- La mayoría de los contertulios televisivos que van por supuesta cuota de derecha no se atreven a enfrentarse con energía al marco mental de la izquierda
España es uno de los mejores países del mundo para vivir, no hay más que pasearse por cualquier calle, o tomarse un menú del día en Madrid y en Londres y comparar. Pero presenta algunas anomalías. Una es su liderazgo endémico en tasa de paro, que algunos creemos que atiende a que en realidad jamás se han implantado políticas económicas liberales, salvo un leve atisbo en el período de Aznar. Otra peculiaridad es nuestro modelo televisivo. Somos el único país de la UE con un cuasi monopolio televisivo de la ideología izquierdista.
Para que el monopolio ideológico no cante, incluso las televisiones más al rojo vivo cuentan con una pequeña cuota de presuntos analistas de derechas, tertulianos que en principio no comulgan con el nuevo frente popular que nos gobierna, la autodenominada «coalición progresista» de socialistas, comunistas y separatistas retrógrados.
¿Pero qué pasa a la hora de la verdad en esos programas? Pues que la gran mayoría de esos contertulios se arrugan cuando se ven en los platós de cadenas de izquierda. Sus críticas se quedan pellizquitos muy suaves, que se camuflan en medio de circunloquios, como si se estuviese pidiendo perdón al comisario-presentador por discrepar. Es lo que podríamos llamar el Síndrome del Tertuliano Quedabien.
Sabido es que Sánchez cuenta con cinco ministros sin cartera: el abrasado fiscal general Ortiz; el entregado Cándido Lo que Haga falta en el TC; Franco, que es el comodín del Gobierno si la cosa se pone chunga; y los infatigables hooligans de la causa Fortes e Intxaurrondo, que ignoran que esa televisión pública en la que trabajan la pagamos españoles de todas las ideologías, querámoslo o no.
Entiendo que es muy difícil lanzarte a llevar la contraria cuando el presentador se comporta como un tertuliano pro sanchista, pues no existe mucha diferencia entre lo que mitinean supuestos periodistas como Fortes e Intxaurrondo y lo que podrían soltar Bolaños, Marisu o Pilar Alegría. Pero aún así, resulta decepcionante observar cómo se achantan muchos periodistas que en teoría están ahí para aportar otra manera de ver el mundo distinta a la del «progresismo» obligatorio.
Se hace alguna crítica… pero a ser posible con alguna pullita también a la derecha para compensar. Si el camarada periodista-comisario cita las añagazas fiscales del hermano David y los negocios de Begoña es únicamente para zurrar al juez y desdeñar las exclusivas de la prensa disidente. Pero por supuesto los presuntos representantes del pensamiento de derechas no osarán llevar abiertamente la contraria y poner sobre la mesa los hechos que prueban el nepotismo. Tienen miedo. En las televisiones muestran una equidistancia que no practican en sus periódicos, donde sí se mojan un poco más contra ciertos desafueros de Sánchez.
¿Por qué tantos teletertulianos de derechas parecen de izquierda moderada en las televisiones? Pues porque las pelas son las pelas. Si te pones muy estupendo en tus críticas igual dejan de llamarte, porque aquí manda quien manda (Sánchez) y te puedes quedar sin un dinerillo que tal y como está el periodismo viene muy bien.
Pero hay un segundo argumento de mayor trascendencia. Muchos periodistas de supuesta derecha hablan como la izquierda porque sin apenas darse cuenta han sido ya colonizados por el marco mental del mal llamado «progresismo». A diferencia de la derecha, la izquierda nunca ha dejado de dar la batalla cultural y de costumbres. Domina con su rodillo la cultura y la educación pública. Copa los premios literarios y artísticos, manda en el cine, las series rezuman sus tics ideológicos… hasta el Rey está empezando a hablar a veces en lenguaje inclusivo.
Han ganado, y más cuando el primer partido de la oposición también se ha sumado al paradigma del relativismo y se ha apeado de los nutrientes del humanismo cristiano, la sociedad abierta y los principios filosóficos que forjaron Occidente. Con un penoso complejo de inferioridad, todo eso empieza a parecerles carca frente al nuevo dogma del victimismo «de género» y homosexual, el alarmismo climático o la apuesta por el subsidio frente a la libre iniciativa.
El tertuliano de derechas corre más peligro de extinción en España que el oso panda.