ABC 25/01/17
IGNACIO CAMACHO
· Todo proyecto totalitario tiende al adoctrinamiento de los niños y su temprana inmersión en las certezas dogmáticas
TODOS los partidos tienen una rama juvenil, más o menos radicalizada, que el aparato de turno suele utilizar, además de como comparsa en los mítines, como brigada patotera contra disidentes y críticos. Los dirigentes más sensatos del PSOE identifican parte de sus problemas en el auge de las Juventudes, que más de uno ha identificado como escuela de conspiración en la que se aprenden los peores vicios de la política. Pensadas como vivero de captación y formación de cuadros, esas facciones funcionan en realidad como una especie de reserva clientelar precoz y una fuerza de choque en apoyo de liderazgos inclinados al caudillaje.
Hasta ahora esos laboratorios de bebés-probeta tenían un límite biológico que venía a coincidir con el de la mayoría de edad constitucional, pero Pablo Iglesias ha decidido fundar en Podemos una división de guardería. Su propuesta de abrir la participación y el alistamiento a los muchachos de catorce años debería estudiarla el Defensor del Menor por si constituyese una agresión a los derechos de la infancia. Como mínimo tiene poco encaje en un ordenamiento legal caracterizado por la protección de los sectores más vulnerables. Algunos analistas han interpretado el movimiento como una evolución natural del adanismo populista, una consecuencia lógica de la creciente inmadurez de la política. Pero se trata de algo más elemental: la creación de una tropa pretoriana de fidelidad garantizada. De un influenciable ejército adolescente de cerrada obediencia doctrinaria.
La dirigencia de Podemos está convencida de que su triunfo es cuestión de tiempo en virtud de una suerte de superioridad demográfica. Cuando la socióloga Carolina Bescansa declaró que su partido gobernaría España si sólo votasen los menores de 45 estaba expresando algo más que un primario racismo electoral: la convicción de que el futuro les pertenece y pueden acelerarlo abriendo cada vez más una brecha entre generaciones. De ahí procede el interés de la izquierda en rebajar la edad del sufragio; una idea a la que Iglesias, apurado por el auge de la disidencia interna, quiere dar una vuelta de tuerca hasta colocar sus propias urnas en las aulas de la ESO. Una fusión leninista del cuento del flautista de Hamelin y «La fuga de Logan».
Frente a la preservación de la inocencia consagrada por el pensamiento democrático como parte del blindaje de la libertad individual, todos los proyectos totalitarios sienten predilección por el adoctrinamiento de los niños –ahí están los pioneros castristas o los campamentos de la OJE– y su temprana inmersión en las certezas de la militancia dogmática. Es la diferencia que va del País de Nunca Jamás a la tribu del Señor de las Moscas; la construcción del «hombre nuevo» empieza ineludiblemente por la apropiación de su conciencia y su prematura puesta al servicio de la distopía autoritaria.