Antonio R Naranjo-Es Diario
Los tres «rebeldes» de Ciudadanos, junto a Valls, se dicen más preocupados por Vox que por Bildu y se entregan a Sánchez sin que Sánchez ofrezca nada. Suena a montaje externo.
No parece del todo verosímil que tipos tan inteligentes y formados como Javier Nart, Luis Garicano o Toni Roldán se hayan vuelto tontos de repente en la suficiente intensidad como para no entender que si Ciudadanos inviste gratis a Pedro Sánchez, pasarán dos cosas: la primera, y no menor, que traicionará la confianza depositada en su partido por una buena parte de los 4.5 millones de electores que les entregaron su papeleta sabiendo, y queriendo, que no apoyaran nunca al líder socialista.
Y la segunda, y no menor, que nada más entregarle ese cheque en blanco, el Houdini de Moncloa, con más regates que Pelé en la final del Mundial de Suecia, se reirá de ellos por el nada sorprendente método de seguir haciendo lo que viene haciendo desde 2015: pactar con Podemos y pactar con el independentismo.
Ninguno de los tres ha sufrido un golpe de calor como para no entender que, si de verdad es viable y hasta saludable un pacto entre el PSOE y Ciudadanos, el primero que tendría que decirlo, buscarlo y negociarlo es el mayor beneficiario de ese acuerdo: el inquilino ya legítimo de La Moncloa, ese ente depauperado de un tiempo para acá que tomó al asalto con los mismos tipos que querían asaltarlo para quemarlo.
Es increíble que, gratis et amore y mientras Sánchez pacta con Bildu, nadie en Cs exija entregarse al PSOE
Tendría sentido el estupendismo afectado de Toni Roldán, la ventriloquia de Garicano o la soberbia vintage de Nart si, antes de que Rivera y compañía se enrocaran en su versión naranja del «No es no»; el amigo Sánchez les hubiera trasladado una propuesta formal de conformar un Gobierno en coalición, con un programa de síntesis razonable de ambas formaciones con renuncias y apuntes de las dos y el horizonte de intervenir Cataluña como herramienta de consenso preventiva por si acaso.
Hasta los que nos fiamos de Sánchez en el poder tanto como de Paquirrín en una despedida de soltero, tendríamos que reconocer que entre un gobierno intervenido por el Marqués de Galapagar y el estagirita de Lledoners y otro matizado por una vicepresidencia de Rivera y controlado por tipos como Girauta, la segunda opción es bastante más tranquilizadora y presentable.
¿Dónde está la oferta de Sánchez?
¿Alguno de los tres conoce ese documento, es capaz de citar la propuesta exacta de Sánchez y puede demostrar, por tanto, que la resistencia de Albert Rivera obedezca a un empecinamiento personal, a una obsesión antisanchista epidérmica y a una cabezonería más digna de aragonés que de catalán?
Que ninguno de los tres haya sido capaz de señalar en qué momento Cs despreció una de esas ofertas que El Padrino calificó de «irrechazables» obedece a la evidencia de que no existe y a la certeza de que no existe porque Sánchez no quiere que exista: prefiere gobernar solo, y en su defecto, sustentado en los mismos socios, a ser posible humillados, que viene auspiciando desde que hace cuatro años el asaltante de los cielos empezara su epopeya teenager con destino a La Navata.
Pero prefiere, también, que su apuesta parezca una consecuencia involuntaria del veto de terceros que una apuesta personal por esa combinación de populismo pijo en que ha derivado Podemos y de separatismo montaraz y cainita en que se ha convertido la pugna entre Junqueras y Puigdemont con los catetos de las CUP sujetando la vela.
¿La ultraderecha?
Que tres tipos hechos y derechos compren el pavoroso relato victimista del sanchismo más depredador y apelen a Vox con esa absurda especie que recorre los platós cada vez más sanchistamente uniformes de que es la ultraderecha; solo puede obedecer a que hay algo más, inescrutable pero seguro, que está moviendo los hilos en favor de un Pedro Sánchez al que por alguna extraña razón se le concede el derecho a hacer lo que le salga del papo porque él lo vale.
El fogonazo iniciático del francés impuesto en Barcelona, que mucho Valls pero solo baila Paquito el chocolatero y pisando a todo el mundo, atestiguaba la marejada de fondo existente en Ciudadanos, finalmente liberada por el hombre llamado a dirigir la economía doméstica en caso de victoria naranja.
Y revela que o bien los mismos que en The Economist ya pedían un pacto entre PSOE y Cs hace tiempo siguen teniendo sus tentáculos bielderbarianos o sorianos (de Soros) en España y asistimos sin saberlo a un ejercicio de marionetismo en directo, o bien las miserias y capillas típicas de la vida interna de los partidos acaban imponiéndose al contexto real incluso en los casos en que eso parecía menos posible la situación requería vista más allá del ombligo.
Alguien tiene que saber explicar de una vez por qué no se puede apoyar a un señor que te desprecia y quiere usarte como un kleenex para gobernar a continuación como Podemos pero sin Podemos
Porque no es cuando se dirime si en Navarra campa a sus anchas Otegi o si las cuentas del Reino las hace Iglesias, el olvidadizo estandarte de la gente preocupado ya en exclusiva por la longevidad de su trasero; el mejor momento para discutir si la apuesta por el sorpasso al PP de Rivera fue mejor o peor; si Arrimadas tiene más futuro que Albert o si la evidencia de que Casado ha resistido el pulso obliga a reformular el centro para no situarse demasiado a la derecha: una boutade, pues si a estas alturas liberales y conservadores no han aprendido aún que hagan lo que hagan son unos fachas, no lo van a aprender nunca. Rajoy también era una facha. Rajoy.
Todo eso estaría bien, y alguna cosa más, si Sánchez hubiera hecho lo que se espera de cualquier urogallo en plena berrea electoral, luciendo sus plumas más coloridas para seducir a la pareja de baile y conducirla al lecho monclovita para procrear una larga prole política durante cuatro años.
Sánchez se cargó a Podemos por el curioso método de hacerle creerse importante; magnificó a Vox para dañar al PP y a continuación alentar un temor a la «ultraderecha» que RTVE había promocionado como nadie y, ahora, enfila a Ciudadanos para hacerle creer al respetable que postrarse de hinojos ante él, mirando a Cuenca, es la única manera de frenar a la calaña fascista y de que él se ponga mirando a Logroño con Junqueras desenvainando su aparato secesionista.
Lo que le falta a Rivera
Si algo le está faltando a Rivera es capacidad de capear el temporal con un discurso de verdad centrista y liberal, bien sencillo de articular: bastaría con decirle a Sánchez cuáles son sus exigencias innegociables para darle a España 4 años de estabilidad y librarla del nacionalpopulismo de Iglesias y Junqueras o, en su defecto, explicarle a los españoles por qué entenderse con Vox, con todos los límites que se quiera, es un acto de perfecta coherencia para evitar que el virus de este PSOE sin escrúpulos acabe llevándose por delante la España constitucional que conocemos.
Alguien tiene que saber explicar de una vez por qué no se puede apoyar a un señor que te desprecia y quiere usarte como un kleenex para gobernar a continuación como Podemos pero sin Podemos, que ésa es otra: la poca dignidad que le queda a Iglesias debiera invertirla en hacer valer sus 42 diputados o, si no le hacen caso, en provocar nuevas elecciones. Aunque eso acabe con él, sería un epílogo de cierta dignidad y coherencia.