Félix Madero-Vozpópuli

  • El lector come, bebe, ve, escucha maravillosas historias y huele a placer asados y fritos en abundancia

Muchas cosas nos confirman que llegan las vacaciones. No para todos, ciertamente, pero sí para muchos que creemos que tenemos derecho a ellas -lo es- y nunca hemos pensado que son un privilegio, también lo es. Entre nosotros hay quien no las toma porque no quiere, porque se aburre, porque teme a estar cuatro semanas junto a su mujer o marido en un apartamento o una habitación de hotel. Hay quien detesta estos días de julio y los venideros de agosto en los que las playas están llenas, conseguir una reserva en un lugar decente es imposible -sí, oiga, como pedir una cotufa en el golfo-, o tomar una cerveza en un sitio tranquilo es más que un deseo  un sueño.

Allí tome las últimas sardinas del verano pasado y, además,  un plato de gambas al pilpil que pronto llenaron mis ojos de lágrimas por la emoción de comer algo ten sabroso.

Hay también españoles, que acaso no estén incluidos en el término ciudadanía, tan del gusto de la progresía patria, esa que huele a vapor y sobaquina de sauna barata, que no van de vacaciones porque no se lo pueden permitir. Ven los reportajes en la televisión, y callan Los colores de las banderas de las playas, y mirar a otro lado. Al personal medio en cueros tostándose en la arena y se contentan preguntándose si eso será sano.  A otros los encuentran disfrutando de un espeto de sardinas en una mesa del restaurante malagueño Miguel El Cariñoso -olé por el nombre del lugar- muy cerquita del mar. Allí tome las últimas sardinas del verano pasado y, además,  un plato de gambas al pilpil que pronto llenaron mis ojos de lágrimas por la emoción de comer algo ten sabroso.

Me dice mi amigo Rafa Muñoz, que por allí anda, que ahora conseguir sitio en El Cariñoso es complicado, y que los camareros tienen una vista muy especial cuando el que pide mesa tiene un acento que no gastan los naturales.

-Pues como en todos sitios en julio y agosto, le digo,  o vas a pensar que los extranjeros no buscan los chiringuitos y tabernas que frecuentan los lugareños.

Antes de las redes, había sitios que sólo viajaban por el aire de boca a oreja -¡por Dios, ojo con lo de boca a boca en estos tiempos pandémicos!- y, por lo general, la oreja era siempre de un amigo que sabía valorar el boliche aquel que mezclaba la excelencia del producto con la mugre acumulada de local, que ya se sabe que un millón de moscas no pueden equivocarse… Los sitios se escondían en la memoria, y salían de ella cuando alguien respetable lo merecía. Ya, ya les iré dando algunos en estas Cotufas estivales por si les cuadra allí donde estén.

Y ya que sale el nombre de esta pequeña serie de estampitas veraniegas que un año más me pide José Alejandro Vara, el rabadán que pastorea a todos los articulistas de esta casa, les diré a los que les extrañe el nombre que cotufas en el golfo es una expresión que di con ella leyendo El Quijote, y se refiere a aquellos que buscan o esperan algo que es imposible. La encontrarán en el capítulo XX de la segunda parte: Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre.

-Acaba, glotón -dijo don Quijote-: ven, iremos a ver estos desposorios por ver lo que hace el desdeñado Basilio.

-Mas que haga lo que quisiera -responde Sancho- : no fuera él pobre, y casárase con Quiteria. ¿No hay más sino no tener un cuarto y querer casarse por las nubes? A la fe, señor, soy de parecer que el pobre debe contentarse con lo que hallare y no pedir cotufas en el Golfo.

Este capítulo de las bodas de Camacho resulta ser un verdadero placer para los sentidos, para todos, porque en él, el lector come, bebe, ve, escucha maravillosas historias y huele a placer asados y fritos en abundancia como no se conocían antes en La Mancha.

En lucha con el del Ferrol

La cotufa, y ya no le daré más vuelta al vocablo, significa también gollería, palomita, chuchería y chufa y, claro está, nada de esto encontraremos en el mar. Y para rematar y ser justos con la historia, les diré que antes de que yo eligiera este título para esta serie veraniega, lo hizo Gonzalo Torrente Ballester en ABC, entre 1981 y 1986. A los dos nos une el amor por El Quijote, pero naturalmente, como diría El Caballero de la Triste Figura, yo no puedo entrar en lucha con el de Ferrol,  porque la batalla no sería feroz, pero sí muy desigual.

Cuando nos ponen una cañita fría con unas olivas; cuando limpian las habitaciones que ensuciamos, cuando empujan la silla de nuestros abuelos o construyen al sol las viviendas que nunca ocuparán

Aquí lo dejaremos, amigo lector. Algunas divagaciones y no pocas digresiones han hecho que perdiera el hilo de lo que estaba dispuesto a compartir, y que no era otra cosa que poner la vista -en valor, dicen ahora- en aquellos que pasan estos días sin vacaciones, bien porque no pueden, bien porque trabajan cuando los demás descansamos. Aunque para muchos sean transparentes, ahí están, cuando nos ponen una cañita fría con unas olivas; cuando limpian las habitaciones que ensuciamos, cuando empujan la silla de nuestros abuelos o construyen al sol las viviendas que nunca ocuparán. A fin de cuentas, y son palabras de un gran emperador romano, cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás. Y en eso estamos.