Mayte Alcaraz-El Debate
  • Todo es mentira en ese mantra repetido ad nauseam; primero porque el expresidente popular pronunció no solo esas palabras, sino que la cita completa fue: «El que pueda hablar, que hable, el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva», quizá como un canto de libertad

«El que pueda hacer que haga», dijo José María Aznar en noviembre de 2023. La izquierda encubridora de Pedro Sánchez se ha agarrado a esa frase como a un clavo ardiendo para darle un cariz iniciático, casi una invitación a un golpe de Estado, en forma de operación con jueces, prensa, fiscales anticorrupción y Guardia Civil para acabar con «el Gobierno progresista». Todo es mentira en ese mantra repetido ad nauseam; primero porque el expresidente popular pronunció no solo esas palabras, sino que la cita completa fue: «El que pueda hablar, que hable, el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva», quizá como un canto de libertad. Y segundo, porque el contexto no era otro que la investidura de Sánchez y la ley de amnistía con la que pensaba comprar los votos de Puigdemont. Aznar llamó a que, desde la oposición, la sociedad civil y cuantos españoles estuvieran en desacuerdo con la indecente concesión del PSOE a los golpistas –estos, sí, golpistas–, pusiera de su parte para que España no entrara en la decadencia imparable en la que, a la vista está, ha entrado.

Al correr de casi dos años que parecen dos siglos cobra relieve ese alegato del presidente de FAES porque, en puridad, quien estaba hablando, haciendo, aportando y moviendo en la dirección contraria a lo que reclamaba Aznar no eran los humillados españoles por un dirigente que les mintió antes, durante y después de las elecciones, sino el propio Sánchez que, a la cabeza de una mafia política, con un ariete activo que es Santos Cerdán y otro pasivo, más callado que un muerto, que es Grande-Marlaska, iba a hacer todo lo posible para acabar civilmente con funcionarios del Estado encargados de investigar, a las órdenes de los jueces, la corrupción en la que chapotea todo su entorno.

La temeridad no es pequeña porque poner a Cerdán, de profesión electricista, de jefe de una pseudogestapo pringosa formada por la baja estofa de la fontanería de Ferraz, a perseguir a los que te investigan solo es propio de quien no conoce ningún código moral ni hay límite ético que se le ponga por delante. Hay que ser muy ingenuo para creer que la UCO, la policía judicial española, admirada en el mundo por su eficacia y solvencia, no iba a descubrir que lady cloaca, con una cantidad de materia gris directamente proporcional a la calidad de sus tintes de cabello, y sus adláteres estaban buscando en las alcantarillas toda la porquería que pudiera desacreditar a sus agentes. El Estado contra el Estado.

Pero uno de los ángulos más escandalosos de esta situación es el silencio culposo, infame, del jefe político de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Fernando Grande-Marlaska, al que le ha dimitido hasta su número dos (se sabrá si porque está pringado o porque el olor a detritus se le hizo insoportable), al que sustituye por una responsable de Igualdad, es la nueva Belinda de Moncloa. El ministro del Interior, compañero de fechorías de Sánchez desde la moción de censura, calla para seguir vivo políticamente porque su cabeza tiene precio desde que ocultó la compra de munición a Israel y puso en un compromiso a su jefe. Vale más por lo que calla que por lo que dice –porque ni se ha dignado defender a la UCO– y en Moncloa saben que es mejor mantenerle si sigue cumpliendo su sucia misión, aunque acumula escándalos y desastres como la falta de políticas migratorias o el blanqueamiento de ETA con el acercamiento de sus alimañas al País Vasco. Por no hablar del oprobio, censurado hasta ocho veces por el Supremo, contra el coronel Pérez de los Cobos. Una venganza aplicada por Marlaska porque el servidor de la Benemérita se negó a facilitarle una información reservada por un juez. Es decir, por no querer delinquir.

La cara del exjuez el miércoles en el escaño riéndose de las tonterías de Yolanda, sola ante el peligro por la huida a Bruselas de Sánchez y el viaje gafe de Montero a la desgraciada final del Betis, es todo un daguerrotipo de su desvergüenza.