Luis Algorri-Vozpópuli

  • El señor Almeida nos ha abierto por fin los ojos a la verdad

El eminentísimo, reverendísimo, muy sabio y muy poderoso, ilustre y preclaro señor alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, ha agarrado un micrófono –había un debate sobre cómo está la ciudad– y ha asegurado que, en su opinión, lo que está ocurriendo en la franja de Gaza no es un genocidio.

Argumento: porque genocidio fue lo que sufrieron los judíos durante la segunda guerra mundial. Muy bien, hombre, muy bien. Eso tiene la misma lógica que asegurar que cinco y tres no son ocho, porque ocho es lo que sale cuando sumas cuatro y cuatro. Y claro, no es lo mismo sumar cinco y tres que cuatro y cuatro. Se ve a simple vista, ¿no? No hay que ser muy inteligente –y el señor Almeida lo es, vamos, seguro, no hay más que escuchar las cosas que dice– para concluir que el “argumento” del ilustrísimo señor alcalde anula todos los demás genocidios.

Lo que hicieron los turcos con los armenios no fue un genocidio, aunque provocase un millón y medio de muertos. ¿Por qué? Pues porque genocidio fue lo del Holocausto de los judíos, y lo que sufrieron los armenios no fue el Holocausto ni eran judíos. Lo que hicieron los hutus con los tutsis en Ruanda, en 1994, tampoco fue genocidio, a pesar del millón de muertos, según eso; ni lo que les hizo (o intentó hacerles; no le dio tiempo) Saddam Hussein a los kurdos, ni los nueve millones de muertos que provocó Stalin en Ucrania en 1932-33 al confiscarles entera la cosecha: murieron de hambre y aquello pasó a la historia con el nombre de Holodomor. Hay decenas de ejemplos más. Pero el señor Almeida nos ha abierto por fin los ojos a la verdad. Todo eso no fueron genocidios. Porque genocidio es lo que padecieron los judíos durante el Holocausto. Y punto.

LA DEFINICIÓN DE GENOCIDIO.- Yo no sé lo que habrá estudiado el eminentísimo señor Almeida y la verdad es que prefiero no mirarlo, y por una razón muy sencilla: su opinión sobre el asunto no tiene la más mínima importancia. Es irrelevante. Como lo es la mía. Y seguramente la de ustedes. Lo único que hay que hacer es comprobar si los hechos que se analizan entran dentro de la definición que se pretende darles. La definición de genocidio la establecieron las Naciones Unidas en 1948 y, a pesar de los esfuerzos de numerosos dictadores y aprendices de dictadores –bastantes de ellos unos auténticos genocidas–, no ha sido cambiada.

Un genocidio, eminentísimo señor Almeida, lo constituyen “los actos cometidos con la intención de destruir, de manera total o parcial, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, tales como: la matanza de miembros del grupo; lesiones graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia [que acarreen] su destrucción física, total o parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”. Eso es lo que dicen las Naciones Unidas. Todo eso les ocurrió a los judíos durante la barbarie nazi.

Eso les pasó a los armenios a manos de los turcos. Eso les sucedió a los tutsis masacrados por los hutus en Ruanda. Eso padecieron los kurdos bajo la tiranía de Saddam Hussein. Eso fue lo que hizo Stalin con los ucranianos (y de paso con los kazajos y no pocos rusos) en el Holodomor. Y eso, exactamente eso, es lo que está haciendo el gobierno de Netanyahu con la población de Gaza. Han muerto, a día de hoy, más de 64.000 personas.

Los soldados israelíes tirotean a la gente que hace cola para conseguir algo de comida o agua, en un espeluznante ejercicio de tiro al blanco que recuerda a lo que hacía el comandante del campo de Plaszow, el nazi Amon Goeth, que se entretenía haciendo puntería sobre los presos. Se está matando de hambre, deliberadamente, a los civiles: estamos viendo fotos de niños idénticas a las de los despojos humanos que sobrevivieron a Auschwitz. Se está desplazando por la fuerza a la población, críos incluidos, en un interminable viaje infernal de un rincón a otro por ese erial humeante que tiene el tamaño aproximado del término municipal de Astorga.

Es un genocidio como la copa de un pino, oh ubérrimo, pulquérrimo e integérrimo señor Almeida, el clemente, el misericordioso. Un genocidio espantoso –como todos los genocidios– según la definición de la ONU. Se ponga usted como se ponga. Porque cuatro y cuatro son ocho, lleva usted razón. Pero cinco y tres también lo son. Y hasta seis y dos; sí, sí, no se sorprenda, que es verdad.

LO QUE DICE SÁNCHEZ ES MENTIRA.- Pero todo da lo mismo. Almeida dice que lo que se está cometiendo en Gaza no es un genocidio por una sola razón: porque Sánchez ha dicho que sí lo es, y hemos llegado a tal estado de burricie, de infantilismo, de letargo neuronal que, ahora mismo, todo lo que dice Sánchez es mentira, hay que negarlo, hay que ridiculizarlo y decirle a la gente (que ya sabemos que es tonta y se lo cree todo) que se trata de una maniobra para ocultar su corrupción, la de su mujer, la de su hermano, la de Koldo, la de Ábalos, la del otro golfo y la del sursum corda.

Ese argumento se utiliza con lo que sea. Da lo mismo. Si Sánchez pretende reducir la jornada laboral, eso es una maniobra para tapar su corrupción y la de su mujer. Si Sánchez dice que lo de Gaza es un genocidio, lo mismo: otra maniobra. Y si Sánchez dice que seis y dos son ocho, pues igual. Es mentira. Es una maniobra. No seré yo quien defienda a Pedro Sánchez, que está haciendo a la integridad y a la solidez de esta vieja nación un daño del que tardará décadas en recuperarse… si es que se recupera.

Tampoco se me ocurriría nunca ponerme ni remotamente del lado de Hamás, una banda de criminales que asesinó a 1.400 personas pronto hará dos años sabiendo perfectamente que la respuesta israelí sería terrorífica. Así ha sido. Hamás utiliza a la población de Gaza, niños incluidos, como carne de cañón; esa gente no les importa una mierda, tenían su muerte prevista y lo único que buscan es asegurar su pequeño, peligroso, enloquecido poder. Pero usar todo eso para justificar el genocidio (porque es un genocidio, señor Almeida) del gobierno israelí contra los civiles de Gaza; para mirar hacia otro lado cuando los colonos israelíes roban impunemente las casas y las tierras de los palestinos en Cisjordania, es una absoluta locura.

EL USO DE LA MENTIRA DESCARADA.- Y ese es nuestro verdadero problema. Que nos hemos instalado en la locura. Que ya no hay nada, absolutamente nada, que no pueda ser utilizado como navaja para apuñalar al enemigo. Digo bien: enemigo y ya no rival, ya no adversario. Y enemigo es todo aquel que no piensa como el que esgrime la navaja o la lleva entre los dientes.

El uso de la mentira descarada, de la manipulación, del bulo, del escupitajo verbal como arma política, ha pasado de ser una excepción repugnante a ser la norma. Todos lo hacen. Todos los días. Hemos perdido de vista, peligrosísimamente, algo fundamental: que somos compatriotas. Que vivimos todos aquí. Que compartimos todos una nación, si es que queda algo de ella cuando se vaya este hombre. Que no tenemos otra opción sino convivir, gobierne quien gobierne. Y que nuestros hijos y nuestros nietos heredarán, sin la más mínima duda, el odio repugnante que estamos criando unos contra otros.

Y que quizá ellos (si es que no es buena parte de nosotros mismos) acaben por convencerse de lo que proclama la extrema derecha en gran parte del mundo: que la democracia ya no es tan necesaria. Que es más conveniente que mande alguien, ataviado con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer, y que se acabó eso del estado de derecho y la milonga de las autonomías y las urnas y la libertad de expresión. Eso es lo que, cada vez con menos disimulo (en realidad, ya ninguno), repiten los controladores de las redes sociales, manejadas goebbelsianamente por los ultras; redes que, no lo olvidemos, se han convertido en la principal fuente de información (y de embrutecimiento) de la gente menor de 40 años.

Con todo esto que se nos viene encima, aquí nos divertimos haciendo bromas gansas sobre si nos gusta la fruta o no nos gusta la fruta, aquella chocarrería presuntamente ingeniosa que dijo la señora Ayuso después de llamar hijo de puta al presidente del gobierno de España. Sí, claro que nos gusta la fruta. Mucho. Yo creo que a todos. También a los niños de Gaza, señor Almeida. Lo que pasa es que a ellos les pegan un tiro cuando van a recogerla. Pero usted, a lo suyo: no es un genocidio. Y una cosa: si no lo es, ¿cómo lo llamaría usted?