Eduardo Uriarte-Editores
Orwel indicó, tras su decepcionante experiencia en la guerra civil española, que los totalitarios se creen sus propias mentiras. Podría haber añadido que se creen depositarios de la verdad histórica, de la memoria histórica, de la memoria democrática, y de todo tipo de relato propagandístico que oculte su auténtica vocación totalitaria. Este fenómeno que observamos hoy en nuestra izquierda tras el paso por el Jordán que supuso la Transición, la asunción de la democracia tras sus concepciones revolucionarias en la II República, lo pudimos ver desde mucho antes en los partidos nacionalistas, porque el nacionalismo entraña también totalitarismo. La adhesión al populismo, sea de derechas o de izquierdas, aleja a los partidos de la democracia liberal, y hoy es evidente que ha alcanzado al PSOE.
El problema del Gobierno que padecemos es que, deseando ser plenipotenciario, hablando en plata totalitario, todavía no lo es porque nos encontramos, ellos mismos lo dicen, en un país de democracia plena -como si la democracia pudiera calificarse así-. Considero que, desde su visión, propia del esencialismo democrático, creen en ella, solamente, porque llegaron al poder mediante los votos de la ciudadanía -otra cosa será en el caso de que los pierdan-. Sin embargo, su concepción sesgada y muy limitada de la democracia, anegada por su sectarismo partidista, le ha llevado a derruir los pilares fundamentales en los que se asienta toda democracia. Le ha llevado a controlar todos los contrapoderes del Estado, el acoso y deslegitimación del Judicial, una vez que el Legislativo no es más que, mediante la mano férrea de Batet, una prolongación del Gobierno, y los órganos consultivos que aún no están a su servicio no se consultan, como el Consejo de Estado. El anuncio jubiloso de la desjudicialización de la política nos avisa hacia donde vamos. Añadamos el ejercicio desbocado del decreto ley como instrumento de acción política evitando los debates que darían lugar la tramitación mediante proyecto de ley, procedimiento legal que propiciaría una dinámica dialógica base sustancial de toda democracia. Pero el que nos rige se presentó en sociedad con su No es NO.
La otra cara del del populismo es su concepción autoritaria del poder, lo que no permite la necesaria sensibilidad hacia la legalidad (los viejos del lugar ya sabíamos que el asamblearismo y la apelación al pueblo acaban en autoritarismo personal). Las chapuzas legales se le va amontonando al Gobierno. El autoritarismo no es sensible a la legalidad, cree que puede decir y hacer cualquier cosa, para eso mandan, y cree hacerlo en un proceso “progresista”. Le sobra toda legalidad, la Constitución, dos decretos de inconstitucionalidad durante la pandemia, la legalidad, decretos de ley frente a ley, contradicciones evidentes entre el decreto de ahorro de energía y ley de seguridad e higiene en el trabajo y los estatutos de algunas autonomías. El abuso del decreto ley es una prueba evidente y rotunda de la deriva al autoritarismo.
Da la impresión de que las formas de actuación, y la chapuza de redacción, en el citado decreto de ley iba a provocar, de nuevo, el enfrentamiento con el PP acusándole de insolidario, cuando la ministra del ramo saltó inusitadamente agresiva frente a la recomendación de la UE de ahorro del quince por ciento. Los apóstoles del NO es No lo fueron también en insolidaridad. O ya nos habíamos olvidado. Y sin embargo la UE pactó con la ministra, el Gobierno no pacta con las autonomías. Esto no es política democrática, es autoritarismo.
Al final el pésimo decreto no se va a aplicar de forma generalizada debido a su mala redacción y contradicción con leyes de rango superior. Es seguro que los ayuntamientos del Frankenstein lo apliquen a rajatabla hasta el primer incidente. Sindicatos policiales ya han avisado del riesgo que supone la oscuridad, y la voz de su amo, con todo cinismo (me recuerda a Fouché y Talleyrand en una sola persona), ya ha dicho que está fuera de lugar. Hay mucho imitador de Pancho Villa en toda esta legislatura, ya lo hubo en la izquierda durante la II República. No importa la calidad de la legislación, lo importante, como explicara Humpty Dumpty a Alicia inventando palabras, que también lo hacen en abundancia, es demostrar quién es el que manda. Autoritarismo.
Cuando Trump pierde las elecciones se asalta el Congreso, cuando el PP logró formar mayoría con Ciudadanos en Andalucía se convocó una manifestación ante su Parlamento. Veremos qué pasa con ETA-Bildu, en Cataluña, y en la izquierda de progreso cuando gane las elecciones el PP.