Maite Alcaraz-El Debate

  • Sánchez está convencido de que aquello que no verbaliza no existe

El sanchismo arde como una tea en el ecuador de la legislatura más estéril de nuestra democracia. Arde como España, donde faltan bomberos y sobran pirómanos. En este incontrolado fuego político hay un incendiario sin escrúpulos, sin principios –ya lo dice Rufián, que es su pagafantas– que está dispuesto, como Nerón al quemar Roma, a arrasarlo todo antes de morir políticamente. Lo saben los socialistas y lo aprovechan sus aliados para exprimirlo en una dinámica de cesiones que han acelerado la disolución de un Estado, ya con síntomas de cadaverina institucional. Como Álvaro García Ortiz, el régimen que arrancó en junio de 2018 con una moción de censura, va camino del banquillo: el fiscal general ocupará a finales de año el sitio que le espera en el Supremo y el Gobierno, el banquillo que los españoles le reservan cuando se abran las urnas, cerradas a cal y canto para evitar la alternancia.

Las encuestas dicen que, lejos de lo que ocurrió en 2023, comicios en los que los socios purgaron en las urnas su alianza con el PSOE, hoy es el partido de Sánchez el que sufre los estragos de un vendaval de escándalos que esta vez no le van a salir gratis, por eso ha pasado de las «cartas a la ciudadanía» al «perdón a la ciudadanía»The Economist, el semanario británico al que se agarra el presidente para tunear su mandato, acaba de pedirle directamente que convoque un congreso extraordinario, se vaya y apague la luz al salir; pero no como hizo el 28 de abril. Pero desde La Mareta, donde se espera al druida Zapaterix y su poción mágica para que su amado Petrúrcix diseñe una salida, se ve otra realidad paralela, alumbrada por los 900 asesores que, a las órdenes de Bolaños, elaboran tablas, usan estadísticas trucadas, retuercen datos macroeconómicos, construyen discursos y sonrisas telegénicas para apuntalar una falaz versión de la política española. Otros Excel, que no son los de Moncloa, desmentirían aquellos ipso facto.

Y es que, en torno a la fuente del palacio monclovita, que presenció los requiebros de Machado a Guiomar, se vive en un permanente plató de televisión, donde se escribe una escaleta que dice traducir la actualidad, pero que solo la jerarquiza en función del interés personal del césar. Estamos ante un mensaje cigomático que acompaña al jefe del Ejecutivo allí donde deposita su escuchimizado físico y raquítica alma. Durante 23 días, el autor de esa ficción habita en Lanzarote, un remanso aislado donde nadie ha oído hablar de Santos Cerdán, ni de José Luis Ábalos, ni de Puigdemont, ni de Otegi, ni de Leire Díez, ni de García Ortiz. Ni de los incendios que achicharran el país, consecuencia de la imprevisión, de las políticas ecologistas suicidas –como con la dana o el apagón masivo– y de las guerras políticas. Porque Pedro Sánchez está convencido de que aquello que no verbaliza no existe. En su discurso de balance, de una hora y cuatro minutos, no dedicó ni 60 segundos a hablar de corrupción, la clave de bóveda de su mandato.

Esa última narrativa del autobalance triunfalista fue otra obra maestra. Donde Sánchez habló de fragmentación pongan descomposición; donde dijo prosperidad anoten cuarto país con menos bienestar individual de la OCDE; donde prometió vivienda pública y vendió intervenir los precios, lean la denuncia de organismos internacionales por el fracaso de esas opciones en el mercado inmobiliario y desenmascaren al presidente que menos vivienda ha construido en relación a la necesidad demográfica; donde sostuvo que los salarios se han disparado, corrijan que solo han subido un 2,7 %, el cuarto peor desempeño de los países desarrollados, y de ese crecimiento, el 89 % se lo ha comido la inflación o las subidas del IRPF de María Jesús Montero; donde apuntó que iba a presentar presupuestos en 2026 piensen que eso mismo lo dijo en 2024 y 2025 y nunca lo hizo; donde sostuvo que su Gobierno ha actuado rápidamente contra la corrupción no olviden que ha torpedeado la instrucción judicial contra las corruptelas de su mujer, su hermano, el fiscal general del Estado, despachó como simple bulo el informe de la UCO contra su secretario de Organización y colocó de número dos de la lista socialista por Valencia a su antigua mano derecha, José Luis Ábalos, al que había decapitado dos años antes porque sabía que se lo llevaba crudo; donde dijo que las irregularidades no tienen cabida en su Gobierno no olviden que intentó mantener a la mano derecha de Santos, Paco Salazar, la misma mañana del Comité Federal; donde dijo que España iba de la mano de Europa en la lucha contra la corrupción recuerden que el Consejo de Europa ha denunciado que España no ha aplicado ni una de las 19 recomendaciones del informe Greco sobre prevención, obviando el control de sus asesores y la reducción de los aforamientos. Es más: ha abolido la malversación sin lucro directo para satisfacer a sus costaleros separatistas.

Donde dijo que el Gobierno seguía fuerte y con ganas, no olviden que medio Consejo de Ministros dedica su tiempo bien retribuido a hacer oposición a los barones del PP y usan su cartera como plataforma de propaganda para las elecciones autonómicas. Para colocar a una de ellas, Pilar Alegría, Sánchez acosó y derribó a Javier Lambán, el buen socialista que acaba de fallecer, al que llamó en un mensaje «petardo» y al que montó cuatro broncas telefónicas por mostrar su rechazo a los acuerdos con los separatistas y con los proetarras. Todo un símbolo de las hechuras democráticas de Sánchez, tan lejos de la talla política y la bonhomía personal del expresidente aragonés.

Nada funciona

Está claro que la legislatura ha entrado en vía muerta. Nada funciona. No funcionan sus trenes, la política migratoria es pasto de la demagogia, el gran apagón es uno de los mayores desdoros de los últimos años, los precios están disparados y arden comarcas enteras mientras un ministro tuitero se pitorrea de los incendios para atacar a los rivales y alimentar a sus bases más caníbales. Por eso Sánchez ha convertido el Consejo de Ministros y la trompetería oficial en una orquesta bien afinada para tocar una sola sintonía: autobombo sanchista. Una auténtica mutación donde el relato ha sustituido a la gestión.

La inacción legislativa, una suerte de corrupción democrática, ha convertido a Sánchez en un charlatán que vende crecepelos ante una prensa reducida a cuatro preguntas que secundan los beneficios capilares del producto. Un país donde la democracia representativa ha dejado de tener sentido. Lo farfullaban dos miembros del Gobierno hace unas semanas: la vicepresidenta Yolanda Díaz y el ministro Urtasun se mofaban de legislar sin el Congreso porque «le tenemos miedo a la soberanía popular». ¡Al pueblo, todos los hombres de gobierno temen!, dejó escrito Valle-Inclán. En democracia se han impulsado 750 decretos-ley y solo nueve han sido derogados. De ellos, seis bajo el mandato de Sánchez.

Vapuleado en el Congreso con 40 derrotas en siete meses, presidir España se reduce hoy para el jefe del Ejecutivo a gobernar la propaganda y gozar de los atributos del poder. Por eso el Gobierno no rinde cuentas sino controla daños. Fantaseó con nuestro bienestar económico, pero podía haberlo hecho, y no mentir por primera vez, refiriéndose al de su mujer, al de su hermano y al de sus dos hombres de confianza: todos medraron a su costa, todos mamaron de su poder. El jefe del Ejecutivo es un prestidigitador verbenero que repite vocablos polisílabos que la realidad desmiente tozudamente. Dice que va a mejorar la financiación de todas las comunidades, cuando viene de firmar un privilegio feudal para los separatistas catalanes.

Nunca como ahora nuestra proyección en el mundo fue más pequeña y hasta la anestesiada UE ha tomado la matrícula de dear Peter, que se esconde para no contribuir a la defensa de todos, investido en una suerte de líder de los bolivarianos latinoamericanos y jefe del antisemitismo europeo, mientras nuestro país lleva dos años sin recibir una visita de Estado y los mandatarios de la UE no cuentan con Sánchez para negociar con Trump sobre Ucrania. Agarrado al raca raca de la ultraderecha, sabe bien que eso ya no funciona –aunque divide a sus rivales– mientras la crisis migratoria es desoída y las emergencias de los ciudadanos desatendidas. Su obsesión por culpar solo al popular Mazón de la inacción durante la dana, pese a que el papel de la Confederación Hidrográfica del Júcar también está en entredicho, se le ha vuelto simbólicamente en contra con la dimisión, por falsear burdamente su currículum, del comisionado especial para esa catástrofe, a la sazón presidente del PSOE valenciano. El vecino de La Mareta fue un ejemplo para los suyos: en su primera hora, copió la tesis doctoral.

Sánchez puede acabar de tres maneras: con un adelanto electoral, para lo que necesita atisbar que los números le den y no es el caso; una moción de censura, lo que sería el corolario poético al comienzo de esta pesadilla, pero que requiere que al PNV o a Puigdemont ya no les rente estrujar el limón por falta de zumo; o, la más probable, la de la agonía televisada, la del desmoronamiento al ritmo de los procesamientos y las imputaciones, de los audios de la UCO, de los escándalos machistas de su familia política y de sus compañeros del Peugeot –sanchismo es machismo, dijo con acierto Feijóo hace unos días– y de los reveses judiciales que impidan que el prófugo que le sostiene se beneficie de la ley de amnistía, la transacción por la que le prestó siete votos, pero sobre todo la corrupción moral más grave que lleva su sello.

El Gobierno se ha gastado 14.999,99 euros para tener la piscina lista en el palacete que regaló Hussein de Jordania al Rey Juan Carlos; una auténtica emergencia ciudadana. Es el sexto año que va a Lanzarote, isla de la que jamás se ha ocupado, cuyos problemas ni conoce ni ampara, donde cíclicamente aprovecha para hacerse una foto con el presidente insular, como hará mañana, sin resolver ni uno solo de los problemas canarios. Solo puede salir, como en el resto de España, escondido tras una gorra y unas gafas de sol, y pertrechado de máximos niveles de seguridad, sabedor de que el hundimiento está cerca.