Javier Caraballo-El Confidencial
- Dejar gobernar a quien ha ganado unas elecciones se percibe como un pecado de lesa oposición, algo imperdonable
La política en España está tan viciada de sectarismo que el único pecado que no se contempla es el de dejar gobernar a quien ha ganado unas elecciones. Esa es la regla de tres que, por lo manifestado, va a aplicar el Partido Popular en la votación del decreto de ahorro energético que llegará este jueves al Congreso de los Diputados. Si consideramos esa sesión plenaria como el final de las vacaciones parlamentarias, porque la controversia política no se toma ni un respiro aquí, el regreso servirá para ratificar que todo seguirá transcurriendo por el mismo sendero de previsibilidad y confrontación en los discursos. ¿Por qué se opone el Partido Popular a ese decreto si fueron los populares los primeros que reclamaron la aprobación de un paquete de medidas de ahorro? Pues una de las razones es esta que se expone, el hecho de que, entre nosotros, dejar gobernar a quien ha ganado unas elecciones se percibe como un pecado de lesa oposición, algo imperdonable.
La segunda razón ya se expuso aquí hace unos días: en la actualidad, el factor político más determinante de España es el odio a Pedro Sánchez. Esa es la variable que más influye en el estado de ánimo político y, por ende, el que determina las encuestas, por encima de otras variables como el buen o el mal gobierno o la buena o mala oposición que se ejerza. En suma, como el Partido Popular lo sabe, que solo soplando esas llamas del odio a Pedro Sánchez se mantiene al alza, pues lo practica con toda normalidad y sin reparar en los daños colaterales que provoca en el sistema. En todo caso, como esa segunda razón es coyuntural, y además habrá que volver sobre ella hasta, al menos, finales de 2023, conviene centrarse en la que sí constituye una constante en la vida política española: el sacrilegio de dejar gobernar.
Este tipo de oposición, como todos los que tienen un origen visceral, puede hacer incurrir en ridículos y contradicciones a quien lo practica, por la ceguera que conlleva. Al Partido Popular ya le ocurrió con la votación de la reforma laboral y puede volver a pasarle lo mismo con este decreto de ahorro energético. Al igual que entonces, los populares se ven en la necesidad de cambiar radicalmente de discurso en cuanto observan que el Gobierno socialista se acerca a sus posiciones. Y, como pasó con la reforma laboral, no les importa votar en contra de una ley que calcaba en el 90% lo que ellos mismos defendían —así lo apreciaba su propia fundación de estudios, Faes, además de la patronal española—, porque lo que se dirime no es votar a favor o en contra de tal o cual ley, sino votar a favor o en contra del Gobierno. El ridículo de la reforma laboral se amplificó posteriormente cuando, además de aprobarla en aquella estrambótica sesión parlamentaria en la que un diputado del PP se equivocó al votar; además de ese espectáculo, luego sucedió lo que estaba previsto, que también la Unión Europea acabó bendiciéndola y poniéndola como ejemplo de diálogo y acuerdo entre los agentes sociales.
Con la mínima perspectiva del tiempo transcurrido desde entonces, cualquiera puede apreciar que, en ese debate de la reforma laboral, lo que consiguió el Partido Popular fue distanciarse de todos los que le interesa que estén a su lado; un coste altísimo frente al desgaste inapreciable que sufrió el Gobierno de Pedro Sánchez que, además, se retroalimenta con esa estrategia de oposición frontal. Exactamente lo mismo que puede suceder con este decreto de ahorro, que, como debemos recordar siempre, no surge por iniciativa del Gobierno de Pedro Sánchez, sino por imposición de la Comisión Europea, que es la que nos exige el ‘gesto’ de ahorrar un 7% en el consumo de energía. Otra vez va a acabar el Partido Popular oponiéndose a una norma que, cuando se apruebe en el Congreso de los Diputados, merecerá el apoyo y el respaldo de la Unión Europea. La imagen del PP no queda bien ni siquiera en el supuesto de que consiga tumbar el decreto, porque nadie lo entendería en Europa. Ya sabemos que los populares hubieran preferido un decreto de ahorro energético distinto, más amplio, con otras medidas, pero da la casualidad de que no les corresponde a ellos gobernar, sino al Partido Socialista, que es quien ganó las elecciones.
¿Que Pedro Sánchez ha impuesto el decreto y no ha querido negociar nada? Pues eso justifica plenamente que el PP no lo vote afirmativamente, que se abstenga, y que, después, en las comunidades autónomas se actúe en consecuencia para aplicar el decreto en el ejercicio de sus competencias. Oposición no es obstrucción, y hasta el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, lo habrá dicho así cuando era él quien gobernaba en Galicia o su partido en España. En la etapa de Pablo Casado, esa oposición radical podía entenderse por la escasa talla política del líder de la oposición, que necesitaba esa bronca para reafirmarse, sobre todo frente a Vox, pero ese no es el perfil de Núñez Feijóo. El actual presidente tiene solvencia, desprende solvencia entre los electores del centro derecha, por eso ha subido en las encuestas, y esa cualidad debería bastarle para no practicar ese seguidismo elemental y cenutrio de la confrontación total.
Habrá quien diga, y no le faltará razón, que la única persona en España que no puede quejarse de una estrategia cerril de oposición es, precisamente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, autor de esa máxima antidemocrática del ‘no es no’, que se anteponía a cualquier posibilidad de entendimiento. La negativa a todo. Y la mantuvo hasta que consiguió ahormar una mayoría imposible en el Congreso para sacar a Mariano Rajoy de la Moncloa con una moción de censura. Es verdad, por supuesto, que el PSOE forma parte de la misma cultura del sacrilegio de dejar gobernar a quien gana unas elecciones. Pero esa generalización no solo no desmonta la tesis sobre el sectarismo ciego de la política española, sino que la confirma plenamente.
Hace unos días, en la placidez tórrida de una tarde de verano de persianas echadas, al hablar de lo irrespirable que se vuelve la política española, un amigo me aconsejó una película antigua de Francesco Rosi, ‘Las manos sobre la ciudad’, un ‘thriller’ político de 1963 que tiene la actualidad imperecedera del poder, la avaricia y la especulación en política; la actualidad de la corrupción. Casi al final de la cinta, el veterano del partido le decía al más novato o escrupuloso: “En política, la indignación moral no sirve para nada. El único pecado es ser vencido”. Al final, si lo pensamos, es la misma filosofía del ‘todo vale’ que produce todos los monstruos que nos rodean.