MIRA MILOSEVICH-EL MUNDO

La apelación a la guerra que ha hecho el presidente de la Generalitat apostando por la ‘vía eslovena’ representa un chantaje al Estado de derecho y demuestra el desprecio de los independentistas por la democracia.

CUANDO EMIGRÉ DE la antigua Yugoslavia en 1992, iba resignada a la idea de que el país en el que había vivido se reduciría en adelante a dos cosas: la casilla de «lugar de nacimiento», inevitable en todos los formularios que me aguardaban, y las quejas de los editores de mapas y libreros, porque la balcanización que tocaba entonces les perjudicaría, ya que las cartas geográficas de la región, con la velocidad de la destrucción y creación de Estados, quedarían pronto obsoletas.

Sin embargo, en España los nacionalistas vascos y catalanes han introducido la balcanización en el discurso político, cada uno a su manera. Pero la exasperación de las declaraciones de Quim Torra, el presidente de la Generalidad catalana, tras su encuentro con el presidente de Eslovenia, Borut Pahor, en Ljubljana, el pasado 6 de diciembre, alcanza una cota de estupidez hasta ahora impensable. Torra ha propuesto imitar la vía de Eslovenia a la independencia nacional porque «ya no hay marcha atrás y estamos dispuestos a todo para vivir libres. Hagamos como ellos. […] . La vía eslovena es nuestra vía». El ex conseller Toni Comín afirmó, en el mismo sentido, que «ha llegado la hora de pagar el precio alto, injusto, pero inevitable de nuestra libertad».

Ambos políticos llaman vía eslovena a la Guerra de los Diez Días (la que, en esloveno castizo, recibe el nombre de Slovenska osamosvojitvena vojna, vale decir Guerra Eslovena de Independencia). La Guerra de los Diez Días se libró entre la Defensa Territorial de Eslovenia (unos 35.000 hombres armados que habían servido en la Policía local) y el Ejército Popular Yugoslavo (JNA, en su acrónimo serbo-croata), a raíz de la proclamación unilateral de independencia por Eslovenia el 25 de junio de 1991. La secesión eslovena de la Yugoslavia comunista fue resultado de una doble votación: primero, en el plebiscito celebrado el 26 de diciembre de 1990, el 95,71% del censo votó a favor de la independencia y sólo un 4,29% en contra. El escrutinio de la posterior votación del parlamento confirmó los resultados proporcionales del referéndum: 180 diputados a favor de la secesión, 2 en contra y 12 se abstuvieron. La guerra estalló cuando el JNA intentó impedir a los eslovenos sustituir los rótulos de Yugoslavia por otros de Eslovenia en las aduanas de las fronteras con Italia, Austria y Hungría. Se enconó al cercar los miembros de la Defensa Territorial los cuarteles del Ejército yugoslavo, poniéndolos ante la disyuntiva de luchar o abandonar el territorio esloveno. En la Guerra de los Díez Días, el JNA tuvo 44 bajas mortales y 146 heridos, mientras que los miembros de la Defensa Territorial Eslovena que murieron en los enfrentamientos fueron 18, pero registraron un número de heridos superior al del Ejército: 182. La guerra sólo duró diez días porque el JNA se encontró ante un dilema constitucional: le correspondía defender la integridad territorial del país pero, según la misma Constitución de 1974 que le imponía ese deber, todas y cada una de las seis repúblicas yugoslavas tenían derecho a la autodeterminación y secesión. La Constitución de Yugoslavia de 1974 había sido promulgada después de las rebeliones democráticas en países del Pacto de Varsovia (Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1968) que fueron un toque de atención a los comunistas yugoslavos. Estos decidieron flexibilizar el sistema. Pero, en vez de descentralizar el poder del Partido Comunista, descentralizaron aún más a la Federación, otorgando el derecho de autodeterminación a todas las repúblicas. Como el poder real no estaba en las instituciones de éstas, sino en el Partido, ninguna de las repúblicas reclamó tal derecho hasta la caída de los comunistas. La proclamación unilateral de independencia de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina y su reconocimiento internacional hallaron su justificación en el hecho de haber celebrado sus referendos respectivos sin violar la Constitución.

La propuesta de Torra de seguir la vía eslovena que implica un conflicto militar no supone sólo un acto de irresponsabilidad, como lo define la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo subrayando que «cuentan los hechos y no las palabras». La antigua Yugoslavia empezó a desintegrarse con palabras, y luego vinieron los hechos que la destruyeron. La propuesta eslovena de Torra es un punto de no retorno en la táctica de los separatistas, una amenaza intolerable a la mayoría de los catalanes y, sobre todo, una llamada a la destrucción del Estado. Hasta ahora, la exigencia de un referéndum –todo lo inconstitucional que se quiera– trataba de salvar unas apariencias pacifistas, aunque la actitud y acciones de los CDR, por ejemplo, usan la violencia como instrumento político. ¿Pero por qué Torra propone la vía eslovena y no la vía croata, la vía montenegrina o la kosovar?

En primer lugar, porque los nacionalistas eslovenos y catalanes tienen una similar tradición inventada: en la antigua Yugoslavia los serbios pasaban por ser el pueblo que habría forjado la unidad nacional de los eslavos del sur por su interés en que todos los serbios vivieran en el mismo Estado. En España, según los nacionalistas catalanes, a los castellanos les habría correspondido un papel análogo. Tanto serbios como castellanos no serían tan modernos ni laboriosos como los eslovenos y catalanes. Ambos habrían colonizado a los otros pueblos del Estado en beneficio propio. El segundo motivo es que Torra cree que diez días de guerra no son nada y que el número de víctimas mortales es asumible –muy bajo en comparación con las de la Guerra de Croacia o Bosnia Herzegovina (más de 250.000 y 2,7 millones de desplazados)– y «un precio alto, injusto, pero inevitable de la libertad». Además, las guerras de la antigua Yugoslavia han demostrado que la comunidad internacional está dispuesta a intervenir en un conflicto sólo cuando éste produce víctimas civiles al por mayor.

LA ‘VÍA MONTENEGRINA’le parecía interesante al lehendakari Juan José Ibarretxe, que, en vísperas del referéndum celebrado el 21 de mayo de 2006, por mutuo acuerdo de Serbia y Montenegro, para desintegrar pacíficamente el Estado que habían creado en 2002, se apresuró a declarar que España debería tomar ejemplo de Serbia y Montenegro y reconocer que las pequeñas naciones poseen un inalienable derecho natural a la autodeterminación. Pero la posibilidad de un referéndum sobre tal cuestión estaba contemplado en el artículo 55 del Acuerdo de Unión firmado por Serbia y Montenegro el 14 de marzo de 2002. Torra descarta la vía montenegrina porque la Constitución de Serbia y Montenegro contemplaba un referéndum legal, y la española no lo hace.

Desde el reconocimiento de Kosovo como un Estado independiente, en 2008, por la mayoría de los países de la comunidad internacional, los secesionistas catalanes aludieron en varias ocasiones a la vía kosovar, pero de manera simbólica. Por mucho que los nacionalistas envidien a los albano-kosovares por haber conseguido la independencia con la ayuda de EEUU, después de una guerra entre la OTAN y Serbia, es inimaginable que la Alianza Atlántica bombardee España, un Estado miembro, aunque fuera injusto con Cataluña (que no lo es). Además, el victimismo de los independentistas catalanes suena a chiste si se compara con lo que padecieron los albano-kosovares bajo el régimen de Slobodan Milosevic.

La vía eslovena no era la única posible para la independencia de Eslovenia, pero se puede comprender (no justificar) en el contexto del Estado comunista, no democrático. La amenaza de aplicar en Cataluña la vía eslovena es gravísima, todo un chantaje al Estado de derecho. Demuestra que Torra no cree en la democracia. De lo contrario, no necesitaría apelar a la guerra para defender su libertad ni la de los catalanes. Ni siquiera la de los separatistas catalanes.

Mira Milosevich es escritora e Investigadora Principal de Real Instituto Elcano.