MAITE PAGAZAURTUNDÚA, EL CORREO 06/05/2013
· El síndrome del Camino de Santiago no es una leyenda urbana, como no lo es el síndrome de Jerusalén. Hace algunos años un psiquiatra español acuñó la denominación tras estudiar varias docenas de casos acaecidos a lo largo de siete años. El síndrome del Camino se manifestaría en crisis agudas de misticismo y desórdenes de comportamiento con hospitalización temporal de pacientes cuyo perfil tipo respondería al de varones, frisando los cuarenta años y con antecedentes de patologías en salud mental. Al parecer considerar el Camino como un reto para buscar soluciones peculiares a dolencias o problemas implicaría algún riesgo añadido. A primera vista, el anterior guarda alguna similitud con el del Jerusalén, ciudad en la que personas muy sugestionadas por la materia sagrada pueden desarrollar signos de delirio e identificarse con personajes del Antiguo o del Nuevo Testamento.
El síndrome de Estocolmo se refiere a la reacción psicológica por la que un número importante de víctimas de secuestros pueden llegar a sentir un fuerte vínculo afectivo con el secuestrador. No es tan raro que la ausencia de violencia se considere como un acto de humanidad o que se produzca el deseo de que le vaya bien al secuestrador. El sometimiento de la voluntad del acosador y el desarrollo de una fuerte lealtad hacia el abusador poderoso es perfectamente conocido también en los casos de profundos abusos morales en ámbitos domésticos y de pareja, en entornos sin oxigenación moral que permiten la sumisión gradual de la voluntad de la víctima.
La sociedad vasca, tan convulsa todavía en lo profundo, alberga rasgos de presión autosugestiva del tipo místico político en los colectivos que han ejercido la persecución de los demás, pero no parece que se haya estudiado demasiado. Tampoco se ha estudiado el efecto combinado de lo primero con el efecto específico sobre los que les han sufrido o les sufren conviviendo en entornos pesados, asfixiantes. Parece digno de ser analizado, por ejemplo, el fondo del esquema del acoso a las sedes del partido al que desean doblegar ahora, junto a las sonrisas beatíficas de los herederos de ETA en el Parlamento, o los delirios en sus declaraciones respecto al jefe etarra que falleció en prisión. Tal vez no es sólo la voluntad descarnada y cruel de poder.
Tal vez se enmascara la negación a asumir el fondo narcisista que les impide liberarse del misticismo ideológico y asumir sus responsabilidades. Y cabría estudiarlo junto a la forma de supeditación en parte de la ciudadanía y de sus víctimas… Al peculiar conjunto de síndromes cruzados, se le denominará tal vez en el futuro como Síndrome de Oslo, esa mezcla de Síndrome del Camino, de Jerusalén y de Estocolmo?
MAITE PAGAZAURTUNDÚA, EL CORREO 06/05/2013