Javier Caraballo-El Confidencial
- El alcalde de Madrid fue el que nos proporcionó la primera razón para descreer la versión que estaba ofreciendo la dirección nacional del Partido Popular
Cuando finalizaron los tres días de bombardeos intensos, Pablo Casado miró a su alrededor y comprobó que estaba solo. Ni siquiera quedaban los fieles, porque no eran esos, no se llaman así quienes comparten tu mismo destino, quienes están atados junto al abismo como en una cuerda de presos. La realidad es que los fieles, en política, son los primeros que cruzan la puerta del despacho, los primeros que intuyen que las luces van a comenzar a apagarse y buscan el destello nuevo de los fluorescentes. No hay fieles en política lejos del poder. Y a Pablo Casado, los más sinceros le habrán dicho, como a tantos otros antes, “que sí, Pablo, que todos confiamos en ti, que todos te hemos apoyado, pero es que a partir de mañana yo quiero seguir en mi escaño del Congreso”. O en mi cargo. O en mi ayuntamiento. O en mi Parlamento.
El primero en comprenderlo debió ser el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, cuando, nada más estallar el conflicto, dejó claro que él ya se había bajado del barco: “Hablaré solo como alcalde, no como portavoz del Partido Popular”. En El Confidencial todavía hervían las noticias, no hacía ni 24 horas que se desveló el espionaje (“Fontaneros de Génova contactaron con detectives para investigar al hermano de Ayuso”), y el alcalde de Madrid ya había entendido que la guerra de Pablo Casado estaba perdida y tenía que abandonarlo si no quería ser el primero en achicharrarse.
De hecho, los pirómanos de la dirección nacional habían prendido el fuego en su propia ‘casa’, en el Ayuntamiento de Madrid, porque era allí donde Génova, el búnker de Génova, había ‘infiltrado’ a los que tenían que hurgar y espiar. ¿Cómo es posible que Pablo Casado, o que su secretario general, Teodoro García Egea, hubieran tomado esa decisión así, que ponía en riesgo su propia vida política? ¿No era esa, acaso, la señal más evidente de una traición? Claro, claro, y por eso nada de lo que hiciera a continuación podría considerarse una traición a Pablo Casado porque él era el primer traicionado. Defensa propia.
En una guerra como esta, el fuego cruzado más persistente es el de las versiones interesadas; que no ‘el relato’, que es el término de moda desde la revuelta catalana y ha desplazado injustamente a ‘versión’, la palabra precisa que existe en castellano. Todos quieren imponer su versión. Pues bien, cuando estalla la confrontación y se contraponen dos versiones diametralmente opuestas, como las de Casado y Díaz Ayuso, la única forma de distinguirlas es con la observación minuciosa de las contradicciones, para descartarlas, y apoyar las más verosímiles, aunque sepamos bien que no se trata de verdades absolutas porque, muy probablemente, en todas ellas se difundan medias verdades y se oculten intereses afilados como dagas versallescas.
El alcalde de Madrid fue el que nos proporcionó la primera razón para descreer la versión que estaba ofreciendo la dirección nacional del Partido Popular: demostró, sin decir una palabra, que el espionaje del que se culpa a Casado había existido. En su única declaración sobre el conflicto, Martínez-Almeida aseguró que desconocía completamente cualquier operación de espionaje en su ayuntamiento sobre los familiares de Isabel Díaz Ayuso, pero que tomaría medidas en el caso de que pudiera comprobarlo. Esa misma mañana de jueves, forzó la salida de Ángel Carromero, hasta entonces su teórica mano derecha en el Gobierno municipal, como director general de coordinación del alcalde de Madrid, al que este periódico ya había señalado como “uno de los principales implicados, con hilo directo con Pablo Casado y Teodoro García Egea”.
Que ambos siguieran insistiendo, a partir de la dimisión de Carromero, en la falsedad del espionaje, atribuyéndolo todo a un ‘montaje’ de Díaz Ayuso, fruto de las estrategias venenosas de Miguel Ángel Rodríguez, era una muestra palpable de la inconsistencia de su versión y, por ende, del reforzamiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Las dudas que pudieran mantenerse se despejaron el mismo sábado, en un nuevo traspié mentiroso, el archivo del expediente informativo sobre Díaz Ayuso. El motivo para abrir ese expediente, que podía culminar en la expulsión del partido, era, según explicó solemnemente el secretario general García Egea, las acusaciones vertidas por Díaz Ayuso contra Pablo Casado; “acusaciones gravísimas, casi delictivas”, dijo. ¿Cómo se puede justificar, dos días después, que el expediente se archiva sin que Ayuso haya retirado o se haya retractado de sus acusaciones ‘casi delictivas’? Lo único que hizo la presidenta de Madrid fue ofrecer en una rueda de prensa el detalle de los contratos en los que figuraba su hermano, que es la misma documentación que remitirá a la Fiscalía que investiga la denuncia. Pero la falta de esa documentación no era el motivo del expediente…
El silencio de Almeida se prolongó en todos esos momentos decisivos, el silencio del portavoz en “la crisis más grave que ha vivido la derecha”, como tantos repiten en ese partido, y en ese vacío tronó con más fuerza aún su decisión final de abandonar completamente a Pablo Casado. En la primera reunión convocada de la dirección nacional, el alcalde de Madrid ha dejado su silla vacía de portavoz nacional, que es la silla vacía de la complicidad que hubiera podido existir con quien le nombró, de sus guiños de incursiones en la política nacional; una silla vacía en este dejarse querer en las guerras para la presidencia del PP de Madrid… En las miradas que escrutan las versiones, todos en el partido habrán entendido pronto que, si también Martínez-Almeida se va, porque piensa que también él había sido engañado y utilizado, qué no pensar de la operación que se había montado para desacreditar a Isabel Díaz Ayuso. Lo mismo: defensa propia.