Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 17/9/12
Con la manifa de la Diada y sus últimos ordaguitos soberanistas, Artur Mas ha roto la regla de oro en la que se ha basado la supervivencia de los nacionalismos catalán y vasco durante la etapa democrática y que consiste en alternar el desafío con la contención, la ‘rauxa’ con el ‘seny’, como dicen en su tierra, o ‘las dos almas del PNV’, como dicen en el País Vasco los que no quieren admitir la naturaleza doble y esquizofrénica del sabinismo, o sea que de dos almas nada sino de una y muy chunga que pone una vela a Dios y otra al Diablo según la ocasión. Dicho juego ha funcionado en los dos casos, como digo. El nacionalismo peneuvista y el convergente sobrevivían gracias a que sabían presentarse cada cierto tiempo, y cuando el guión lo exigía, como pragmáticos, moderadores, vertebradores de la sociedad y garantes de esa estabilidad que ellos, y no otros, habían quebrado. Como solución, en fin, al problema que ellos mismos constituían. Es verdad que el planteamiento dejaba mucho que desear desde el punto de vista ético, pues no distaba mucho del lema de la mafia (‘contráteme para que le proteja de la amenaza de mí mismo’), pero la baraja no se rompía y la partida se prolongaba durante años. Con sus contradictorios órdagos entre independentistas y fiscales, Mas está haciendo algo parecido a lo que hizo Ibarretxe con su Lizarra, su Estado Libre Asociado y su referéndum, pero en un escenario más hostil como es el de la falta de control de su partido, que se halla en manos de Oriol Pujol; como es el de la propia crisis y el de la quiebra económica catalana, que demuestra no saber afrontar y que rompe el subliminal tópico de que los catalanes son ‘los alemanes de España’. Para alimentar esa superstición sería imprescindible una economía boyante pese al supuesto expolio español que él denuncia. Y está claro que Mas no es Merkel sino en todo caso un hipotético y surrealista Rajoy que fuera a Bruselas a exigir el rescate y a la vez a anunciar su salida de la Unión Europea.
Hay algo que los catalanes no le van a perdonar a Mas y es el ridículo, el desprestigio al que les va a conducir; la ruptura de esa imagen de solvencia que tenía su sociedad y que se quebró gracias al Tripartito, pero que podría haber sido recuperada si a ese nacionalismo le hubiera vuelto a salir la cara realista en vez de la radical. Después de los Maragalles, los Montillas y los Roviras, al nacionalismo catalán le tocaba moderación para su propia supervivencia. Le tocaba demostrar a España que era capaz de encarar la recesión con más arrestos que el Gobierno popular. Y hubo un momento en que parecía que iba en esa dirección, lo que le habría dado a Artur Mas otras dos legislaturas en el poder. Le habría consagrado como un segundo Pujol. Pero se ha equivocado. Ha repetido los errores del PNV. Y el segundo Pujol, o sea el hijo del primero, espera su entierro político.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 17/9/12