José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
En Unidas Podemos, lo único consistente, aunque reducido, es el PCE. Iglesias no ofrece nada que no oferte cualquier otra izquierda. Ha perdido el proyecto
Para dejar las cosas claras de antemano: Pablo Iglesias fue eximido de cualquier responsabilidad. No otra cosa podía suceder en una organización que ha optado por el cesarismo carismático, por el liderazgo perpetuo de su secretario general y por la purga sistemática de quienes disienten de los ucases del jefe. Los debatientes han atribuido el hundimiento electoral a las peleas internas “del pasado” (ahora reina en Podemos la paz de los cementerios) y a una deficiente implantación territorial, eufemismo de una realidad evidente a tenor de la cual las llamadas confluencias carecían —y ese es el gran problema— de un proyecto político diferenciado del socialista, por una parte, y del nacionalismo radical, por otra.
Con un compungido mensaje en las redes sociales de Pablo Iglesias y con un reconocido atrincheramiento en el Consejo de Ministros, Podemos va a seguir adelante con la muy seria posibilidad de que a la tercera vaya la vencida: en las autonómicas catalanas corre el riesgo de que su marca allí deje también pelos en la gatera y que los que abandonen sus listas no recalen en el PSC sino en ERC o la CUP. Pero como la cuestión es salir del paso, Iglesias ha creído que con explotar dos o tres temas (‘las cloacas’, la monarquía, el espionaje telefónico) las aguas volverán a su cauce. Lo que ahora le importa es que sean otros asuntos los que sustituyan el relato mediático, olvidando cómo su liderazgo, entre otras razones, ha llevado su partido al desastre territorial.
Lo que le sobra a la organización es la omnipotencia de Iglesias y lo que le falta es organización, proyecto y un sistema de responsabilidades horizontal y compartido. Desde 2016, Podemos ha dejado de ser lo que parecía que era. ¿Y qué era? Algunas respuestas, aunque no todas, se encuentran bien sistematizadas en ‘Los orígenes latinoamericanos de Podemos’ (Editorial Tecnos, 2019), un libro que recoge 10 ensayos de politólogos, juristas y sociólogos que llegan a conclusiones bastante homogéneas. De entre todos ellos, el firmado por Agustín Haro León resulta especialmente interesante, porque incide en el abandono de las esencias de Podemos —rompedoras del discurso político conocido en España— y su incorporación a la “izquierda tradicional” de nuestro país. Desde ese momento, sostiene este sociólogo, Podemos ha perdido su especificidad.
En esa reflexión y en otras complementarias, podría encontrarse la explicación de que los morados no hayan retenido su electorado. Sencillamente: porque no ofrecían nada diferente a lo que ofertaban los nacionalismos e independentismos más radicales y más agresivos, tanto gallego (BNG) como vasco (Bildu), y, seguramente, como el catalán que representa ERC. Como fuerza de izquierda, Podemos no añade nada a lo que ya hay porque el PSOE de Sánchez se ha ensanchado por su espacio; como fuerza correctiva del modelo territorial, se mueve en la ambigüedad frente a la determinación de los soberanismos periféricos, y como estructura de mando, incurre en el mismo convencionalismo del personalismo: Iglesias es intercambiable con Sánchez en el PSOE o con Casado en el PP.
Asombrosamente, al secretario general de Podemos le parece bueno el pacto de Bruselas, que tanto refuerza a Sánchez como le debilita a él porque el acuerdo está guisado con los ingredientes de la socialdemocracia, el conservatismo y el liberalismo, y todo ello por la nomenclatura dirigente de la otrora estigmatizada Unión Europea. El arreglo es el mejor de los posibles, pero el criterio que le merece al líder populista se deduce de su debilidad y no de su convicción. Lo que le parece aceptable a Mark Rutte, ¿se lo puede parecer a Iglesias?
El problema para Podemos es que su proyecto se ha diluido, que carece de significación diferenciada, que se ha instalado en el Gobierno como en un refugio. Las primeras ideas siempre son las mejores y las más frescas. Así para Sánchez —que nunca quiso gobernar con Podemos— como para Iglesias, que tiene escrito reiteradamente que para su partido cogobernar con los socialistas sería letal. Ahora, lo que sería mortal es no hacerlo o, alternativamente, seguir haciéndolo en unas condiciones abrasivas para lo que puede quedar de su proyecto-programa si hay que aplicar recetas ortodoxas, como parece, a una crisis económica de gran envergadura. Eso lo puede hacer el PSOE —y ya lo hizo—, y desde luego el PP. Pero no pueden hacerlo Podemos ni Iglesias.
Ni el partido ni el líder, además, pueden persistir en la estridencia, en los comportamientos histriónicos, en las purgas, en ese discurso que quiere ser institucional y, al tiempo, desafiante, que acepta una parte del Estado y rechaza otra, aplicando, en definitiva, una selectiva ley del embudo. Por eso Podemos ha desaparecido en Galicia y ha mermado en Euskadi, dos comunidades que lo encumbraron en 2015 (municipales) y en 2016 (autonómicas y generales).
Iglesias y su coordinadora persisten en el simulacro, pero saben en su fuero interno que ofrecen ya solo una suerte de folclorismo político que no lesiona en nada a los socialistas y alimenta a los independentistas. Podemos tiene mal arreglo, porque se ha quedado reducido a un núcleo de poder elitista que se engancha a consignas para simular un ‘nosotros’ frente a un ‘ellos’ (los de arriba y los de abajo ha pasado a la historia) que ya no es creíble. En definitiva, el horizonte es, en el mejor de los casos, el que tuvo Izquierda Unida en los años noventa. Porque en la ecuación Unidas Podemos, lo único consistente, aunque reducido, es el PCE.