Juan Carlos Girauta-ABC
- Lo comprendo. Puede resultar difícil admitir que el Gobierno de un gran país esté actuando sin pauta ni guía, cabalgando sin ruta y sin riendas. Lo último es cuando rectifica una barbaridad. Ojo, que eso tampoco garantiza nada porque, dado el estado de las cabezas gobernantes, lo rectificado se puede volver a rectificar con gran soltura
Analizamos al Gobierno como si se atuviera a una lógica. Craso error. No importa cuán rigurosos seamos con los conceptos, ni la aparente idoneidad de los antecedentes que invoquemos. Vean, por ejemplo, las dispares reacciones ante el atraco a Madrid que propone Puig, idea desesperada y, por ello, desvergonzada. Consiste en que las autonomías con ínfulas, las que no perdonan una ocasión de diferenciarse, las arruinadas por sus gobiernillos insolidarios, identitarios e intervencionistas hasta la náusea, irrumpan en la próspera Madrid a calzón quitado y se lleven por las bravas el fruto de sus políticas liberales, de su enfoque amistoso con los negocios y de su asombrosa capacidad para nadar y guardar la ropa durante la pandemia, envidia del mundo.
Las discrepancias cuando el levantino miembro del club sanchista propuso el palo ante los micrófonos -disfrazándolo de justicia, como suele hacerse en el ambiente- no son halagüeñas para el futuro de la banda de Sánchez en el inframundo. Escrivá dice que sí, Montero dice que no. Solo que Montero lleva lo del parné y su opinión vale por dos. Y este es el punto al que quería llegar. La disonancia (atracamos Madrid, no atracamos Madrid) despierta a los analistas de sus merecidas siestas agosteñas. Como un resorte, se sacuden la arena y corren al teclado. Salvo que estén, como yo, en el Cantábrico, bendecidos por la máxima de 20 grados, y lleven el iPad adherido, cual cyborgs. ¿A qué vamos al teclado? A hacer lo que se espera de un hombre cabal: buscar y encontrar sentido.
Y entonces nos damos cuenta: algunas cosas carecen de sentido, aunque nadie espera dicha ausencia en un acontecimiento o discusión políticos. El caso es que el sanchismo es, entre otras cosas peores, un disparate. Una sucesión de absurdos. Así, el atraco a Madrid so capa de deuda solidaria, de impuesto a la capitalidad, de corrección del ‘dumping’ fiscal o de corre cabrón que me lo llevo crudo, es uno de esos asuntos cuyo sentido muere en el punto de partida. Es triste y simplicísimo: Puig tiene un morro que se lo pisa y ha concebido un atraco para cubrir su problemón financiero; Escrivá -¡sin ninguna razón!- lo aprueba y lo suscribe; después Montero lo rechaza, molesta por la intromisión en su área. Eso es todo. Creer que hay más, trátese de globos sonda o de facciones con mayor o menor sensibilidad territorial, es vano.
Lo comprendo. Puede resultar difícil admitir que el Gobierno de un gran país esté actuando sin pauta ni guía, cabalgando sin ruta y sin riendas, avanzando hacia atrás y -con suerte- retrocediendo hacia delante. Lo último es cuando rectifica una barbaridad. Ojo, que eso tampoco garantiza nada porque, dado el estado de las cabezas gobernantes y la acostumbrada sucesión de contradiós tras contradiós, lo rectificado se puede volver a rectificar con gran soltura. Incluso con una contracción de extrañeza en el entrecejo si el periodista acreditado entona el «¿no dijo usted que…?» No son Iglesias, que especulaba sonriente sobre la filiación de quien le inquiría y hasta aludía sarcástico a su ropa si se trataba de una mujer. Pero una leve mueca basta para lograr eso que los socialistas dominan, lo que en realidad les convierte en políticos con futuro: hacer sentir al interlocutor como un imbécil cuando este conoce el tema mucho mejor que ellos. Hay que valer mucho para no valer nada y parecer que vales.
Oiga, con todo el respeto: si a mí me llega a sobrevenir la política profesional sin carrera -por no haberla empezado o por haber sido expulsado de la facultad después de suspender seis veces primero- habría dimitido sin pensarlo. Tienes que ser un pícaro aurisecular, o poseer nervios de pedernal, o carecer de vergüenza, o ser un gran actor. Tienes que vivir a la desesperada para estar dispuesto al ridículo permanente de no saber qué demonios te están preguntando en realidad, ni qué diablos estás tú contestando. Nos hemos desviado ligeramente del tema, que es el sinsentido de la acción de gobierno y, por eso mismo, la inutilidad de buscarle una lógica política a las ideícas, las desautorizaciones, las rectificaciones y las vueltas a rectificar. Cojan lo del MIR catalán.
Se ha reunido la Mesa de Despiece de España que el Gobierno celebra y celebrará de modo bilateral con las autoridades secesionistas catalanas para hablar de todo. Todo es todo, ya conocen la opinión de Sánchez, Robles, Simancas y, sobre todo, Lastra sobre las infinitas virtudes del diálogo, en las que algunos no hemos conseguido creer. ¿Amnistía y autodeterminación? ¡Hablemos! A ver si discuten también sobre la confiscación de las cajas de seguridad de los catalanes no nacionalistas, o de la ilegalización en Cataluña de los partidos constitucionalistas, ya puestos a pasarse la ley por la entrepierna. ¿No es bueno hablar de todo? Pues bien.
La última reunión de la Mesa de Despiece pareció concluir con el troceamiento del MIR, de modo que los médicos catalanes puedan proceder a sus respectivas especializaciones de acuerdo con criterios que no serán los mismos que rigen para el resto de médicos españoles. Conociendo el percal como si lo hubiera parido, adelanto alguno de los posibles criterios para que un médico pueda formarse o no como cardiólogo: nivel de conocimiento del catalán. Luego nada. Luego historia de Cataluña. Luego visión del mundo. Luego historia de la medicina catalana. Pero he aquí que el Gobierno, tras un tiempo mudo, niega el traspaso por boca de Carolina Darias, ministra del ramo. Sigan ustedes buscándole explicaciones y sentido a lo que no es más que cruda, brutal supervivencia.