Maite Pagazaurtundúa-El País
Lo sucedido no ha dejado de ser un pudridero que ha ido infectando a las autoridades navarras
Algunos municipios vascos y navarros, en la bajamar de la violencia terrorista, se resistieron especialmente a abandonar las campañas del entorno de ETA contra los cuerpos de seguridad del Estado. Durante años, este tipo de campañas habían llenado páginas cada día en los periódicos de la causa. Las actividades de acoso y de deslegitimación se realizaban en cada pueblo y ayudaban a sentir el odio y a justificar, después, los asesinatos de policías y guardias civiles, entre otros. Ayudaban a reclutar nuevos asesinos.
Cuando ETA dejó de asesinar, en algunas localidades como Alsasua continuaron las campañas de adoctrinamiento intensivo para no dejar de aplicar la violencia moral tanto contra los guardias civiles como contra sus familias o contra quienes no les estigmatizasen. Lo consideraban un objetivo plenamente realizable.
La estigmatización insana y tóxica no paró en Alsasua y, por tanto, se siguió involucrando a todos los niños del pueblo y a los jóvenes, en aquelarres de odio, cada año, disfrazados de fiestas populares en las que también bailaban y realizaban pasacalles antes o después de representar pastorales de odio contra los guardias (y todo lo español).
El mismo año de los hechos delictivos que se juzgan estos días, en 2016, una filósofa judía, superviviente de la persecución, Agnés Heller, escribió y dijo en el Parlamento Europeo que “el mal radical es la combinación de las dos máximas del mal que desencadenan el deseo de torturar o asesinar legitimándolas como virtudes”.
Lo peor del mal es creer que se está haciendo el bien. Lo peor de las campañas de mantenimiento del odio por parte de movimientos como Ospa Mugimendua (ospa es un verbo imperativo, que significa “¡largo de aquí!”) es el candor beatífico de la gran mayoría de la localidad ante la inoculación de ese odio específico. Lo que ocurrió tras la agresión brutal a los dos guardias y a sus parejas es comparable con el ecosistema casi perfecto del terror y de los prejuicios excluyentes del nacionalismo vasco que conocí durante mi infancia y juventud. Las familias de las parejas de los guardias han sido estigmatizadas, sus negocios maltrechos y les han negado la condición de víctimas.
Desde 2016, Alsasua no ha dejado de ser un pudridero que ha ido infectando a las autoridades navarras, en un proceso de burbuja tan específico que me atrevo a denominarlo como síndrome de Alsasua o proceso de autosugestión en las mentiras y la legitimación del odio cuando se practica al por mayor y en plan jatorra.
La proporcionalidad o no de la calificación y petición del fiscal es una mera excusa. Desde el primer momento se puso en marcha una campaña de fakes para proceder al borrado social y político de la responsabilidad de la violencia. No fue una pelea de bar. “Esto os pasa por venir aquí, iros de aquí, hijos de puta picoletos, os tenemos que matar por ser guardias civiles, cabrones, txakurras”.
Aquella noche, los whatsapp de los agresores de Alsasua avisaron de que los guardias estaban en el bar y entonces actuó la jauría. Y la jauría, incrementada ya en tribu, no repitió lo mismo siete días más tarde, ante cuatro víctimas del terrorismo que se plantaron ante ellos, porque estaban las cámaras de televisión. Vale la pena ver las imágenes porque la concentración de odio se visualiza con claridad.
El pudridero de Alsasua, ignorante de la falta de sensibilidad con los machacados de esta historia, no ha dejado de crecer hasta alcanzar a la presidenta de la comunidad navarra, e ir más allá, en función de los ajustes de cuentas políticos de cada cual, por distintas razones entre las que ayuda la degradación general de la opinión pública gobernada por las redes sociales.
El aliento de la violencia moral y de la estigmatización siempre trae violencia física. La banalización de la responsabilidad siempre trae a tiranos y a mentirosos. No sólo pasa en este caso. Lamentablemente hay mucha porquería en nuestra vida pública, pero no asomarse a la verdad del ecosistema del odio de Alsasua resulta todo un manifiesto de falta de sensibilidad y crueldad con décadas de dolor provocado contra mujeres, niñas y niños acosados por ser familia de guardias civiles. Falta de sensibilidad con tantos niños asesinados en esas casas cuartel, con tantos guardias asesinados bajo la misma bandera de odio que los agredidos de Alsasua.
Maite Pagazaurtundúa es portavoz de UPyD en el Parlamento Europeo.