven-viejo Pablo Iglesias. No debatir sobre ello facilitará la venidera implosión de Podemos
Cuando, el domingo, Iglesias pasó por el trance de cumplimentar a Obama en la base aérea de Torrejón de Ardoz, terminó de rematar el catálogo de sus proximidades ideológicas, expresando al presidente estadounidense su “afinidad con Sanders”, el candidato del Partido Demócrata que nada tiene que hacer ya ante Hillary Clinton. O sea, un dechado de perspicacia este Iglesias.
Por lo demás, no admitir que la coalición con IU quiebra el esquema del populismo que ha ido modelando Errejón y no preguntar a las bases sobre el liderazgo de Iglesias comporta cerrar en falso el debate interno, dar patada a seguir e incurrir en las mismísimas prácticas endogámicas y acríticas de los partidos ‘viejos’ y, muy en particular, en su espectro, en las del PSOE al que -ahora sí, viendo la reacción ante el fracaso electoral de su opción- no han mejorado ni en forma ni en fondo. Aquí empiezan a sobrar dirigentes que han ardido con más o menos crepitación. Pero entre los sobreros, sin duda está el joven-viejo Pablo Iglesias. No debatir sobre ello -incluso no admitirlo ni como hipótesis de trabajo- facilitará la venidera implosión de Podemos, la territorial y la ideológica, porque son tantas las versiones de su identidad como vuelcos tiene el cocido madrileño. Por lo menos.