TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • A pesar de la sobreactuación de Pablo Iglesias, no crujen los cimientos del Gobierno

El desgaste del Gobierno que tanto esperaba la oposición después de la calamitosa gestión de la pandemia ha asomado por la grieta que se ha abierto entre Sánchez y el ala oeste de La Moncloa. Pero que abandonen toda esperanza quienes piensen que las continuas provocaciones del vicepresidente Iglesias, consentidas por el presidente, van a desembocar en un cisma en plena legislatura. Que Sánchez haya recuperado la negociación con Casado para pactar la renovación del Poder Judicial, además de RTVE, el Defensor del Pueblo y el Tribunal de Cuentas mientras Iglesias recupera su perfil de agitador de moqueta, es una factura asumible para el presidente del Gobierno. Porque, enfrente, no tiene alternativa. La oposición le parece un ‘tigre de papel’ con un centroderecha cada vez más fragmentado. Los resultados electorales en Cataluña, que han disparado a Vox hasta ubicarse como la cuarta fuerza política mientras Ciudadanos y el PP no acaban de asimilar sus respectivos fracasos, explican la parsimonia de Pedro Sánchez.

Mientras Casado no sea capaz de articular un proyecto que englobe a un centro derecha fracturado desde que él mismo escenificó su ruptura con Vox, habrá gobierno socialcomunista para rato. Por lo tanto, a pesar de la sobreactuación de Iglesias, no crujen los cimientos del Gobierno. Lo que puede tambalearse son los pilares de la democracia institucional si el partido que vicepreside el Gobierno de La Moncloa, además de hacer oposición cuestionando la imagen del Estado democrático, sigue alentando las manifestaciones violentas contra Hasél. El rapero que agredió a un periodista cuando hacía su trabajo, enalteció el terrorismo, injurió a la Corona y participó en una asalto a la delegación del Gobierno. Pero lo importante no es la violencia para Iglesias. Si estamos hablando de violencia, robo y saqueos, la culpa es de los medios de comunicación.

Quienes justificaban la elección de Sánchez para formar su equipo sostenían que era mejor «tener a Pablo dentro». Pero Iglesias ha acabado dentro, en el Gobierno, y fuera, en la calle. En el pabellón socialista de La Moncloa se mueven con pies de plomo. Por miedo a que Podemos les acabe metiendo en una ratonera. A ver qué se le ocurre si finalmente no forma parte de los acuerdos entre Sánchez y Casado para renovar el Poder Judicial y RTVE. Solo ese estado de bloqueo gubernamental explica que los policías no hayan sido capaces de contener a los vándalos que, un día después de que Iglesias se lamentara en sede parlamentaria de la falta de control a los medios de comunicación, asaltaron la sede de un periódico.

Sánchez rompió su criticado silencio al tercer día de los episodios violentos. Illa lo hizo al quinto. Después de que en las redes las críticas ante el peligro de ‘batasunización’ de buena parte del país fueran un clamor. Sánchez está en contra de la violencia. Faltaría más.

Pero su vicepresidente está en otra onda y no le llama la atención. Es un juego peligroso. Pablo el agitador necesita hacer un guiño a sus seguidores que le han ido abandonado en las urnas. Y a Pedro no le va mal aparecer ‘centrado’. Habrá que ver si la cuerda, de tanto tensarla, acaba por romperse. Media sociedad está indignada con Iglesias. Pero es Sánchez quien consiente esta situación. Cuando falte poco para las elecciones generales, entonces, quizá Sánchez se desprenda del lastre de Iglesias. Para mutarse en centrista. Hasta entonces, la provocación de su socio le beneficia reubicándolo entre los extremos. Durante un tiempo, seguirá el simulacro.