Vive su momento estupendo. Él contra todos. Convirtió al Partido en un coro de Aleluyas. Hizo del Gobierno una casa de citas atenta a que llamara el señor, el más atractivo, el más audaz, el dominador del mundo que llevaba esperando a que alguien tan inigualable como él designara con un gesto quién podía atenderle y a quien se le había pasado la oportunidad de servirle. Nacido de la nada de la mediocridad militante, formado en el arte de la improvisación, valiente con los apocados, cobarde ante la realidad hasta el punto de crearse un mundo propio de avezados gañanes dispuestos a todo menos a desairarle. Su paisaje terrenal se asienta entre amigos o enemigos; no hay adversarios porque eso mostraría un aire de debilidad que haría peligrar el entramado.
Eso es Sánchez, el primer presidente en la historia de nuestra democracia que ha conseguido hacer posible un lema que nos tiene sobrecogidos: o susto o muerte. El 23 de julio no se vota a quien puede ser presidente o alternativa a presidente. Lo que se puede elegir ese día no va más allá de un avatar que se hará realidad a la mañana siguiente. ¿Con qué restos de naufragio se podrá sumar o restar hasta formar gobierno? El perderá, de eso no parece haber ninguna duda, pero dejará el terreno tan maltrecho que se hará invivible democráticamente. Se habrá derrochado tanta pólvora y tantas armas de destrucción masiva que será difícil pacificar una sociedad tensionada hacia los límites.
Los reaccionarios se criminalizan como fascistas y a los radicales se les disfraza de comunistas; una prueba de la precariedad del lenguaje, quizá porque no se hace ningún esfuerzo por afinar los análisis
No hay forma de amnistiar la agresividad, porque nace de la conciencia de que sólo los violentos pueden administrar la paz y el silencio. Vuelven las palabras que creíamos caducadas. Los reaccionarios se criminalizan como fascistas y a los radicales se les disfraza de comunistas; una prueba de la precariedad del lenguaje, quizá porque no se hace ningún esfuerzo por afinar los análisis y quizá también porque se añora encontrar soluciones de exterminio, como antaño.
Pedro Sánchez se queja de la burbuja mediática que le castiga pero le parece objetividad informativa que sus huestes, arruinadas de lectores y quebradas empresarialmente, se hayan convertido en un nuevo Wagner de mercenarios sumisos. No se disfrazan de patriotas, al estilo de la reacción que ya huele la sangre del derrotado, ellos son los veteranos del progresismo que abrevó con Zapatero y ahora mejoró institucionalmente con los gobiernos de todos y todas. En el fondo toda la astracanada mediática sobre la memoria histórica no sólo está viciada sino que es un constructo -que dicen los pedantes- pensado para salvarse ellos, sus subvenciones y las falacias construidas con la más aviesa de las intenciones, quizá, para no llegar a lo mollar: no hay nadie que no lleve mochila histórica. La diferencia está en que nadie quiere reconocer la suya tapada por la del contrario. Tenemos demasiado pasado y poco presente, por no hablar del aventurado futuro.
Fueron cambios de opinión, no mentiras, alegó el tramposo contumaz. La comparación justificatoria es una declaración involuntaria de intenciones
Cuando el periodista Alsina preguntó a bocajarro “¿Por qué nos ha mentido tanto?”. El presidente más mendaz de la democracia -y la verdad es que el ranking se le puso muy difícil, porque la Transición tan alabada y añorada ahora por sus adversarios se construyó sobre mentiras pero funcionó. Por eso sacó a colación los precedentes de Adolfo Suárez y la legalización del PCE y Felipe González con la aceptación de la OTAN. Fueron cambios de opinión, no mentiras, alegó el tramposo contumaz. La comparación justificatoria es una declaración involuntaria de intenciones. Poner al mismo nivel lo que hicieron en situaciones enrevesadas Suárez y González, comparándolas con las amnistías abrasivas, los pactos tortuosos y demás “cambios de opinión”, casi uno al mes, sólo es capaz de hacerlo a quien se le da una higa lo que vayan a decir los suyos, porque para eso tienen el riñón cubierto, que él se encarga de eso.
El instrumento PSOE, amenazado de desahucio, se ha uncido a un carro de tracción animal con un solo conductor que está convencido de desempeñar el endiosado papel de Prometeo, un dechado de los dioses, capaz de lo imposible. Lo de menos es cómo lo ha hecho, lo importante es que los cobija a todos por más que con él nadie esté seguro de mantener sus favores; los poderosos con absoluta conciencia de imprescindibles son arbitrarios por naturaleza. Si hay que jibarizar al partido para ponerle calzas al portento, ninguna duda. Hágase.
Hay casi mil millones para dedicar a la campaña y cuando uno juega a la ruleta en el último minuto, tras una muy mala racha, debe apostarlo todo. Me encandilan los mirones del juego esperando que al final, si gana, reparta algo de lo arramblado. Habrá ocasión para dedicarles una intempestiva, especialmente en su intento de bomberos cancelados que ellos ya advertían en la intimidad lo mismo que jaleaban sin vergüenza. Esas plumas de pavo real que arrasan de adjetivos sobre lo que van a perder ante la derrota del Deseado. Lo fascinante de la inteligencia vicaria es contemplarla engañándose a sí misma y buscando el chivo expiatorio que les alivie tanto la conciencia como la sumisión.
El sanchismo sin BOE no pasa de ópera bufa sin espectadores
De cualquier manera que se contemple, la senda está trazada. Si pierde, el Partido tendrá su juego de masacre y se dará una oportunidad a los tapados para que administren la quiebra. Si gana, o lo que es lo mismo, si logra aunar a diferentes partidas de huérfanos hasta hacer una Residencia Pública, el instrumento habrá quedado tan menguado que ni convirtiendo a Pedro Sánchez en entrevistador de sí mismo logrará parar el descenso a la inanidad. El sanchismo sin BOE no pasa de ópera bufa sin espectadores.
A la altura de la pandemia electoral hay que hacerse a la idea de que hasta el 23 de Julio nuestro mundo no recordará la Toma de la Bastilla, que se festeja unos días antes, sino algo más racial, de nuestro insondable saber del terruño. Aquellas palabras dignas de uno de esos teólogos que pueblan los departamentos de Ciencias Políticas adaptados a tertulias y columnas. Están en “Pepitas de calabaza”, el filme de José Luis Cuerda y viene como anillo al dedo para uso de angustiados ante el barranco: “Todos somos contingentes, sólo tú eres necesario”.