- La motivación de marido ofendido, que el presidente ofreció el miércoles pasado, es un señuelo: una vez más, Sánchez mentía
Intentaré reflexionar, pues, no sobre la ociosa solución. Sino sobre lo extraño de un enigma que el presidente del gobierno dejó caer sobre la mesa el miércoles como quien despliega los términos de un chantaje. ¿Chantaje de otros contra él? ¿Chantaje de él contra el conjunto de la ciudadanía? ¿Contra su partido? De eso sólo podremos hablar con fundamento en los días que vienen.
Hay un enigma antes de ese enigma al que Sánchez ha dado la forma de una carta de amor que hubiera avergonzado a cualquier adolescente de trece años. Sus términos: «o me quedo en el gobierno o me voy con mi amada».
Dejo de lado el aspecto ridículo de la pieza epistolar: todo el mundo tiene derecho a no saber escribir. Ni siquiera me asombra demasiado la apelación presidencial a que se aplique el estatuto regio de inviolabilidad a la familia –a la esposa, en este caso– del primer ministro; los abusos familiares han sido tan frecuentes en la política española que todo en esa materia nos suena a déjà vu.
Constato, sí, la desmesura, en la epístola presidencial, entre la narración de agravios y la conclusión de respuesta. Porque, seamos serios, el agravio ha sido, de momento, ínfimo; si es que ha sido. Begoña Gómez no está siquiera procesada. Un juzgado ha abierto diligencias sobre ella. Lo cual puede, en efecto, llevar a su imputación y procesamiento. O bien, no llevar absolutamente a nada. Comoquiera que en España la esposa del primer ministro no posee estatuto oficial alguno, el trámite seguirá idénticas pautas a las que seguiría el de cualquier otro ciudadano privado.
Porque ésa es la clave: Begoña Gómez es una ciudadana privada. Sin ningún tipo de privilegio en función de los cargos de su marido. Lo cual –seamos claros– equivale exactamente a decir que Begoña Gómez es una ciudadana libre: no lo sería si la condición de su marido la eximiese de comparecer ante la ley igual que cualquier otro sujeto.
No, no es creíble que este desbarajuste lo haya provocado un avatar con tan poco recorrido penal. Y, si Pedro Sánchez se ha agarrado a él y lo ha sentimentalizado hasta la náusea, es porque esa trivialidad judicial puede ser eficacísima como cortina de humo para ocultar asuntos más serios. Y, tal vez, con mayores consecuencias judiciales. Que esas consecuencias pudieran recaer sobre la esposa o sobre el esposo, es algo que queda, de momento, en la más espesa bruma. Pero algo es inquietantemente claro: la motivación de marido ofendido, que el presidente ofreció el miércoles pasado, es un señuelo: una vez más, Sánchez mentía. Nada extraordinario.
Los lectores de Le Carré saben cómo funciona esto: se diseña una pista falsa sobre un extremo del tablero, para poder operar letalmente en otro punto desapercibido: nada oculta mejor un crimen (mayor) que otro crimen (menor). Es el password de la política.
¿Viene ese «otro punto» del tablero de los negocios africanos de B. Gómez? ¿Viene de los secretos de Estado que «Pegasus» puso en manos hasta hoy oficialmente desconocidas? ¿Viene de la oscura historia de las maletas de Delcy? ¿De los nebulosos movimientos de Zapatero en Caracas? ¿O bien viene de riesgos aún mayores, que sólo el presidente y, tal vez, su esposa conocen?
No, no es para hoy la solución de este que es el verdadero enigma: la invención del enigma. Sea cual sea la clave del señuelo cuya revelación se digne hoy fingir un político que mora en las tinieblas. El juego sigue.