En la fase más dura del Covid, alguien preguntó a Michel Houellebecq cómo sería el mundo después de la pandemia. Esta fue la respuesta del más polémico de los intelectuales franceses: “Igual, sólo que un poco peor”. La sentencia viene como anillo al dedo a la actualidad española: cada semana es igual que la anterior, solo que un poco peor. El viernes asistimos al espectáculo de la segunda declaración ante el juez Peinado de nuestra Elena Ceausescu, la mujer del dictador rumano a quien Nicolae cubrió de falsos honores académicos sin apenas saber hacer la o con un canuto. Begoña se negó a declarar. ¿Cómo se atreve un simple juez de la plaza de Castilla a tomar declaración a la señora del Fraudillo, el tipo con más poder del país, un personaje que aspira a consolidar su dictadura personal sobre la piel de toro? Esto fue lo que contó el sátrapa al rebaño cuando, con la disculpa de pensar en su futuro, se tomó cinco días de vacaciones precedidos de una cómica “carta a la ciudadanía”: “Como es lógico, Begoña defenderá su honorabilidad y colaborará con la Justicia en todo lo que se le requiera para esclarecer unos hechos tan escandalosos en apariencia, como inexistentes”. Begoña se acogió anteayer a su derecho a no decir ni mu. Se ve que la colaboración de los Sánchez-Gómez con la justicia ocupa la misma hornacina que su honorabilidad y su relación con la verdad. Pero quien calla, otorga.
¿Cómo se atreve un simple juez de la plaza de Castilla a tomar declaración a la señora del Fraudillo, el tipo con más poder del país, un personaje que aspira a consolidar su dictadura personal sobre la piel de toro?
Ocurre que esta misma semana ha sido la propia Complutense la que se ha dirigido al juez pidiéndole que amplíe la investigación a la señora añadiendo un nuevo posible delito: apropiación indebida de un ‘software’ propiedad de la UCM. Ya no es Manos Limpias, la “organización ultraderechista” que dice Pedrito, quien la denuncia. Están de mierda hasta las orejas. Están tan seguros de su impunidad, lo han estado siempre, que solo desde la confianza absoluta en su poder de intimidación se puede entender el goteo que sobre las “fazañas” de Begoña se sucede casi a diario en un montón de publicaciones. ¿Cómo les ha dado tiempo a delinquir tanto? Esta semana hemos sabido también, gracias a Vozpópuli, que la doña registró a su nombre la Cátedra de la Complutense en la Oficina de Patentes y Marcas meses antes de llamar al rector a Moncloa para crearla. “Que te pases por aquí, Goyache”. Y Goyache acude raudo a la llamada del poder. Lo dejó escrito Solzhenitsyn en su memorable “Archipiélago Gulag”: “La mayoría de las víctimas del terror soviético era gente miserablemente obediente”. Descubiertos con las manos en la masa, la sorpresa de la pareja solo es comparable a la rabia que les desborda. Pedro ya es un tipo dispuesto a todo.
Se ve que la colaboración de los Sánchez-Gómez con la justicia ocupa la misma hornacina que su honorabilidad y su relación con la verdad. Pero quien calla, otorga
Y naturalmente el “conducator” dedica todos sus esfuerzos a la defensa de su señora, que naturalmente es la suya propia. No hay tiempo para más. A eso se reduce la labor del Gobierno de España. A evitar que la Justicia siente a Begoña en el banquillo y a impedir que los medios publiquen nuevos capítulos de las andanzas de una amazona que “ha pasado de gestionar saunas a gestionar cátedras universitarias” (Isabel Díaz Ayuso dixit), con la Moncloa como sede social de los negocios de la pareja. Reducir al silencio a los medios que no le hacen la ola se ha convertido en la obsesión del personaje. Se despachó a gusto en la sesión de control del martes, donde desgranó sus obsesiones contra la libertad de prensa. Una de las convocatorias más broncas que haya registrado el Congreso de los Diputados, a la altura en violencia y odio de las peores sesiones que conocieron las Cortes de la Segunda República. De nuevo salió a relucir el carácter pendenciero del capo mafioso que no consiente que nadie contravenga sus planes. ¿Qué planes? Los de eternizarse en el poder para enriquecerse a conciencia, el inseparable binomio poder y dinero, y la necesidad de acabar con cualquier obstáculo que se interponga en semejante ideario.
Descubiertos con las manos en la masa, la sorpresa de la pareja solo es comparable a la rabia que les desborda. Pedro ya es un tipo dispuesto a todo
El increíble despliegue policial al que de nuevo asistimos este viernes para proteger a la señora de ningún peligro, porque ninguno había (más periodistas que vociferantes), es una clara demostración de la deriva por la que transita ya nuestra fallecida democracia. Una obscena exhibición de poder tan gratuita como amenazadora: soy el puto amo del “prao”, gasto el dinero público como me sale de los girasoles y envio un mensaje inequívoco a navegantes, amenazando incluso con el uso de la fuerza a quien ose rebelarse. La demostración de que vamos camino de cualquiera de los Estados fallidos que pueblan Iberoamérica. La constatación de que nada ni nadie le detendrá. Es el capo di tutti capi, el jefe de la banda quintaesencia del principio trotskista de “la imprescindible la unidad de mando, porque el pueblo se reconoce en una sola voz”. Pedro lo manda todo. L’État, c’est moi y quien me desafía termina en la cuneta, caso de Ábalos y demás compañeros mártires. Es la purga, otro de los principios del leninismo: “la purga como forma de depurar la autoridad”. Y los premios, las canonjías, las gabelas. Pedro acaba de anunciar 100 millones para la prensa amiga. Pedro es así: coge el dinero del contribuyente y hace con él lo que le da la gana. Cien millones que irán al grupo Prisa y adláteres, mientras trata de rendir por hambre a los medios críticos. A Prisa (en dura competencia con el camarada Contreras) quiere también obsequiarle con una nueva licencia de tv para que luego Prisa, que ha demostrado sobradamente su incompetencia, la venda al mejor postor y tape agujeros.
Huele que apesta a chavismo. Su desvergüenza ha llegado al punto de prostituir el Constitucional y utilizarlo para perdonar los delitos de sus comilitones andaluces, delincuentes convictos y confesos de haber dilapidado del orden de seiscientos y pico millones en el caso de los ERE. Me lo repite un amigo venezolano afincado en Madrid: “No podréis decir que no os lo advertimos; tenéis que hacer algo, porque todo lo que vamos viendo que está pasando aquí pasó antes en nuestro país. He estado a punto de vender mi casa en Caracas, pero lo he pensado mejor. Si voy a volver a vivir en una dictadura izquierdista, prefiero hacerlo en mi país”. El sátrapa hispano está pasando el peor mes de su vida. Asediado por los escándalos y con la espada de Damocles de Puigdemont sobre su cabeza. “Todo lo fía Pedro al archivo de la causa de Begoña y a la investidura de Illa”, cuenta Gabi Sanz en Vozpópuli. En medio año, el autócrata podría estar en franquía dispuesto a completar la legislatura, con España sumida en un socavón de siglos. Difícil pero no imposible. “Dentro de seis meses estaremos en el poder o colgando de la horca”, que dijo Lenin a Karl Rádek y Willi Münsenberg en el andén de la estación de Zurich, rumbo a la revolución de Octubre.
Su desvergüenza ha llegado al punto de prostituir el Constitucional y utilizarlo para perdonar los delitos de sus comilitones andaluces, delincuentes convictos y confesos de haber dilapidado del orden de seiscientos y pico millones en el caso de los ERE
El panorama no puede ser más descorazonador. Sabemos que tiene un instinto político fuera de lo común, pero también que es un personaje lleno de limitaciones: un mal economista en universidad de poca monta, incapaz de pergeñar una simple tesis, un amoral comido por los nervios, corroído por la ira en debates de televisión que perdió de forma clara ante Feijóo. Una enfermiza ambición de poder (y dinero) cercada por mil problemas. Un tipo sin ideología echado en brazos de la extrema izquierda (el Bad Godesberg inverso del socialismo hispano). Pero la decrepitud moral de la sociedad española, los agujeros negros de una Constitución que no previó que un mafioso pudiera tratar de desmontarla desde dentro, la progresiva degradación de las instituciones, la ausencia de una sociedad civil fuerte, la rendición incondicional de nuestras elites (empezando por las empresariales), todo eso le ha conferido un aura de imbatibilidad que produce en el español común esa frustrante sensación de que, a pesar de su fragilidad parlamentaria, a pesar de la corrupción que le asedia, va a ser muy difícil sacarlo del poder. ¿Puede este trapecista que lleva seis años en el alambre seguir eternamente sin resbalar y romperse la crisma contra el suelo del circo? ¿A qué precio?
Todo eso le ha conferido un aura de imbatibilidad que produce en el español común esa frustrante sensación de que, a pesar de su fragilidad parlamentaria, a pesar de la corrupción que le asedia, va a ser muy difícil sacarlo del poder
Sánchez es un fraude moral, un vasto fraude propagandístico. Ha sembrado tanto odio en estos años, ha ensalzado la mentira de forma tan vil como pauta de vida, ha dividido de tal modo a la sociedad española en dos bloques enfrentados que, caiga ahora o siga en el poder hasta su muerte natural cual Franco redivivo, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que sea posible restaurar un cierto clima de convivencia entre españoles. Sánchez es el sembrador de cizaña. “El reino de los cielos”, dice Mateo en su Evangelio, “es semejante al labrador que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue”. ¿Nos llevará el sembrador de cizaña al enfrentamiento civil? Se necesitará temple y paciencia para recoger la mala hierba y, como asume la parábola, prenderle fuego, antes de guardar el trigo en el granero y poner a Pedro y a su banda ante los jueces y, si fuera declarado culpable, en la cárcel. Sería una recompensa verle gemir, acurrucado en un extremo del banquillo como hemos visto a Begoña ante el juez Peinado, incluso llorando como Ceausescu ante el pelotón de fusilamiento, como aquel Zinóviev que, según relata Stephen Koch en “El fin de la Inocencia”, se puso a chillar de forma aparatosa en cuanto vio entrar a la policía de Stalin en su celda de la Lubianka. “Y se cuenta de Kámenev, aturdido, pidió a su amigo que se calmara: era imperativo afrontar la muerte con cierta dignidad”. Sería el desquite que Némesis, cruel diosa de la venganza, debe a los españoles.