Antonio Rivera-El Correo

En la tradición cristiana, el cónclave elige dirigente y el concilio posición en el mundo. El sínodo es un ajuste de doctrina, mucho menos que un concilio, donde se exige retocar algunos aspectos y, sobre todo, salir unidos, marchar juntos. Por seguir con el ingenioso y errado símil de Feijóo, lo que anunció el Partido Popular para julio es un congreso-sínodo, que trata de proyectar su marca hacia el exterior para consolidarla como única alternativa al gobierno.

En los últimos ocho años el PP ha realizado dos congresos extraordinarios para salir de situaciones de vacío de poder: sustituir a Rajoy por Casado y luego a éste por Feijóo. No ha actualizado formalmente su ponencia política en ese tiempo. Tampoco lo hará demasiado ahora si median solo dos meses entre la convocatoria y su celebración. O tienen ya cocinado ese diseño de alternativa de Gobierno «definitiva, sólida y decidida», o lo van a reducir a lo básico o lo van a aprobar por el sistema de chocar los escudos (por aplausos). Aborto, gestación subrogada, eutanasia e inmigración se presentan como temas estrella, pero, con ser relevantes, no componen per se un programa de gobierno. Luego la parte mollar quedará como estaba y se aplicará algún retoque para justificar el canutazo informativo del fin de semana congresual. Sobre orden interno, el debate girará en torno a las primarias y su aplicación práctica en cuanto a autonomía final de voto de los compromisarios elegidos se refiere.

La operación es básicamente de imagen, un intento de activar el partido para tenerlo en disposición de disputar el próximo ciclo electoral a partir de 2026. La víspera del anuncio había tenido lugar la enésima concentración en Colón en reclamo de que Sánchez se vaya. Ese procedimiento movimientista no gusta en el PP: lo animan sus sectores más díscolos y periféricos, lo rentabiliza en buena medida Vox y aparece ajeno y muy lejano fuera de Madrid. El ‘váyase señor Sánchez’ solo lo debe pronunciar Feijóo, porque el complemento de la invocación es que ahí están él y su partido para hacerse cargo.

En ese sentido, la apuesta es que el PP pueda captar a la vez apoyos desde el centro y desde la derecha extrema para así vaciar en parte a Vox, engordar al margen suyo y no tener que depender de tan incómodo compañero de viaje gubernamental. Es la forma de evitar el debate principal de la derecha clásica hoy: qué hacer con esa nueva derecha extrema. Para ello no necesita grandes disquisiciones doctrinales ni decidir entre modelos antagónicos exitosos -el de Ayuso y el de Moreno Bonilla, por ejemplo-, sino aparecer fuerte y unida, y así resultar atractiva para electores diversos.

Lo importante -de ahí lo del sínodo- no es tanto decidir ahora en julio, sino transitar en lo futuro unidos, marchar juntos y ejercer una presión sobre Sánchez que reduzca al máximo su resiliencia. Porque, resistir es vencer, la contumacia y eficacia de éste desde el Ejecutivo es lo que más está desgastando a Feijóo como alternativa. Y eso lo saben unos y otros.