Que la eventual reforma del Estatuto de Gernika se fundamente en la idea de que la Euskadi proyectada por ETA es imposible porque lo impide la memoria de los asesinados. Ése debe ser el verdadero reconocimiento institucional de su memoria. Ésa es, en definitiva, la significación política de las víctimas del terrorismo etarra.
Nadie mejor que los familiares de los asesinados por ETA sabe lo que significa no tener voz. Las víctimas de ETA han sufrido durante demasiado tiempo dos veces: por el asesinato de sus familiares, y por el silencio y la invisibilidad que la sociedad española, pero especialmente la vasca, les ha impuesto. Los asesinados por ETA no han existido durante mucho tiempo, su presencia duraba un día, dos días como mucho, y de nuevo la losa del silencio y de la invisibilidad se cerraba sobre ellos.
La situación ha cambiado. Hoy las víctimas son visibles y tienen voz. Y si la situación ha cambiado, si hoy las víctimas tienen voz es gracias a su propia lucha, lo es gracias a que han sabido mantener viva la memoria de los asesinados, aunque la sociedad no lo aceptara. Lo ha sido porque en toda sociedad siempre surgen personas con conciencia propia que se oponen a la corriente general. Entre las asociaciones de víctimas, las fundaciones inspiradas por la memoria de víctimas concretas y asociaciones ciudadanas han conseguido hacer un sitio cada vez mayor en la sociedad olvidadiza y cómoda a la memoria de los asesinados. Porque esta memoria incomoda. Porque esta memoria interpela. Porque esta memoria obliga a cada uno a repasar su propio comportamiento.
La visibilidad conseguida por las víctimas, la voz que hoy resuena en la sociedad española recordando a los asesinados ha traído consigo inevitablemente dos consecuencias: que la voz se ha convertido en voces, y la visibilidad se ha multiplicado en perspectivas, porque las víctimas del terrorismo son tan plurales como la sociedad en la que viven. Y esa visibilidad y esas voces pluralizadas han provocado reacciones de todo tipo.
Es normal que quienes se dedican a mantener viva la memoria de los asesinados se enfrenten desde perspectivas, opiniones y opciones distintas, a veces radicalmente alejadas unas de otras, a las tácticas y estrategias de la lucha antiterrorista. Esa pluralidad de opiniones, incluso las contradicciones, no deben asustar a nadie. Lo único que debe preocupar es que esa pluralidad de posiciones de las distintas asociaciones dedicadas al cuidado de la memoria de los asesinados y a las necesidades de las víctimas sea utilizada como coartada para negar el significado político de los que sufrieron la muerte a manos de los terroristas de ETA.
Porque es precisamente la reacción a la visibilidad conseguida y a la voz alcanzada por las víctimas lo que puede ser un problema para el cuidado de la memoria de los asesinados. Si esa visibilidad y esa voz son incómodas, habrá quienes traten de apartar de sí la incomodidad buscando caminos que consigan neutralizar y esterilizar la memoria.
Es bueno que instituciones como el Gobierno vasco hayan sido capaces de saltar sobre su sombra y reconocer que no han estado a la altura de lo que debían a las víctimas. Pero no basta con afirmar que las instituciones deben estar cerca de ellas, que las deben arropar. No basta con dar un salto demasiado grande y comenzar a hablar de reconciliación y perdón, si a través de todo ello se quiere esquivar la cuestión de fondo en la que se juega el verdadero respeto a la memoria de los asesinados: su significación política.
Las asociaciones de víctimas pueden ser plurales en sus opiniones sobre la correcta estrategia en la lucha antiterrorista. Pero están unidas en algo de lo que ni siquiera ellas pueden disponer libremente: el significado político de los asesinados. Porque quienes lo fueron, fueron víctimas de una intención política, la intención de ETA de eliminar obstáculos a su proyecto político para Euskadi y para España. Y la verdad de las víctimas dice que ese proyecto político no es posible. No al menos respetando la memoria de los asesinados. No respetando su memoria, que es la memoria de la intención de ETA inscrita en ellos a sangre y fuego. Literalmente.
Las víctimas familiares de los asesinados podrán, por fin, enterrar de verdad a sus muertos y llorar de forma privada, lejos de los focos del público, cuando la reforma del Estatuto de Gernika, si se lleva a cabo y cuando se lleve a cabo, se fundamente en la idea de que la Euskadi proyectada por ETA es imposible porque lo impide la memoria de los asesinados. Ése debe ser el verdadero reconocimiento institucional de su memoria, ése el verdadero respeto a su memoria. Ésa es la satisfacción definitiva a las víctimas. Ésa es, en definitiva, la significación política de las víctimas del terrorismo etarra.
Joseba Arregi y Natividad Rodríguez, EL CORREO, 8/12/2006