IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El temor a cuestionar la idoneidad de Sánchez afecta a sus barones y a la sociedad

Es una nueva figura que ha surgido en la política española, y que da fe del particular momento que vivimos. El semicrítico es el que dice que «a España le habría ido mejor con Javier Fernández al frente del PSOE que con Pedro Sánchez» y acto seguido, a las pocas horas, se desdice y proclama su lealtad inquebrantable, su voluntad de colaboración y su sintonía total con el Gobierno. El semicrítico, o sea, Javier Lambán, es un gráfico síntoma de la situación que está viviendo este país, y de un temor a cuestionar la idoneidad de Pedro Sánchez que afecta no sólo al PSOE y a sus barones, sino a la propia sociedad española en su conjunto.

¿Puede hacer un presidente de gobierno lo que le viene en gana y cuando le viene en gana? ¿Tiene verdadera legitimidad quien desprotege a un Estado de sus resortes jurídicos y penales más básicos para salvaguardar la indivisible unidad nacional, que reza en el segundo artículo de su Constitución y sobre la que se fundamenta esta de la manera más incuestionable e inequívoca? ¿Puede invocar y hasta refrotarnos por la cara su legítimo derecho a agotar una legislatura quien no da validez y considera papel mojado otras legitimidades como son la indivisibilidad de la propia patria o la independencia del Poder Judicial, que aquí se permiten rebatir desde el presidente, con el asalto que pretende al Consejo del Poder Judicial y al Tribunal Constitucional, hasta la ministra de Igualdad cuando llama a los «jueces machistas» y les exige expresamente que antepongan los criterios de la ideología de género al mismo Código Penal y al principio de retroactividad de los artículos de ésta que resulten más favorables al reo?

La semicrítica es el ‘sí pero no’ con el que en nuestro país hemos asumido tradicional y tibiamente los frenos a los secesionismos y, en su día, la misma lucha antiterrorista. Siempre que aquí se plantean unas medidas que sirven para luchar contra la lacra que sea, contra la corrupción o contra la violación, aparece ese fantasma de las medias tintas, de la rebaja, de la marcha atrás, del dichoso ‘semi’ en definitiva. Hay quien propone en estos días para Cataluña un referéndum no vinculante, o sea un semi-referéndum, mientras Sánchez plantea una ‘semisedición’ en un Código Penal que ya adolecía de una ‘semi-rebelión’, pues el delito de rebelión a secas aparecía confusa y precariamente tipificado, con una referencia innecesaria a la violencia que ha cumplido una función exculpatoria. La semicrítica, en fin, es la versión política del vino semi-dulce y del champán semi-seco. Es la crítica a medias y con la boca pequeña a quien plantea con la boca más grande un desafío entero y en toda regla al sistema democrático.