Lorenzo Silva-El Correo

  • La fortuna ayuda a los audaces pero antes o después hay una temeridad que es la definitiva

La fortuna ayuda a los audaces, es cierto; pero no siempre, ni de forma indefinida, ni contra toda circunstancia. Una buena manera de ilustrarlo es acudir a la historia del tebano Pelópidas, una de las que nos narra Plutarco en sus ‘Vidas paralelas’.

Alcanzó Pelópidas fama y prestigio entre los suyos cuando siendo aún muy joven se las arregló para lanzar un inesperado golpe de mano contra los oligarcas que a la sazón gobernaban Tebas bajo la protección de los espartanos y como subordinados suyos. Reunió Pelópidas a un grupo de tebanos desterrados, junto a los que traspuso con sigilo los muros de su querida polis. Liquidó expeditivamente a los oligarcas, sublevó a la población y puso cerco a la ciudadela ocupada por las tropas espartanas, que ante la revuelta de los tebanos acabaron por capitular.

Instalado Pelópidas en el poder, plantó cara a la represalia de Esparta, cuyo poderío bélico se reputaba entonces invencible, y que movilizó todos sus recursos para castigar su osadía. Nadie daba un duro por Pelópidas y los suyos, pero los lacedemonios se las hubieron de ver en el campo de batalla con el arrojo de un líder que no les tenía miedo y de la llamada cohorte sagrada, un grupo de guerreros escogidos que fueron decisivos para derrotar a los hasta entonces imbatibles hoplitas espartanos. Lo hicieron primero en Tegira y luego en Leuctras, donde los desbarataron, los pusieron en fuga y les infligieron una dura matanza.

Crecidos con sus triunfos contra todo pronóstico, Pelópìdas y los suyos invadieron el Peloponeso y empezaron a conducirse como los nuevos amos de Grecia. En tal condición, acudieron a socorrer a los tesalios contra el tirano Alejandro de Feras, que los hostigaba. Tuvo esta campaña idas y venidas, y a causa de su desprecio del peligro cayó Pelópidas prisionero del tirano. Al final este, intimidado por el ejército que envió Tebas al mando de Epaminondas, lo liberó y fingió renunciar a sus ambiciones.

Cuando el de Feras volvió a las andadas, Pelópidas marchó otra vez contra él y entabló batalla en Cinoscéfalas. Lo hizo con escasos efectivos y en condiciones desventajosas, confiando en su buena estrella. Fue su última victoria: tanto se expuso que se quedó solo en medio del enemigo y cayó bajo sus lanzas. No iba a tardar mucho en seguir su suerte la propia Tebas, que a partir de ahí inició su declive. La Macedonia de Filipo, que había sido su rehén, no tardaría en sustituirla al frente de los griegos. Antes o después, hay una temeridad que es la definitiva.