Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 17/11/11
Se podrán cuestionar sus intenciones, o poner en duda el verdadero alcance político de sus invocaciones, pero Ángela Merkel, cuando se dirige al Congreso federal de la CDU, habla de Europa y vincula el futuro de su país al futuro europeo. Su discurso contrasta con el que escuchamos estos días entre nosotros a las puertas de una cita electoral en la que se decide nuestro futuro sin dilaciones. No se habla de Europa, y cuando se hace referencia a ella es para subrayar su papel de gendarme, como si se tratara de un elemento extraño con el que sólo tuviéramos una relación de sumisión y no fuéramos un agente activo involucrado en su devenir, que es también el nuestro. Las elecciones adquieren así un tufo localista, agravado por esa peculiar visión de campanario de nuestra pertenencia europea, esa miopía que nos lleva a afrontar las medidas que tengamos que adoptar desde una perspectiva nacionalista y cortoplacista, en lugar de plantearlas desde esa otra, europea, sin la que nada de lo que vayamos a emprender tiene sentido.
Alguien, no recuerdo quién, ha definido uno de estos días a los candidatos de nuestros dos principales partidos como políticos «retro», uno de ellos algo más que el otro. No le faltaba razón desde la perspectiva que acabo de esbozar, aunque es muy posible que ambos políticos hablen como hablan porque se están dirigiendo a un país «retro». Y la sensación es aún más penosa si cambiamos de escala y pasamos, vamos a decir, de los políticos nacionales a nuestros políticos regionales. Todo el discurso de los candidatos de Amaiur, ese machaqueo exclusivo con el soberanismo y la autodeterminación, me suena a aquel reproche que se les solía hacer a los escolásticos de que perdían el tiempo discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Al margen del éxito inmediato que pueda tener, se trata de un discurso rancio y abocado al desastre.
Que a estas alturas Maite Aristegi, candidata por Gipuzkoa al Congreso, diga cosas como que «quiere llevar la voz de este pueblo a Madrid», ungiéndose como profetisa de una entelequia, que ignora la realidad a la que representa y que parece provenir de unos tiempos no precisamente felices, resulta, más que retro, ancestral. Dice Maite Aristegi –baserritarra, según se define- que quieren abrir en el Congreso el melón de la independencia. ¿El melón? Fue Woodrow Wilson quien formuló el derecho de autodeterminación, y tomo de Steven Pinker la cita de lo que su secretario de estado, Robert Lansing, escribió en su diario: «La frase está simplemente cargada de dinamita. Suscitará esperanzas que jamás podrán realizarse. ¡Qué calamidad que esa frase fuera pronunciada! ¡Cuánta miseria va a provocar! Pienso en los sentimientos de su autor cuando cuente los muertos que morirán porque él pronunció esa frase!». Millones, puntualiza Pinker, y aquí entre nosotros más de 800 ya, querida. No parece que sea precisamente el melón de los ángeles.
Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 17/11/11